viernes, 28 de diciembre de 2007

JUGAR A DIOS

Alberto Benegas-Lynch (h)
BUENOS AIRES (AIPE).- Los tristemente célebres planificadores de la sociedad, entre otras muchas cosas, adolecen de un defecto grave. Son presuntuosos y arrogantes. Suponen un conocimiento que en verdad no poseen ni puede tener jamás ninguna junta de planificación. No es tampoco que los miembros de las referidas juntas sean malas personas, es que nadie dispone de la información necesaria como para dirigir vidas ajenas en dirección a lo que cada uno prefiere. Quienes ahora leen esto, no tienen la menor idea qué grado de conocimiento tendremos esta misma tarde, mucho menos podemos pretender que sabemos los conocimientos (y por tanto los gustos y preferencias) que tendrán nuestros congéneres. Precisamente para eso es útil el mercado.
Mercado es un proceso en el que se celebran millones y millones de arreglos contractuales que dan por resultado precios. Los precios transmiten información. Constituyen una especie de sistema de encuestas automáticas. Supongamos que se recurriera literalmente al sistema de encuestas con la intención de saber las preferencias de la gente. Habría que hacer muchas preguntas. Habría muchos condicionales: si llueve tal cosa, si sale el sol tal otra, si estuviera enfermo lo de más allá. Supongamos también que todos dijeran la verdad. Al momento siguiente de finalizada la encuesta ésta deja de tener validez, puesto que las circunstancias ya cambiaron. Más aún, muchas de las respuestas se darán en base a lo que el encuestado piensa que hará en el futuro, pero cuando ese futuro se convierta en presente lo más probable es que su decisión sea diferente de la anticipada, puesto que los elementos de juicio de que dispone serán otros.
Con esto quiero señalar que mal puede alguien planificar la vida de otros, si ni siquiera dispone de información respecto de cuáles serán sus propias preferencias personales. En alguna oportunidad se ha dicho que los planificadores pretenden ser omnímodos y, por tanto, pretenden “jugar a Dios”. En realidad la actitud arrogante y presuntuosa del planificador pretende ir todavía más allá: pretende ser más que Dios. La Primera Causa nos ha dado libre albedrío. Permite que mejoremos o empeoremos como seres humanos. Sin embargo, el planificador de vidas ajenas pretende la omnisciencia y también pretende imponer conductas a los demás. Por cierto una actitud bastante ridícula, además de malsana y contraproducente. En la alegoría que se nos presenta en el Génesis (3: 5), precisamente, la tentación fatal estriba en pretender ser como dioses. La actitud sabia es en verdad la de Sócrates.
En realidad a muchos se les ha pasado inadvertido que la caída del muro de Berlín se debe a la incomprensión de los problemas inherentes a la planificación y a la información que se simula tener y, como queda dicho, no se tiene. Ludwig von Mises hace ya más de setenta años explicó que no resulta posible el cálculo económico sin precios y, para que los precios resulten posibles, es menester que se respete la institución de la propiedad privada. La asignación de los siempre escasos factores productivos puede llevarse a cabo basada en el cálculo que permite el sistema de precios. Sin precios no podemos decir si los caminos hay que construirlos de oro o de pavimento. Si no nos suena bien hacerlos con el metal aurífero es porque tenemos recuerdos de los precios relativos, pero si se socializa la propiedad la asignación de recursos no puede efectuarse en base a recuerdos sino en base a situaciones presentes que sólo pone de manifiesto la operatoria del mercado. Por ende, jugar una carrera con Dios constituye una desafortunada prueba que inexorablemente conduce a situaciones muchos peores que las que ingenuamente se intentaba remediar.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Impuestos vs Talentos

Miami (AIPE)- Una de las cosas que más disgusta a los políticos sobre la globalización, y también de la explosión informativa en internet, es que las naciones en el siglo XXI tendrán que competir cada día más para atraer tanto a las inversiones como al capital humano.
Es muy lindo ir de viaje de vacaciones a Suecia o Dinamarca, pero un ejecutivo o técnico que quiera irse a trabajar a uno de esos paraísos de “bienestar social”, tan alabados por la izquierda latinoamericana, le descontarán 60 por ciento de su sueldo en impuesto sobre la renta. Y si escoge Francia, Bélgica o Nueva York, el gobierno le quitará 40 por ciento. Países como Italia y Alemania siguen a la par en despojo gubernamental, por lo que brillantes jóvenes ejecutivos que quieren ahorrar, para poder comprarse una casa o invertir en la bolsa de valores, estudian la posibilidad de trabajar en Dubai (Emiratos Árabes Unidos) o Qatar, donde el impuesto sobre la renta es cero. Esto no solamente resulta muy atractivo para los jóvenes que están comenzando a ahorrar, sino también para los ya bastante viejos –y experimentados- que ven acercarse la fecha de su jubilación y no cuentan todavía con ahorros suficientes para mantener su actual nivel de vida.
El primer paraíso impositivo de gran éxito lo creó el escocés Sir John Cowperthwaite, Secretario de Finanzas de Hong Kong desde 1961 a 1971, quien describía su política económica como “el no-intervencionismo positivo”. Ese genial burócrata estableció el primer impuesto sobre la renta de tasa única, copiado con inmenso éxito por varias naciones ex comunistas de Europa oriental que han logrado así aumentar la recaudación total bajando la tasa impositiva y haciéndola pareja para todos. Sir John, quien fue miembro de la Sociedad Mont Pèlerin y falleció en enero de 2006, gozaba de otra característica poco común en la administración pública, modestia personal, como lo comprueba esta famosa frase suya: “Yo hice muy poco. Todo lo que hice fue tratar de prevenir algunas cosas que pudieran trastornarlo”.
Cowperthwaite era tan decidido defensor de la libertad individual que no publicaba estadísticas económicas por temor a que fuesen utilizadas por otros funcionarios para entrometerse y planificar. Así, cientos de miles de chinos refugiados del comunismo pudieron transformar esa inhóspita región de apenas 1.077 kilómetros cuadrados, con un puerto como única riqueza natural, en un moderno paraíso capitalista. El laissez-faire y bajos impuestos de Cowperthwaite lograron que el ingreso per cápita de Hong Kong, que en 1960 equivalía apenas al 28 por ciento del de Gran Bretaña, se multiplicara y alcanzara para 1996 -el año antes de la devolución de esa colonia inglesa a China-, 37 por ciento por encima del de Gran Bretaña, país que ya entonces gozaba del inmenso auge logrado por la primer ministra Thatcher. Hoy, Hong Kong sirve a la nueva China de guía sobre lo que se puede alcanzar con libertad económica.
Países asiáticos como Taiwán, Singapur, Corea del Sur y China son los más atractivos con respecto a los impuestos, mientras que América Latina tiende a seguir los pasos de Europa occidental y en Estados Unidos todavía escuchamos a los políticos -como también a empresarios mercantilistas- insistir que el proteccionismo y altos muros contra la inmigración benefician a los trabajadores y fomentan el crecimiento económico. Hong Kong es prueba de todo lo contrario y ocupa, año tras año, el primer puesto en el Índice de Libertad Económica.
___* Director de la agencia AIPE.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Sobre Derechas e Izquierdas

