miércoles, 9 de diciembre de 2009

Francisco de Miranda y la crisis actual

No pocas de las cabezas de los movimientos por las independencias decimonónicas latinoamericanas entendían que no se trataba simplemente de cortar amarras con la metrópoli sino que abogaban por la autonomía del individuo. Por eso es que Miranda repetía en su muy frondosa correspondencia que “no buscamos sustituir una tiranía antigua por otra tiranía nueva”. Sus sueños apuntaban a sociedades libres en el sentido más estricto de la expresión. Peleó en el terreno de las ideas y en el militar, en ambos casos con suerte varia y con las oposiciones, intrigas y difamaciones que habitualmente rodean a personas de su talla y estirpe.
Como he dicho antes, resulta muy paradójico que, en la región latinoamericana, los más fervientes partidarios del uso de la escarapela, el canto de himnos y el blandir de banderas a diestra y siniestra son en verdad españolistas en el sentido de adherir a las estructuras monopolistas de las épocas coloniales más truculentas (además de ser acérrimos partidarios de las dictaduras de Primo de Rivera y Franco y enemigos declarados de las Cortes de Cádiz y su Constitución liberal de 1812). En tierras sudamericanas son los partidarios de la intromisión de los aparatos estatales en los negocios privados. No se sabe que quieren significar con sus alardes de patrioterismos puesto que suscriben políticas que en la práctica, tal como explicaba el gran Juan Bautista Alberdi, convierten a los pueblos en colonos de sus propios gobiernos y se oponen al liberalismo, lo cual revela que no entendieron la columna vertebral de los movimientos que abogaban por la independencia.
Francisco de Miranda constituye uno de los ejemplos más claros del espíritu de emancipación latinoamericana y denuncia en su célebre proclama en Caracas, en 1806, que “la inconcebible ineptitud, inauditas crueldades y persecuciones atroces del gobierno español hacia los incautos e infelices habitantes del nuevo mundo desde el momento casi de su descubrimiento”.
Este personaje recorrió Estados Unidos, Europa y Rusia, y mantuvo asiduos contactos personales y epistolares con Thomas Paine, James Madison, Thomas Jefferson, Jeremmy Bentham, John Stuart Mill, Edward Gibbon y había leído a los autores de la Escuela Escocesa (especialmente Hume y Adam Smith), a Locke, Montesquieu y Voltaire. Además de su lengua nativa, hablaba y leía con fluidez italiano, francés, inglés y ruso (traducía del latín y del griego). Participó no solo en las luchas latinoamericanas sino -igual que Lafayette- en la Revolución Norteamericana y en la Revolución Francesa hasta la contrarrevolución y el reino del terror lo puso preso por un tiempo; su nombre está grabado en el Arco de Triunfo.
Sus biógrafos más conocidos -Karen Raice, William S. Robertson, Joseph F. Toring y Vicente Dárola- subrayan sus notables conocimientos en materia jurídica, filosófica, económica y militar. Las observaciones en su diario cuando recorrió distintos lugares en la naciente Estados Unidos (con particular atención en Filadelfia y Boston) atestiguan la profundidad de sus estudios.
Arturo Úslar Pietri dijo en el Senado venezolano el 4 de julio de 1966 que Miranda fue “La más extraordinaria personalidad que había florecido en el vasto, desconocido y rico lino del nuevo mundo. Era la flor y la asombrosa síntesis de tres siglos de historia y de magia creadora [...] Su apresurado peregrinaje por el mundo fue menos intenso, variado y sin tregua que su maravilloso viaje de deslumbramiento a través de los libros, las literaturas y las ciencias de los viejos y los nuevos tiempos. No hubo hombre de su siglo que hubiera reunido conocimientos más extensos y variados ni biblioteca comparable a la que llegó a reunir”.
Puede resumirse el aspecto medular de su visión en una carta dirigida a Thomas Paine en 1797: “La conservación de los derechos naturales, y, sobre todo, de la libertad de las personas, seguido de sus bienes, es incuestionablemente la piedra fundamental de toda sociedad humana, bajo cualquier forma política en que ésta sea organizada”.
