viernes, 22 de agosto de 2014

¿Por qué Existen Universidades Privadas "Deficientes"?

Walter Puelles Navarrete
15 de febrero de 2012

 desarrollo. Al respecto debo precisar tres cosas:

  1. La industria educativa privada en el Perú y América Latina es relativamente novel. A inicios del siglo pasado, menos del 5% de la población universitaria en Latinoamérica era educada por organizaciones  privadas; actualmente este índice llega 50%. En el Perú, recién a inicios de los noventas, tras retirarle al Congreso de la República la exclusividad de autorizar la creación de universidades (públicas y privadas), se inició un proceso de crecimiento de la inversión privada que logró en pocos años elevar la cobertura educativa a niveles sin precedentes. Se estima que 60% de la población universitaria peruana es actualmente educada por organizaciones  privadas. Por citar un ejemplo contaré que en 1989, cuando culminé secundaria, sólo había en Chiclayo una universidad privada. Hoy en día hay casi 10. Estas organizaciones tienen mucho más por aportar pues su madurez está aún por llegar.
  2. Luego, siempre habrá, como en todo, buenos y malos productos. Lo importante es que existan alternativas para que la gente elija, y eso es lo que el mercado ofrece. El Estado no. Lamentablemente, los de mi generación no tuvimos esa suerte. En Lambayeque había solo una universidad nacional y otra privada. Las cosas ahora son afortunadamente diferentes. En el mercado, la posibilidad de escoger obliga a las empresas a transitar por el camino correcto, pues de lo contrario corren el riesgo de ser rápidamente reemplazadas por la competencia. Si una universidad buena se duerme, puede venir otra y ocupar su lugar. Lo malo tiende a desaparecer en el tiempo. En cambio, en la esfera de las universidades públicas no hay posibilidad de reemplazo. Las universidades estatales no quiebran, viven de un presupuesto que las alimenta todos los años. Aquí lo malo se perpetúa.
  3. Y finalmente, y esto es lo más importante, el mercado provee eficientemente lo que la gente quiere independientemente del carácter moral de los fines que persigue. Esto no significa que las relacionas mercantiles son amorales, sino que los fines que cada quien persigue son variopintos, y tal diversidad nada tiene que ver con el intercambio propiamente dicho. Por ejemplo miremos el caso de las academias “pre”, que tuvieron su época de bonanza en los años ochentas, cuando ingresar a la “U” era complicadísimo. Ellas no ofrecían educar en el sentido epistemológico del término, ofrecían algo muy simple: “ingresar”. Sus éxitos eran evaluados según el número de postulantes que lograba tal propósito. Lo que ocurría después no era su problema. Pues bien, en la educación superior ocurre lo mismo. Hay un segmento de gente para quienes educarse es “importante”, pero no es precisamente lo “más importante”. La buena educación no constituye un fin para este segmento.

Este último aspecto es de vital importancia porque permite establecer una relación de causalidad entre la “titulitis” y la proliferación de “universidades privadas deficientes”. La “titulitis”, entendida como la preocupación por obtener un título profesional independientemente de la bondad de los conocimientos adquiridos, es un fenómeno social que ha evolucionado como consecuencia de la intervención del estado en el mercado laboral. Aquí el “fin” es el “título”, no los conocimientos adquiridos, por tanto, la bondad de los medios, vale decir, las organizaciones educativas inmersas, son evaluados por los consumidores por el aporte de las mismas a los consecución de tal propósito.

El “título” adquiere así un valor intrínseco por los beneficios prácticos que el grado y las regulaciones legales impuestas generan a la hora de ejercer un oficio, conseguir un empleo o lograr un ascenso. El caso de los abogados es ilustrativo, ya que para ejercer, la Ley exige el “título”. La situación aquí no es tan trágica porque el mercado se encarga del resto. Los clientes tienen un papel fundamental en la determinación del valor del profesional. El papel de la marca es importante, y por ello también lo es la universidad. Pero en las esferas más estatizadas como el magisterio la situación es otra. Aquí el papel del mercado es mínimo. Ello empodera el valor intrínseco del “título” en detrimento de la “marca”. Y si la marca juega un papel secundario, carece de sentido práctico ser una universidad, un estudiante, o un profesional destacado. Tal para cual. No en vano el magisterio es uno de los sectores con mayor proporción de profesionales “titulados” pero sin garantía de nada. 

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