¿Qué importancia tiene?
Por Hugo Balderrama
Hemos explicado, tanto en nuestras clases a nuestros alumnos, como en nuestros artículos, apoyados en sólida bibliografía y respaldados por autores de la talla de Ludwig von Mises, Friedrich A. von Hayek, Murray Rotbhard, Alberto Benegas Lynch (h) y muchos otros, como del socialismo deriva el marxismo y como de ambos derivan el fascismo y el nazismo. No vamos a repetirlo aquí y daremos por supuesto que el lector conoce tales argumentos.
También hemos explicado profusamente, la continua y permanente, arbitraria y malintencionada manipulación que del lenguaje hacen estas tres doctrinas, que normalmente y para mayor síntesis, abarcamos bajo el nombre común de colectivismo, ya que la base de sus postulados son colectivos, en franca oposición y enfrentamiento a los individuos. El colectivo socialista, está representado por los "obreros, proletarios, marginados, excluidos, disminuidos, alienados, etc." etiquetas todas aplicables siempre a la misma categoría de personas, que solo van cambiando conforme las modas, que también intentan imponer -y de continuo imponen- los mismos colectivistas. Por su lado, el colectivo nazi, esta representado por la raza o la etnia; que va alternando de acuerdo a la época y el país que se trate; una forma atenuada de hoy en día, son los modernos nacionalismos de tipo criollo o populista, timoratas expresiones de un nazismo oculto e incipiente que posa de "democrático"; por ultimo, el colectivo fascista está representado por la corporación, que en esta versión socialista, reemplaza a la masa obrera y a la raza o nacionalidad, como síntesis de la corporación. En la tesis fascista, obreros y empresarios pierden identidad como grupos separados y antagónicos y confluyen en una corporación única que estará representada por el estado totalitario como síntesis conciliadora y unificadora de las divisiones internas en su seno. Como se ve y se dijo antes, todos ellos tres son colectivos, y su antítesis y enemigo común en todas estas versiones no es otro que el individuo y la doctrina que defiende a este individuo, es decir, el liberalismo.
Sentado esto, viene el mas célebre de los engaños jamás pergeñado en política y economía, el engaño que pretende que por estar estas dos de estas tres sectas furiosamente enfrentadas entre si, difieren en esencia, nada mas falso y no por falso menos extendido que esta enorme falacia.
Ciertamente, ha habido enfrentamientos históricos entre nazi-fascistas, de un lado, y socialistas por el otro; de la misma manera que han existido enfrentamiento entre calvinistas, católicos, protestantes, luteranos y evangelistas, y así como estos últimos, entre tantos otros omitidos, creen todos en Cristo como el Salvador, y sin pretender trazar ningún tipo de analogía intrínseca entre esas doctrinas y las que siguen; de la misma manera, nazis, fascistas y socialistas creen los tres en el colectivo contra el individuo; creen los tres en la propiedad colectiva o común contra la privada; creen los tres en la violencia como metodología de acción válida y única, y estas creencias en común también son la base de sus enfrentamientos internos, ya que la disputa versa no sobre si el colectivo es superior al individuo (cosa que ninguno de ellos niega), sino en cual colectivo concreto de los tres en pugna ha sido el elegido por el destino, el azar o la providencia para ostentar el sumo poder. En tanto los socialistas dirán que el colectivo dominante deben ser los trabajadores; los proletarios y obreros, o los pobres y excluidos (dependerá de la etiqueta de moda en ese momento a cual le toque); el colectivo nazi dirá que deberá serlo la raza o etnia superior, en tanto que el fascismo sostendrá que debe ser el colectivo corporativista el supremo. Pero todos ellos excluyen al unísono y por unanimidad, al individuo y la propiedad privada.
Que el socialismo se haya puesto a la izquierda y haya ubicado en la derecha al fascismo y nazismo no borra estas similitudes y parentescos entre los tres, excepto para los incautos. Esas etiquetas de izquierda y derecha creadas por ellos para sostener, mantener y reforzar su pretendido o real "antagonismo" son falsas, y en realidad no tienen ningún rigor y no deberían motivar controversias, porque no las merecen. Baste tener en claro que nazismo, socialismo y fascismo son parientes consanguíneos que sostienen ardorosas disputas y contiendas familiares, que determinar luego si son los tres de izquierda o de derechas, es una cuestión que carece por completo de importancia. Sea que al nazismo, socialismo y fascismo se los ubique en la izquierda o se diga que son los tres de derecha no tiene relevancia en absoluto.
La cuestión es tan disparatada y tan poca científica, que nazis y fascistas sostienen que el liberalismo es de izquierda, en tanto que los socialistas sustentan que es de derecha. Lo que refuerza una vez mas la tesis de que el enemigo común que une a socialistas nazis y fascistas es el liberalismo capitalista que defendemos.
Como liberal, no me interesa estar en la izquierda o en la derecha, siempre y cuando si me ponen en la izquierda, fascistas, nazis y socialistas estén los tres bien lejos en la derecha, o si gustan ponerme en la derecha; nazis, fascistas y socialistas estén los tres bien lejos en la izquierda. Entrar en este juego, en el que permanentemente entran y juegan nazis, fascistas y socialistas; sobre quién esta en la derecha y quién en la izquierda, no es mas que una manera bastante estúpida de perder el tiempo. Sin embargo, y a juzgar por la cantidad de espacios que se le brindan a estas divisiones izquierdo-derechas en la prensa, medios varios y aun en los libros, parece que los juegos estúpidos atraen a mas de un analista que posa de serio. De allí que me ría y no me llame la atención en absoluto que si converso con un nazi me diga que soy de izquierda en tanto que si lo hago con un socialista me diga que soy de derecha....yo no juego juegos estúpidos porque se muy bien de que lado estoy...del lado del liberalismo capitalista, sea de centro, derecha o de izquierda, lo mismo da. El lector podrá ponerme, desde luego, del lado que más le agrade. Por mi parte, tengo en claro que el liberal capitalismo no tiene nada que ver con nazismo, fascismo y socialismo por lo apuntado antes respecto del individualismo capitalista y el colectivismo socialista, fascista y nazi, la defensa de la propiedad privada del capitalismo individualista y el ataque en común contra ella de nazis, socialistas y fascistas para lograr su destrucción y su reemplazo por la propiedad colectiva (que en definitiva siempre desemboca en manos del estado tirano, ya sea que este estado sea gobernado por proletarios, nazis o fascistas).
Por eso carece de importancia donde esta ubicado el liberalismo, si a la derecha, la izquierda o el centro. Lo cierto es que esta lejos, pero muy lejos del nazi-fascismo-socialista.