En Venezuela, su tierra natal, fundó la Sociedad Patriótica con la idea de discutir y fortalecer los principios de libertad, al tiempo que pretendía establecer una única nación latinoamericana que apuntara a incluir con el tiempo la antigua colonia portuguesa en el sur de América.
Sus éxitos de orador y su desempeño brillante en la Logia Lautaro -tanto en Cádiz como en tierra americana- despertaron los celos de Bolívar quien lo entregó a las fuerzas españolas a raíz de un armisticio firmado por Miranda para evitar una derrota segura, un burdo pretexto para deshacerse del hombre más destacado del momento que había sido el precursor de algunas de las propuestas bolivarianas. Dichas fuerzas españolas lo condujeron a la península, paradójicamente a una cárcel cercana a su tan apreciada Cádiz, donde, a poco andar, desdichadamente murió este gran hombre de todos los tiempos y latitudes.
Como he escrito reiteradamente en muy diversos medios, lamentablemente América latina no cuenta ya con el buen ejemplo del gobierno estadounidense cuyos documentos liminares fueron una valiosa guía para las Constituciones de muchos de los países del sur del continente. Hoy el déficit fiscal, la monetización de la ya astronómica deuda, el crecimiento exponencial de la relación gasto público-producto bruto interno, la insistencia en el rescate de irresponsables o ineptos (o las dos cosas a la vez) con el fruto del trabajo ajeno (aconsejo la lectura del ensayo de Jefffrey Miron de Harvard titulado “Bailout or Bankruptcy?”) y la manipulación de la tasa de interés por la banca central conducirán tarde o temprano a otra crisis mayúscula.
Tal como apunta Michael Tanner en su libro Leviathan from theRight, desde hace seis años se imprimen 75.000 páginas anuales de asfixiantes regulaciones (y, durante el mismo período y hasta la fecha vienen trabajando 39.000 burócratas del gobierno federal tiempo completo solo en regulaciones financieras, como muestra Johan Norberg en su artículo “Regulations and its Unintended Consequences” reproducido por Cato Institute en Washington DC). El proceso inflacionario en marcha, por el momento genera un boom artificial que indefectiblemente conducirá (posiblemente en un par de años) a un crack que intensificará y extenderá lo que hoy ocurre con el desempleo masivo, a lo que debe agregarse el nuevo intento de acentuar el ya quebrado sistema estatista de medicina (que en momentos de escribir estas líneas fue aprobado en la Cámara de Representantes por solo dos votos más de los requeridos y cinco más respecto de la minoría ya que treinta y nueve miembros del partido oficial se pronunciaron en contra del proyecto de ley junto con toda la bancada del partido republicano excepto uno…y ahora pasa al Senado con suerte por demás incierta para la legislación de marras).
Incluso la suba que experimenta la bolsa ocurre en términos del ya devaluado dólar pero si se lo mide en términos del euro es sustancialmente menor y si se lo hace en términos del oro el incremento es inexistente (y eso que este bien hoy está a su vez algo atrasado si se extrapola a valores reales en una serie estadística de los últimos veinte años). De cualquier manera, tal como se ha consignado, el precio del metal aurífero hace las del canario en las minas de carbón: cuando hay gases tóxicos se dispara en señal de alarma. El proceso de descomposición que lamentablemente viene ocurriendo en Estados Unidos está ahora refrendado por expresas declaraciones de Obama en el sentido de que debe revertirse la noción inserta en la Constitución de las tradicionales libertades negativas de protección a los derechos e introducir en la práctica la idea de la activa intervención gubernamental para redistribuir ingresos (dos declaraciones reproducidas en Fox News el 23 de octubre de 2009 y en “American Thinker” el 25 de octubre de este mismo año).