mas sobre transferencias

Bolivia: Precio del Petroleo y Subsidios
Los economistas han insistido largamente en los peligros de sostener subsidios en cualquier área de la economía. Los subsidios forman parte de esas fábulas misteriosas que sugieren que el gobierno "debe ayudar" a sectores débiles, industrias nacientes, o pagar parte de algunos bienes considerados "esenciales" para los consumidores. Fábulas misteriosas por dos razones: 1. "There is no free lunch"..."no hay nada gratis en este mundo"...si se subsidia algo se está forzosamente sacrificando alguna otra cosa. Cuando se subsidia, por ejemplo, los costos de capital de los artesanos, se beneficia a este grupo pero se perjudica a otros. El problema es que es fácil identificar a los beneficiados (los artesanos) pero es más difícil identificar a los perjudicados (algún otro sector que compite con los artesanos, por ejemplo, importadores, o los consumidores que pagan los impuestos que pagan el subsidio). Por esta razón el sacrificio implícito de un subsidio duele menos de lo que debería (ojos que no ven, corazón que no siente). Esto lleva a muchos (políticos populistas en busca de votos) a favorecer subsidios.2. Los subsidios crean incentivos perversos. Al abaratar artificialmente los costos de capital para los artesanos se crea una burbuja de protección para este sector que puede desarrollar hábitos ineficientes y aún hacer rentable su actividad. Lo mismo sucede con los llamados bienes "esenciales." Los subsidios distorsionan sus precios y por tanto estos no reflejan la real escasez relativa de los bienes. Los recursos serán entonces asignados en base a estos precios distorsionados y toda la cadena de producción hacia abajo será afectada ineficientemente.Un ejemplo? Bolivia subsidia el precio del diesel. El precio del petroleo (en directa proporción al del diesel) sube en los mercados internacionales (superando actualmente los 58 dólares por barril) pero el precio del diesel se mantiene constante en Bolivia gracias a los subsidios. El costo? (en La Razón)El alza del petróleo en el mercado internacional hizo subir la subvención al diesel de importación en más del 150 por ciento. Esto representa un gasto adicional para el Tesoro General de la Nación de entre 24 y 28 millones de dólares.Así lo hizo conocer ayer el viceministro de Presupuesto y Contaduría Pública, José Luis Pérez, quien explicó que el Ministerio de Hacienda sólo había proyectado 16 millones de dólares para este año por concepto de subvención al diesel.Otro monto más, de $us 22 millones, subvenciona el gas licuado de petróleo.Quién paga estos millones? Todos los bolivianos via impuestos. Recursos que pudieron haberse destinado a otras actividades. Otro costo, probablemente el más peligroso, es el incremento del déficit fiscal, que de no ser controlado, tarde o temprano acaba en presiones inflacionarias.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Qué es la Inflación?

Por Ricardo Manuel Rojas
En las últimas décadas, muchos políticos –y economistas que avalan académicamente sus discursos-, se han empeñado en sostener que la inflación es el aumento de los precios. Ello es muy conveniente, pues permite echarle la culpa a alguien más que al propio gobierno por sus nefastas consecuencias (por ejemplo a los comerciantes que “suben” los precios, a los “especuladores”, a las variaciones del comercio internacional, etc.).
Sin embargo, la teoría económica más ortodoxa ha explicado desde siempre que la inflación es el aumento en la cantidad de dinero circulante en relación con los bienes disponibles. El aumento de los precios es una consecuencia de la inflación, al igual que la fiebre es una consecuencia de la infección. Son efectos, no causas; y el único ente capaz de generar inflación es el gobierno, al emitir moneda sin respaldo.
Pensando en esta distorsión del concepto, se me ocurrió consultar el diccionario de la Real Academia Española para ver cómo la define. Esto lo hice con cierto recelo ideológico, basado en el rechazo de que exista una autoridad política del lenguaje.
Ya en el siglo XVIII, los autores morales escoceses explicaban que las mayor parte de las instituciones sociales son el producto de una evolución espontánea que, si bien requiere de la participación humana, no son organizadas o diseñadas por ninguna autoridad o director. Adam Ferguson lo decía con estas palabras: “Las naciones tropiezan con instituciones que ciertamente son el resultado de la acción humana, pero no la ejecución del designio humano”. Es bueno recordar que tanto Ferguson como Adam Smith ubicaban entre estas instituciones que crecían espontáneamente, al derecho, el mercado, la moneda y el lenguaje.
Por eso probablemente el idioma inglés no tiene, como el castellano, una autoridad que se arrogue el monopolio de determinar el significado de las palabras que las personas utilizan. Al igual que en el mercado, existe una “mano invisible” que termina consensuando el significado de los términos entre los distintos diccionarios, sin que medie imposición de autoridad alguna.
Consulté en la página web de la Real Academia Española cuál es el significado de la palabra “inflación” en su acepción económica en la actualidad, y me encontré con esta definición: “Econ. Elevación notable del nivel de precios con efectos desfavorables para la economía de un país”.
Desalentado por esta diferencia entre la acepción “oficial” del término y su significado real, decidí consultar a la vigésima edición del mismo diccionario, del año 1984, y me encontré con que la Real Academia Española definía a la inflación de este modo hace veinte años: “Econ. Exceso de moneda circulante en relación con su cobertura, lo que desencadena un alza general de precios”.
Advertí entonces que los conceptos vienen siendo cambiados por la autoridad del lenguaje, del mismo modo que ocurría con el decálogo de la “animalidad” en la granja o con la neo-lengua de 1984, descriptos por Orwell.
Esta decisión del “dictador de la lengua”, resulta curiosamente operativa para los dictadores de la moneda, del mercado y del derecho, para usar los ejemplos traídos por Ferguson hace más de dos siglos.
El nuevo concepto impuesto arbitrariamente justifica que los gobernantes, como “dictadores monetarios”, sigan emitiendo moneda sin pudor, desligando este proceso de sus consecuencias inflacionarias; permite echarle la culpa del aumento de los precios a los comerciantes y por lo tanto intervenir como “dictador del mercado”, imponiendo “precios sugeridos”, cerrando la exportación de productos, etc., y como “dictador de la ley”, amenazando con la cárcel a quienes no acaten sus regulaciones, como ocurre con la ley de Abastecimiento en Argentina.
El punto de partida de todo ello es torcerle el sentido a las palabras, distorsionar los conceptos, y de ese modo evitar una discusión razonable sobre la realidad.
Pero como decía Francis Bacon, “la realidad, para ser comandada, debe ser obedecida”. Distorsionarla, sólo puede conducir al caso general, incluso para quienes piensan que el engaño es una forma aceptable de gobierno.
La causa de la inflación seguirá siendo el aumento de la emisión monetaria, aunque filólogos y políticos pretendan disponer otra cosa.