Como si esto fuera poco, hay nueve funcionarios de primer nivel designados por Obama sin la auditoria del Congreso que son extremistas radicalizados de izquierda, como el responsable máximo del FCC (Comisión Federal de Comunicaciones), Mark Lloyd, quien declaró en un tape de pública difusión que es un admirador de Hugo Chávez en su política expropiatoria en materia de telecomunicaciones. En esta situación, cabe preguntarse que queda para países como Argentina donde se ha destruido la división horizontal de poderes, donde las normas permanentemente cambiantes dependen del capricho del gobernante, donde ex terroristas están en funciones estatales y aplican una justicia tuerta solo para quienes los combatieron, donde los sindicatos de raíz totalitaria y activistas armados dominan el escenario político, donde las llamadas empresas privadas se ven privadas de toda independencia, donde la prensa independiente se desempeña bajo amenazas y donde las finanzas públicas están desquiciadas por megalómanos siempre sedientos por succionar el fruto del trabajo ajeno.
Robert J. Aumann -premio Nobel en Economía de 2005- acaba de pronunciar una conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Palermo en Buenos Aires en la que subrayó el peligro que significan los rescates financieros en Estados Unidos y en otras partes del mundo, y aseveró que “finalmente alguien va a tener que pagar por eso y una de las opciones será imprimiendo más moneda”. En solo nueve meses de gestión Obama pasó de tener un déficit de cinco puntos sobre el producto a trece. Sería cómico si no fuera trágico el que muchos livianamente sostengan que frente a una crisis la opción no puede ser que el gobierno se abstenga de “hacer algo” como si frente a un problema el aparato estatal debe meterle la mano en el bolsillo a quienes ganaron su peculio honestamente. En todo caso, si de hacer algo se trata, debería eliminarse el sistema bancario de reserva parcial manipulado por la banca central que pone en jaque a todo el sistema financiero, contar con marcos institucionales que respeten el derecho de todos y, por ende, abrogar todas las regulaciones absurdas y asfixiantes dirigidas a las actividades productivas, disposiciones gubernamentales que precisamente generaron esta crisis, del mismo modo que lo hicieron en la década del treinta tal como lo han señalado otros premios Nobel en Economía como Milton Friedman, Friedrich Hayek y James M. Buchanan.
Poco a poco se va estrechando el cerco del espíritu totalitario. Debemos despertar a los apáticos y redoblar nuestros esfuerzos para contribuir a los pilares de la sociedad abierta, de lo contrario inexorablemente ocurrirá lo que en otro contexto describe Julio Cortázar en “Casa tomada”. Cada vez está más extendida la enfermiza noción de que hay un “derecho” a los recursos producidos por el vecino, con lo que se desmorona la idea del respeto recíproco y se vulneran y desconocen los principios éticos, económicos y jurídicos más elementales de convivencia civilizada.
Confiemos en las enormes reservas morales existentes en Estados Unidos y en otros muchos lugares, pero tenemos que estar con los ojos bien abiertos pero con la debida atención en lo que ocurre porque como reza el título de la colección de trabajos de Macedonio Fernández “no todo es vigilia la de los ojos abiertos”. Todos tenemos que alimentar la filosofía liberal que pregonó Miranda con tanto empeño para América latina, estemos atentos y vigilantes para que el autoritarismo no la convierta en “América letrina” al decir de Guillermo Cabrera Infante.
Alberto Benegas Lynch (h)
En Latinoamérica han gobernado -y gobiernan- ciertos energúmenos de tremenda peligrosidad. Carlos Fuentes en el prólogo a Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos se refiere a varios del pasado. Elijo algunos de los tomados en ese introito: Antonio López de Santa Anna, once veces presidente de México, quien al perder una pierna en una de sus trifulcas la hizo enterrar con toda pompa en la Catedral. Enrique Peñaranda, gobernante de Bolivia de quien su madre dijo que de haber sabido que llegaría a presidente “le hubiera enseñado a leer y a escribir” y Manuel Estrada Cabrera, de Guatemala, se instaló en Paris y solo volvía a sus pagos para sofocar las revueltas contra su gobierno. Hoy los múltiples y variopintos autócratas de esta zona son mucho menos inocentes que los anteriores, quienes en una función macabra se burlan una y otra vez de la democracia al estrangular los derechos de las minorías, al tiempo que quedan atornillados al poder. Lo he citado antes a Robin Williams quien ha sentenciado en una producción cinematográfica que “los políticos en funciones son como los pañales: hay que cambiarlos permanentemente y por los mismo motivos”.