Democracía: Luz amarilla

Por Alberto Benegas Lynch (h)
En esta instancia del proceso de evolución cultural, la democracia es el sistema más civilizado para traspasar de manos el poder. La alternativa es la del “dictador benévolo”, lo cual no sólo constituye una ruleta rusa sino que se abdica de derechos de petición y manifestación, de prensa, y generalmente se incurre en arbitrariedades de diverso tenor debido a que desaparecen los contralores, como la división de poderes, el Parlamento, etcétera.
En función de gobierno, todos tenemos que someternos a controles. Eliminarlos porque se trata de una "persona buena" constituye un absurdo muy peligroso. Resulta similar a otorgar un monopolio legal a alguien suponiendo que se comportará como si estuviera en competencia.

Habiendo dicho esto, me parece de gran importancia precisar qué queremos significar cuando aludimos a un régimen democrático. Desde Aristóteles en adelante, la esencia de la democracia es la libertad. No se trata sólo de un proceso electoral. El constitucionalista Juan González Calderón decía que los demócratas de los números ni de números entienden, puesto que suponen que el 50% más el 1% es igual al 100% y que el 50% menos el 1% es igual al 0%. Cualquiera que haya estudiado introducción a la aritmética sabe que se trata de ecuaciones falsas.

La democracia tiene un aspecto formal, que es la mayoría o las primeras minorías, y una parte sustancial, que es la obligación de los gobernantes de respetar y garantizar los derechos de los gobernados. Si se limitara al aspecto formal podríamos sostener el absurdo de que el Gobierno de Hitler fue democrático. Benjamin Constant, Bertrand de Jouvenel, Giovanni Sartori y tantos otros autores han destacado la importancia de respetar las minorías como un aspecto medular de la democracia.

Sartori dice que, de lo contrario, el demos se convierte en anti-demos, y Constant afirma con razón que el 99% de las personas no puede irrespetar el derecho del 1%. El célebre premio Nobel Friedrich A. von Hayek señala, por su parte: "Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata".

Para poner un ejemplo extremo: si un Parlamento votara la exterminación de los pelirrojos, ¿deberían éstos poner el pescuezo en nombre de la democracia o deberían resistir con todas sus fuerzas para preservar sus vidas? Es de interés recordar que, en las últimas líneas de su obra más conocida, Herbert Spencer escribía que hasta el momento (1850) la tarea más importante había sido la de intentar el control de las monarquías absolutas, y que en adelante debía centrarse la atención en poner límites a los parlamentos. Ya Cicerón advirtió que "el imperio de la multitud no es menos tiránico que la de un hombre solo, y esta tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre del pueblo".

Y es que desde la Carta Magna de 1215 toda la teoría constitucional se basa en establecer estrictos límites al poder para mantenerlo en brete. Hoy día, sin embargo, observamos que se han introducido de contrabando nociones patéticas del derecho, asimilándolas a puros deseos que nada tienen que ver con nociones jurídicas. Así, se inscribe en los códigos una interminable lista de pseudoderechos que significan la lesión de derechos de terceros, en lenguaje oscuro imposible de descifrar, con lo que se perjudica muy especialmente a los que menos tienen.

Contar con marcos institucionales civilizados es lo que hace la diferencia entre vivir en Canadá o en Uganda. No se trata de latitudes geográficas, de etnias ni de recursos naturales; se trata de que los aparatos estatales cumplan con su misión de impartir justicia y brindar seguridad, que son, precisamente, las faenas que habitualmente no cumplen. Sólo así se implantará un sistema que merezca el nombre de "democracia".

Sólo así nos liberaremos de caudillismos corruptos y de legislaciones que promueven la lucha de todos contra todos para ver quién saca la mejor tajada a expensas de los demás.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Un poco de arqueología interior

31 de octubre de 2007
Un poco de arqueología interior
Por Alberto Benegas Lynch (h.)
La Nación

El tema de esta nota viene a cuento a raíz de mis labores como director de tesis en las que, en algunos casos, observo una marcada tendencia por parte de doctorandos a acoplarse a lo convencional y apartarse de lo contestatario. Hay un temor reverencial por quedar afuera y salirse de lo que viene repitiéndose machaconamente.

Esta forma de proceder puede extenderse a muchos órdenes de la vida. Lamentablemente, en no pocos centros educativos, desde temprana edad se enseña a memorizar y a repetir, en lugar de desmenuzar, pensar y tamizar. Esto es, más bien, domesticar. De este modo, se pierden contribuciones valiosas que nunca son paridas, precisamente por la inhibición y el escrúpulo de salirse de la media. De tanto decir y hacer lo que dicen y hacen otros, la persona se pierde a sí misma y termina en el diván del psicoanalista presa de una crisis de identidad, preguntando quién es en verdad.

John Stuart Mill aludía al despotismo de la costumbre, que es hostil a la individualidad. “El hombre rápidamente se torna incapaz de concebir la diversidad cuando por un tiempo se acostumbra a no verla.”

Las antiutopías de escritores como Jerome, Zamyatin, Riesman, Lewis, Orwell y Huxley van en esta dirección y se conectan con el autoritarismo. Este último autor, en la versión corregida, mejorada y ampliada de su obra más conocida, Nueva visita a un mundo feliz, señala: “Una multitud es caótica, no tiene propósitos propios y es capaz de cualquier cosa menos de acciones inteligentes y de pensamientos realistas”. A esta “condición subhumana” es a la que se dirige el demagogo.

Tal vez, si esto se expone de modo general habrá acuerdo, pero cuando vamos a lo específico comienzan las divergencias. Pondré un ejemplo que puede parecer baladí, pero que sirve para constatar hasta qué punto se concuerda o no con el peligro de abdicar de las propias responsabilidades en favor del aparato político.

La otra noche, en un restaurante, uno de los comensales felicitó al dueño del local por la decoración y, sobre todo, por la limpieza. El titular, después de agradecer, se despachó contra algunos de sus competidores, porque no estaban sujetos al control estatal en materia de higiene. Como era de esperarse, la mayoría puso el grito en el cielo por tamaña omisión. Los menos, en cambio, intentamos explicar que cada persona debe asumir la responsabilidad por lo que come y donde decide hacerlo. Si es engañada –decíamos– puede recurrir a la justicia y, si prefiere, puede delegar la verificación en auditorías privadas para las “cintas de calidad” y otros distintivos, tal como se hace en otros lares. Lo interesante de este último caso es que se despolitiza un tema tan delicado y, si llega a producirse una intoxicación, las empresas no sólo son pasibles de ser demandadas, sino que es probable que desaparezcan del mercado.

En cambio, en el caso de la politización y de los controles a cargo del Estado, si se produce un envenenamiento, en la peor de las situaciones, se remueve un funcionario, se lo sustituye por otro y todo sigue igual. El cohecho es más fácil en estructuras necesariamente monopólicas, donde no hay dueños interesados en mantener y acrecentar su prestigio con un buen servicio. La degradación del servicio privado aparece cuando hay componendas con el Estado.

En la órbita política no se mide la calidad de servicios por los resultados. En lo privado, el que da en la tecla con lo que reclama la gente obtiene ganancias y el que se equivoca, pérdidas. En el ámbito político no hay tal cosa y, por otro lado, ¿alguien piensa seriamente que salvará su vida porque los alimentos que ingiere son inspeccionados por empleados del Gobierno? ¿O, más bien, conjetura que el restaurante pretende consolidar su imagen y su nombre para seguir funcionando?

El ejemplo anterior puede parecer extremo, pero se repite. Así, se dice que es muy importante que “la autoridad monetaria” establezca garantías a los depósitos, puesto que la mayor parte de la gente no es experta en banca ni en finanzas, sin percibir, por una parte, que es el vecino el garante compulsivo, vía fiscal, con su patrimonio, y, por otra, que se incentiva la irresponsable colocación de fondos, puesto que si la operación sale mal es otro el que se hace cargo.

La llamada educación privada debe seguir las pautas impuestas por los ministerios del ramo, porque la gente no sabría elegir qué le conviene. En lugar de permitir las identificaciones múltiples y cruzadas, los documentos únicos son obligatorios y provistos por gobiernos “para mayor seguridad”, sin percatarse de que facilita la tarea de criminales que con solo falsificar un documento tienen todas las puertas abiertas. Como apunta James Harper, seguramente nos daríamos cuenta del dislate si nos impusieran una sola llave que sirviera para nuestra casa, la caja fuerte, el automóvil, la oficina, etc., y además, fabricada en una cerrajería estatal.

De nada vale quejarse por los avances de los tentáculos del Leviatán estatal si aceptamos su injerencia en todos los recovecos de nuestras vidas. Como ha escrito Tocqueville, “se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”.

Respecto de nuestro país, resulta curioso que en algunos casos se pretenda cambiar de gobernantes, pero no discutir ni objetar sus funciones, como si un apellido distinto pudiera obrar milagros. No está de más recordar una reflexión de Alberdi: “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía a Alejandro; que no le hiciera sombra”.

Octavio Carranza acaba de publicar un libro en el que, entre otras cosas, cita tres documentos que marcaron la historia argentina de las últimas seis décadas. Se trata del discurso de un conocido caudillo conservador, de la declaración nazifascista del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), de la que participó Perón, y de la Declaración de Avellaneda, del radicalismo personalista, aprobada el 4 de abril de 1945. Mientras no seamos capaces de renunciar a esos quistes será imposible el progreso. Mientras no nos detengamos a hacer un poco de arqueología interior para descubrir las razones de las claudicaciones conscientes o inconscientes, no habrá solución.

En el primer documento, leemos en el discurso de Manuel Fresco, del 17 de noviembre de 1941: “Queremos salvar la organización social y las virtudes de antigua estirpe hispánica, informándolas con el espíritu de la nueva justicia social, que se levanta frente al régimen plutocrático, que es burgués, capitalista, ateo, liberal, antiheroico y antimilitarista”.

El segundo dice, en los prolegómenos del golpe militar de 1943: “Alemania ha dado a la vida un sentido heroico. Esos serán ejemplos. Para realizar el primer paso, que nos llevará a una Argentina grande y poderosa, debemos apoderarnos del poder [sic]. Jamás un civil comprenderá la grandeza de nuestro ideal, por lo cual habrá que eliminarlos del gobierno y darles la única misión que les corresponde: trabajo y obediencia. (...) La lucha de Hitler en la paz y en la guerra nos servirá de guía”.

El tercer documento incluye entre sus enunciados que la tierra “será para los que la trabajen, individual o colectivamente. Dejará de ser un medio de renta y especulación para transformarse en un instrumento de trabajo y beneficio nacional (...) Nacionalización de todas las fuentes de energía natural, de los servicios públicos y de los monopolios extranjeros y nacionales que obstaculicen el progreso económico del país, entregando su manejo a la Nación”.

Como bien se dice, no es posible disponer de la torta y simultáneamente comérsela. No podemos pretender la independencia y simultáneamente abdicar de nuestras facultades y responsabilidades a favor del poder político. Constituye una quimera cifrar las esperanzas en actos electorales si previamente no entendemos cuáles fueron las causas de que la Argentina estuviera ubicada en uno de los lugares más destacados y admirados del planeta antes de ceder ante los populismos, las demagogias y las corrupciones más desfachatadas. Los gastos públicos crecientes, la deuda estatal astronómica (a pesar del default) y la impenetrable maraña fiscal son el resultado indefectible de aquellas aventuras. La arqueología interior se hace imperativa.

Carl Jung dice en la obra que lleva el sugestivo título The Undiscovered Self: “El individuo está privado de manera creciente de su decisión moral en cuanto a cómo debe vivir su vida y, en su lugar, está reglamentado, vestido, alimentado y educado como una unidad social. El Estado se convierte en una personalidad cuasi animada, de la que se espera todo. En realidad, es sólo un camuflaje para aquellos que saben cómo manipularlo”.

martes, 30 de octubre de 2007

Mi Primo El Che


MI PRIMO, EL CHE. Por Alberto Benegas Lynch*.
15-10-2007
"Esperemos que los que siguen usando lo símbolos del Che como una gracia perciban que se trata de la humorada mas lúgubre, mórbida y patética de cuantas se le pueden ocurrir a un ser humano. Es lo mismo que ostentar la imagen de la tenebrosa cruz svástica como señal de paz..."
MI PRIMO, EL CHE. Por Alberto Benegas Lynch*Especial para LIBREPRESS