El significado del contrabando

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Diario de América
En esa columna no me refiero a los impuestos (la política fiscal es materia de otro debate) sino a las tarifas o aranceles aduaneros que bloquean y dificultan la entrada al país de productos más baratos y de mejor calidad del extranjero lo cual a todas luces beneficia a los locales ya que libera recursos humanos y materiales para aprovecharlos en la producción de otros bienes y servicios. Es en este sentido que el contrabando (originalmente contra un bando militar) resulta en definitiva beneficioso. Mariano Moreno, el pensador decimonónico argentino, decía que “el contrabando subroga al comercio libre”. Sin duda que no existiría contrabando si no se interpusieran trabas a la entrada de productos reclamados por quienes viven en el país receptor. Solo tiene lugar cuando los comisarios imponen restricciones.
En realidad resulta un espectáculo bochornoso el de los “vistas de aduana” quienes apuntan a una de dos cosas: trasmiten la ridícula filosofía de que el ingreso de bienes más baratos y de mejor calidad perjudicaría a los locales o, de lo contrario, piden cohecho para dejar entrar la mercancía en cuestión. En el primer caso es como si estuvieran diciendo en nombre de los mandones de turno que no se vaya a traer una máquina fotográfica con buena resolución de imagen y barata puesto que eso haría daño ya que lo conveniente es verse obligado a adquirir máquinas que produzcan fotografías turbias y caras. Es tragicómico cuando esta nueva Gestapo inquiere si lo que se trae “son productos personales” como si pudieran ser extra-personales o robados.
Personalmente la desgracia más grande de viajar son las aduanas. Me afectan psicológica y moralmente. Aunque le revisen la valija a una persona delante mío me afecta porque se trata de una vejación y una insolente intromisión en la intimidad de las personas (y si, después del vejamen de marras la persona le dice al vista de aduana “gracias”, el impacto me desmorona). Y no se diga que es para evitar el ingreso de armas pues esa constatación se lleva a cabo con rayos láser al abordar el medio de trasporte por razones de seguridad y tampoco para detectar drogas que entran a granel por otros conductos generalmente con apoyo gubernamental (independientemente de que la prohibición de drogas produce los mismo efectos que la Ley Seca: estímulo a la producción y al consumo, invasión a las libertades individuales y corrupción en todos los niveles posibles).
Claro que para entender los efectos del contrabando es menester que se entiendan las ventajas del librecambio. La eliminación de aranceles o tarifas aduaneras genera el mismo efecto que un aumento en la productividad: la inversión por unidad de producto disminuye con lo que los productos disponibles se ofrecen en mayor cantidad. Dado que los recursos son escasos y las necesidades son ilimitadas, los factores productivos empleados en fabricar bienes más caros y de peor calidad se liberan para poder encarar otros bienes y servicios con lo que la lista disponible se amplia, lo cual quiere decir que se eleva el nivel de vida.
Es lo mismo que ocurre con una familia. Si en nombre de la protección a sus miembros se declara la autarquía, todos sus integrantes verán reducido su nivel de vida obligados a fabricarse sus propios lápices, zapatos etc. La cooperación social es inseparable del librecambio. Si se sostiene que la reducción aduanera debe ser gradual para permitir el ajuste de los productores locales, es porque no se entendió que los productores son para servir a la gente y no al revés. Si un productor pide protección (desprotección para la gente) durante un período para después liberar el comercio, no se ha percibido que es ese productor que tiene que absorber los costos y no trasladarlos compulsivamente sobre las espaldas de sus congéneres: es el quien al evaluar su proyecto obtendrá las ganancias que anuncia después de un tiempo (prácticamente ningún proyecto de inversión se cubre en el primer período). Si no procede en consecuencia es porque el proyecto es una patraña diseñado para vivir a expensas de los demás. No hay derecho contra el derecho: no pude argumentarse con solvencia que se ven afectados los intereses de quienes se ajustaron a las disposiciones anteriores, salvando las distancias del horror, los productores de cámaras de gas en la época de los criminales nazis no pudieron alegar pérdidas por cambios drásticos en el régimen.