LiberPress- Buenos Aires, 14 de Octubre de 2007 - Ahora que se han aquietado algo las aguas de un nuevo aniversario de la muerte del Che Guevara, escribo sobre este personaje macabro con algún ingrediente que, en parte, introduce otra perspectiva.
En mi familia se ha hablado bastante del Che ya que mi padre era primo hermano del suyo. El abuelo del sujeto de marras era una persona excelente, Roberto Guevara, casado con Anita Lynch, hermana de mi abuela materna. En tren de genealogía, consigno que soy mas Lynch que Benegas ya que tanto mi padre como mi madre descienden de dos de los hijos de Patricio Lynch, de quien desciende también el Che.
De entrada este revolucionario nato reveló cierta inclinación por el incumplimiento de la palabra empeñada puesto que le prometió a su primera novia que saldría a comprar cigarrillos y nunca mas volvió. Mostraba también ciertas rarezas al esforzarse en dar diez pasos a la salida de todos los ascensores y caer con la pierna izquierda, cosa que si no lograba volvía al adminículo y repetía la operación hasta que daba en la tecla (ya lo de la pierna izquierda parecía anunciar algo de su futuro dogmático).
Mi padre solía repetir el conocido aforismo de aquello que “los parientes no se eligen, se eligen los amigos”. Si bien es cierto que en todas las familias hay bueno, regular y malo en proporción al tamaño de las mismas, siempre noté cierta dosis de vergüenza por el hecho de que se había filtrado en la nuestra un personaje de características tan siniestras. En una oportunidad, una de mis tías me contó que de muy chico el Che se deleitaba con provocar sufrimientos a animales y, de más grande, insistía en que la muerte (de otros) no era tan mala después de todo y que, en este contexto, se adelantó a la definición de Woody Allen: “morir es lo mismo que dormirse pero sin levantarse para hacer pis”.
Esto último que puede parecer gracioso y ocurrente cuando proviene de ámbitos cinematográficos, resultó un una tragedia mayúscula para los cientos de asesinados por el Che quien finalmente transformó aquella definición en que “el verdadero revolucionario debe ser una fría máquina de matar”. Y todo por la manía de los Stalin, Pol Pot, Hitler y Castro de este planeta que en sus ansias por fabricar el consabido “hombre nuevo” han torturado, vejado, mutilado y asesinado a millones de seres humanos.
Y pensar que Cuba, a pesar de las barrabasadas de Batista, era la nación de mayor ingreso per capita de Latinoamérica, eran sobresalientes en el mundo las industrias del azúcar, refinerías de petróleo, cerveceras, plantas de minerales, destilerías de alcohol, licores de prestigio internacional; tenía televisores, radios y refrigeradores en relacion a la población igual que en Estados Unidos, líneas férreas de gran confort y extensión, hospitales, universidades, teatros y periódicos de gran nivel, asociaciones científicas y culturales de renombre, fábricas de acero, alimentos, turbinas, porcelanas y textiles. Todo antes de que el Che fuera ministro de industria, período en que el desmantelamiento fue escandaloso. La divisa cubana se cotizaba a la par del dólar, antes que el Che fuera presidente de la banca central.
Como no podía ser de otro modo el Che comenzó su carrera como peronista empedernido. Recordemos que la política nazi-fascista de Perón sumió a la Argentina en lodazal del que todavía no se ha recuperado y que, entre otras cosas escribió en 1970 que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” y, cuando estaba en el poder vociferó en 1947: “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” y, en 1955, sentenció que “Al enemigo, ni justicia”.
Es inadmisible que alguien con dos dedos de frente sostenga que la educación en Cuba es aceptable puesto que, por definición, un régimen tiránico exige domesticación y sólo puede ofrecer lavado de cerebro y adoctrinamiento (y con cuadernos sobre los que hay que escribir con lápiz para que pueda servir a la próxima camada, dada la escasez de papel). Del mismo modo parecería que aun quedan algunas mentes distraídas que no se han informado de las ruinas, la miseria y las pocilgas en que se ha transformado el sistema de salud en Cuba y que solo mantiene alguna clínica en la vidriera para impresionar a cretinos.
Esperemos que los que siguen usando lo símbolos del Che como una gracia perciban que se trata de la humorada mas lúgubre, mórbida y patética de cuantas se le pueden ocurrir a un ser humano. Es lo mismo que ostentar la imagen de la tenebrosa cruz svástica como señal de paz.
Alberto Benegas Lynch
* El Autor: Alberto Benegas Lynch (h) es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias, en Argentina. Es Doctor en Economía y es Doctor en Ciencias de Dirección. Integra también la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Es autor de once libros y cuatro más en colaboración y enseña desde hace 35 años en universidades de la Argentina y del exterior. Sus libros incluyen prólogos del premio Nobel en Economía James M. Buchanan, del ex-Secretario del Tesoro del gobierno de los Estados Unidos, William E. Simon, del premio Nobel en Economía F.A. Hayek y de Jean-François Revel, miembro de la Academia Francesa. En dos oportunidades integró el Consejo Directivo de la Mont Pelerin Society y fué asesor económico de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, de la Cámara Argentina de Comercio, de la Sociedad Rural Argentina y del Consejo Interamericano de Comercio y Producción. Ha dictado seminarios y pronunciado conferencias en Canadá, Estados Unidos, Austria, Suiza, España, Australia, Corea del Sur, la República de China y en la mayor parte de los países latinoamericanos.

domingo, 14 de octubre de 2007

La máquina de matar: El Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista

11/7/2005
Alvaro Vargas Llosa
The New Republic


El Che Guevara, quien hizo tanto (¿o tan poco?) por destruir al capitalismo, es en la actualidad la quintaesencia de una marca capitalista. Su semblante adorna jarros de café, caperuzas, encendedores, llaveros, billeteras, gorras de béisbol, tocados, bandadas, musculosas, camisetas deportivas, carteras finas, jeans de denim, té de hierbas, y por supuesto esas omnipresentes remeras con la fotografía, tomada por Alberto Korda, del galán socialista luciendo su boina durante los primeros años de la revolución, en el instante en que el Che de casualidad se introdujo en el visor del fotógrafo—y en la imagen que, treinta y ocho años después de su muerte, constituye aún el logotipo del revolucionario (¿o del capitalista?) “chic”. Sean O''Hagan sostuvo en The Observer que existe incluso un jabón en polvo con el eslogan "El Che lava más blanco."

Los productos del Che son comercializados por grandes corporaciones y por pequeñas empresas, tales como la Burlington Coat Factory, la cual difundió un comercial televisivo presentando a un joven en pantalones de fajina luciendo una remera del Che, o la Flamingo''s Boutique en Union City, Nueva Jersey, cuyo propietario respondió a la furia de los exiliados cubanos locales con este argumento devastador: "Yo vendo lo que la gente desea comprar." Los revolucionarios también se unieron a este frenesí de productos—desde "The Che Store", que vende provisiones, hasta el sitio que atiende "todas sus necesidades revolucionarias" en Internet, y el escritor italiano Gianni Minà, quien le vendió a Robert Redford los derechos cinematográficos del diario del Che sobre su juvenil viaje alrededor de América del Sur en el año 1952 a cambio de poder acceder al rodaje del film Diarios de Motocicleta y de que Minà pudiese producir su propio documental. Para no mencionar a Alberto Granado, quien acompañó al Che en su viaje de juventud y ahora asesora documentalistas, y que se quejaba hace poco en Madrid, según el diario El País, ante un Rioja y un magret de pato, de que el embargo estadounidense contra Cuba le dificulta el cobro de las regalías. Para llevar a la ironía más lejos: el edificio en el cual nació Guevara en la ciudad de Rosario, Argentina, un espléndido inmueble de comienzos del siglo veinte sito en la esquina de las calles Urquiza y Entre Ríos, se encontraba hasta hace poco ocupado por la administradora de fondos de jubilaciones y pensiones privada Máxima AFJP, una hija de la privatización de la seguridad social argentina en la década de 1990.

La metamorfosis del Che Guevara en una marca capitalista no es nueva, pero la marca viene experimentando un renacimiento—un renacimiento especialmente destacable, dado que el mismo tiene lugar años después del colapso político e ideológico de todo lo que Guevara representaba. Esta suerte inesperada se debe sustancialmente a Diarios de Motocicleta, la película producida por Robert Redford y dirigida por Walter Salles. (Es una de las tres películas más importantes sobre el Che ya realizadas o actualmente en rodaje en los últimos dos años; las otras dos han sido dirigidas por Josh Evans y Steven Soderbergh.) Hermosamente rodada en paisajes que claramente han eludido los efectos erosivos de la polución capitalista, el film exhibe al joven en un viaje de auto-descubrimiento a medida que su conciencia social en ciernes tropieza con la explotación social y económica, lo que va preparando el terreno para la reinvención del hombre a quien Sartre llamara alguna vez el ser humano más completo de nuestra era.

Pero para ser más preciso, el actual renacimiento del Che se inició en 1997, en el trigésimo aniversario de su muerte, cuando cinco biografías abrumaron las librerías y sus restos fueron descubiertos cerca de una pista de aterrizaje en el aeropuerto de Vallegrande, en Bolivia, después de que un general boliviano retirado, en una revelación espectacularmente oportuna, indicara la ubicación exacta. El aniversario volvió a centrar la atención en la famosa fotografía de Freddy Alborta del cadáver del Che tendido sobre una mesa, escorzado, muerto y romántico, luciendo como Cristo en un cuadro de Mantegna.

Es usual que los seguidores de un culto no conozcan la verdadera historia de su héroe. (Muchos rastafaris renunciarían a Haile Selassie si tuviesen alguna idea de quien fue en realidad.) No sorprende que los seguidores contemporáneos de Guevara, sus nuevos admiradores post-comunistas, también se engañen a sí mismos al aferrarse a un mito—excepto los jóvenes argentinos que corean una expresión de rima perfecta: "Tengo una remera del Che y no sé por qué."

Considérese a algunos de los individuos que recientemente han blandido o invocado el retrato de Guevara como un emblema de justicia y rebelión contra el abuso de poder. En el Líbano, unos manifestantes que protestaban en contra de Siria ante la tumba del ex primer ministro Rafiq Hariri portaban la imagen del Che. Thierry Henry, un jugador de fútbol francés que juega para el Arsenal, en Inglaterra, se apareció en una importante velada de gala organizada por la FIFA, el organismo del fútbol mundial, vistiendo una remera roja y negra del Che. En una reciente reseña publicada en The New York Times sobre Land of the Dead de George A. Romero, Manohla Dargis destacaba que "el mayor impacto aquí puede ser el de la transformación de un zombi negro en un virtuoso líder revolucionario," y agregó: "Creo que el Che en verdad vive, después de todo."

El héroe del fútbol Maradona ostentó el emblemático tatuaje del Che en su brazo derecho durante un viaje en el que se reunió con Hugo Chávez en Venezuela. En Stavropol, al sur de Rusia, unos manifestantes que reclamaban los pagos en efectivo de los beneficios del bienestar social tomaron la plaza central con banderas del Che. En San Francisco, City Lights Books, el legendario hogar de la literatura beat, invita a los visitantes a una sección dedicada a América Latina en la cual la mitad de los estantes se encuentra ocupada por libros del Che. José Luis Montoya, un oficial de policía mexicano que combate el crimen relacionado con las drogas en Mexicali luce una vincha del Che porque ella lo hace sentirse más fuerte. En el campo de refugiados de Dheisheh, en la margen occidental del río Jordán, los afiches del Che adornan un muro que le rinde tributo a la Intifada. Una revista dominical dedicada a la vida social en Sydney, Australia, enumera a los tres invitados ideales en una cena: Alvar Aalto, Richard Branson, y el Che Guevara. Leung Kwok-hung, el rebelde elegido a la junta legislativa de Hong Kong, desafía a Beijing al vestir una remera del Che. En Brasil, Frei Betto, consejero del Presidente Lula da Silva y encargado del programa de alto perfil "Hambre Cero," afirma que "deberíamos prestarle menos atención a Trotsky y mucha más al Che Guevara." Y lo más estupendo de todo, en la ceremonia de este año de los Premios de la Academia, Carlos Santana y Antonio Banderas interpretaron la canción principal del film Diarios de Motocicleta: Santana se presentó luciendo una remera del Che y un crucifijo. Las manifestaciones del nuevo culto del Che están por todas partes. Una vez más el mito está apasionando a individuos cuyas causas en su mayor parte representan exactamente lo opuesto de lo que era Guevara.

Ningún hombre carece de algunas cualidades atenuantes. En el caso del Che Guevara, esas cualidades pueden ayudarnos a medir el abismo que separa a la realidad del mito. Su honestidad (quiero decir: honestidad parcial) significa que dejó testimonio escrito de sus crueldades, incluido lo muy malo, aunque no lo peor. Su coraje—que Castro describió como "su manera, en los momentos difíciles y peligrosos, de hacer las cosas más difíciles y peligrosas"—significa que no vivió para asumir la plena responsabilidad por el infierno de Cuba. El mito puede decir tanto acerca de una época como la verdad. Y es así que gracias a los propios testimonios que el Che brinda de sus pensamientos y de sus actos, y gracias también a su prematura desaparición, podemos saber exactamente cuan engañados están muchos de nuestros contemporáneos respecto de muchas cosas.

Guevara puede haberse enamorado de su propia muerte, pero estaba mucho más enamorado de la muerte ajena. En abril de 1967, hablando por experiencia, resumió su idea homicida de la justicia en su "Mensaje a la Tricontinental": “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Sus primeros escritos se encuentran también sazonados con esta violencia retórica e ideológica. A pesar de que su ex novia Chichina Ferreyra duda de que la versión original de los diarios de su viaje en motocicleta contenga la observación de "siento que mis orificios nasales se dilatan al saborear el amargo olor de la pólvora y de la sangre del enemigo," Guevara compartió con Granado en esa temprana edad esta exclamación: "¿Revolución sin disparar un tiro? Estás loco." En otras ocasiones el joven bohemio parecía incapaz de distinguir entre la frivolidad de la muerte como un espectáculo y la tragedia de las victimas de una revolución. En una carta a su madre en 1954, escrita en Guatemala, donde fue testigo del derrocamiento del gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió: “Aquí estuvo muy divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros matices que cortaron la monotonía en que vivía”.

La disposición de Guevara cuando viajaba con Castro desde México a Cuba a bordo del Granma es capturada en una frase de una carta a su esposa que redactó el 28 de enero de 1957, no mucho después de desembarcar, publicada en su libro Ernesto: Una Biografía del Che Guevara en Sierra Maestra: “Estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre”. Esta mentalidad había sido reforzada por su convicción de que Arbenz había perdido el poder debido a que había fallado en ejecutar a sus potenciales enemigos. En una carta anterior a su ex novia Tita Infante había observado que “Si se hubieran producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la posibilidad de devolver los golpes”. No sorprende que durante la lucha armada contra Batista, y luego tras el ingreso triunfal en La Habana, Guevara asesinara o supervisara las ejecuciones en juicios sumarios de muchísimas personas—enemigos probados, meros sospechados y aquellos que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado.