Y no se diga que habrá desempleo de trabajo puesto que no existe ese fenómeno si los acuerdos salariales son libres y voluntarios. Solo hay desempleo cuando los salarios son fijados compulsivamente más allá de lo que las tasas de capitalización permiten y, dichas tasas se maximizarán en la medida en que se aproveche capital y, precisamente, una manera de consumirlo es a través de la tarifa y el arancel aduanero.
Por otra parte, las llamadas integraciones regionales constituyen burdos pretextos para ocultar la incomprensión del librecambio, es decir, las ventajas de integrarse al mundo unilateralmente vía la eliminación de trabas aduaneras. Se suele mantener que la integración es un primer paso en la buena dirección, lo cual confirma que no puede darse el paso definitivo porque no se ha comprendido el tema y, por otra parte, no siempre es siquiera un primer paso en la buena dirección ya que a veces significa un retroceso para ciertos productos alegando razones de simetría en las transacciones (cuando precisamente la asimetría es el motivo por el cual se comercia).
En definitiva son los nacionalismos xenófobos y las culturas alambradas las responsables de las barreras aduaneras directas e indirectas. La tesis de “la industria incipiente” mencionada más arriba y los fenomenales aparatos de lobby de empresarios prebendarios hacen de operación tenaza para tejer un cerco en torno al país donde operan que, como queda dicho, empobrece a la gente, muy especialmente a los más débiles. Habitualmente el latiguillo del “dumping” convence al incauto de la implantación de restricciones al comercio libre, sin percatarse que esa figura significa venta bajo el costo, lo cual incentiva a que terceros compren el producto a bajo precio y hagan un arbitraje vendiendo al precio de mercado (y si esto no fuera posible el que vende a precio de liquidación coloca primeramente su stock y los competidores continúan vendiendo al precio de mercado). Lo cierto es que quienes alegan esta política de precios ni siquiera se toman el trabajo de consultar lo libros de contabilidad de quienes se acusa de dumping por miedo a que sencillamente se trate de mayor eficiencia.
Por último, se alega que los gobiernos, como medida precautoria, deben adoptar medidas llamadas “proteccionistas” en respuesta a las barreras impuestas por otros países. Es decir, si los locales ven restringida su facturación porque cierto país no permite la entrada de sus productos “en reciprocidad” se perjudica a los locales al restringir la entrada de bienes que provienen del mencionado país. Esto es, se habrá perjudicado dos veces: una por no poder vender y otra por no poder comprar, en lugar de concretar las ventas donde haya compradores y adquirir bienes a quienes estén dispuestos a vender. Sin duda que si nadie le compra a cierto país este se verá obligado a la completa autarquía sin necesidad de controles aduaneros ya que el que no vende no puede comprar.
De todos modos, exportaciones e importaciones son dos brazos de la misma operación: si se bloquean las importaciones habrá menor demanda de divisas y, por ende, ésta bajará su cotización con lo que las exportaciones se también mermarán debido a que sus precios en términos de la divisa en cuestión se redujeron.
En todo caso, por las razones antedichas y en defensa propia contra los ataques de las burocracias, los contrabandistas resultan ser benefactores de los consumidores y contribuyen al bienestar del país en el que operan, aunque la medida de fondo sin duda consiste en permitir el comercio entre personas y empresas radicadas en diversos lugares del planeta. Sin embargo los gobiernos, teóricamente establecidos para proteger derechos los cercenan...al interceptar y perturbar el comercio son bomberos que incendian igual que en Fahrenheit 451, la ficción de Ray Bradbury.