En enero de 1957, tal como lo indica su diario desde la Sierra Maestra, Guevara le disparó a Eutimio Guerra porque sospechaba que aquel se encontraba pasando información: “Acabé con el problema dándole un tiro con una pistola del calibre 32 en la sien derecha, con orificio de salida en el temporal derecho...sus pertenencias pasaron a mi poder”. Más tarde mató a tiros a Aristidio, un campesino que expresó el deseo de irse cuando los rebeldes siguieran su camino. Mientras se preguntaba si esta victima en particular "era en verdad lo suficientemente culpable como para merecer la muerte," no vaciló en ordenar la muerte de Echevarría, el hermano de uno de sus camaradas, en razón de crímenes no especificados: "Tenía que pagar el precio." En otros momentos simularía ejecuciones sin llevarlas a cabo, como un método de tortura psicológica.

Luis Guardia y Pedro Corzo, dos investigadores que se encuentran trabajando en Florida en un documental sobre Guevara, han obtenido el testimonio de Jaime Costa Vázquez, un ex comandante del ejército revolucionario conocido como "El Catalán," quien sostiene que muchas de las ejecuciones atribuidas a Ramiro Valdés (futuro ministro del interior de Cuba) fueron responsabilidad directa de Guevara, debido a que Valdés se encontraba bajo sus ordenes en las montañas. “Ante la duda, mátalo” fueron las instrucciones del Che. En vísperas de la victoria, según Costa, el Che ordenó la ejecución de un par de docenas de personas en Santa Clara, en Cuba central, hacia donde había marchado su columna como parte de un asalto final contra la isla. Algunos de ellos fueron muertos en un hotel, como ha escrito Marcelo Fernándes-Zayas, otro ex revolucionario que después se convertiría en periodista (agregando que entre los ejecutados había campesinos conocidos como casquitos que se habían unido al ejército simplemente para escapar del desempleo).

Pero la "fría máquina de matar" no dio muestra de todo su rigor hasta que, inmediatamente después del colapso del régimen de Batista, Castro lo pusiera a cargo de la prisión de La Cabaña. (Castro tenía un buen ojo clínico para escoger a la persona perfecta para proteger a la revolución contra la infección.) San Carlos de La Cabaña es una fortaleza de piedra que fue utilizada para defender a La Habana contra los piratas ingleses en el siglo dieciocho; más tarde se convirtió en un cuartel militar. De una manera que evoca al escalofriante Lavrenti Beria, Guevara presidió durante la primera mitad de 1959 uno de los periodos más oscuros de la revolución. José Vilasuso, abogado y profesor en la Universidad Interamericana de Bayamón en Puerto Rico, quien pertenecía al grupo encargado del proceso judicial sumario en La Cabaña, me dijo recientemente que

“El Che dirigió la Comisión Depuradora. El proceso se regía por la ley de la sierra: tribunal militar de hecho y no jurídico, y el Che nos recomendaba guiarnos por la convicción. Esto es: “Sabemos que todos son unos asesinos, luego proceder radicalmente es lo revolucionario”. Miguel Duque Estrada era mi jefe inmediato. Mi función era de instructor. Es decir legalizar profesionalmente la causa y pasarla al ministerio fiscal, sin juicio propio alguno. Se fusilaba de lunes a viernes. Las ejecuciones se llevaban a cabo de madrugada, poco después de dictar sentencia y declarar sin lugar (de oficio) la apelación. La noche más siniestra que recuerdo se ejecutaron siete hombres”.
Javier Arzuaga, el capellán vasco que les brindaba consuelo a aquellos condenados a morir y que presenció personalmente docenas de ejecuciones, habló conmigo recientemente desde su casa en Puerto Rico. Ex sacerdote católico de setenta y cinco años de edad, quien se describe como "más cercano a Leonardo Boff y a la Teología de la Liberación que al ex cardenal Cardinal Ratzinger," Arzuaga recuerda que

“La cárcel de La Cabaña se mantuvo llena a rebosar. Sobre 800 hombres hacinados en un espacio pensado para no más de 300: militares batistianos o miembros de algunos de los cuerpos de la policía, algunos “chivatos”, periodistas, empresarios o comerciantes. El juez no tenía por qué ser hombre de leyes; sí, en cambio, pertenecer al ejército rebelde, al igual que los compañeros que ocupaban con él la mesa del tribunal. Casi todas las vistas de apelación estuvieron presididas por el Che Guevara. No recuerdo ningún caso cuya sentencia fuera revocada en esas vistas. Todos los días yo visitaba la “galera de la muerte”, donde permanecían los prisioneros desde que eran sentenciados a muerte. Corrió la voz de que yo hipnotizaba a los condenados antes de salir para el paredón y que por eso se daban tan fáciles las cosas, sin escenas desagradables, y el Che Guevara dio orden de que nadie fuera conducido al paredón sin que yo estuviera presente. Yo asistí a 55 fusilamientos hasta el mes de mayo, cuando me fui. Eso no quiere decir que no se siguiera fusilando. Herman Marks era un americano, se decía que era prófugo de la justicia. Lo llamábamos “el carnicero” porque gozaba gritando “pelotón, atención, preparen, apunten, fuego”. Conversé varias veces con el Che con el fin de interceder por determinadas personas. Recuerdo muy bien el caso de Ariel Lima que era menor de edad, pero fue inflexible. Lo mismo puedo decir de Fidel Castro, a quien acudí también en dos ocasiones con igual propósito. Sufrí un trauma. A finales de mayo me sentía mal y se me recomendó abandonar la parroquia de Casa Blanca, dentro de cuyos límites se encontraba La Cabaña y que yo había atendido en los últimos tres años. Me fui a México para un tratamiento. Cuando nos despedíamos, el Che Guevara me dijo que nos habíamos llevado bien, tratando los dos de sacar el otro de su campo para atraerlo al de uno. “Hemos fracasado los dos. Cuando nos quitemos las caretas que hemos llevado puestas, seremos enemigos frente a frente”.
¿Cuánta gente fue asesinada en La Cabaña? Pedro Corzo ofrece una cifra de unos doscientos, similar a la proporcionada por Armando Lago, un profesor de economía retirado que ha compilado una lista de 179 nombres como parte de un estudio de ocho años sobre las ejecuciones en Cuba. Vilasuso me dijo que cuatrocientas personas fueron ejecutadas entre el mes de enero y fines de junio de 1959 (fecha en el que el Che dejó de estar a cargo de La Cabaña). Los cables secretos enviados por la Embajada de los Estados Unidos en La Habana al Departamento de Estado en Washington hablan de "más de 500." Según Jorge Castañeda, uno de los biógrafos de Guevara, un católico vasco simpatizante de la revolución, el fallecido Padre Iñaki de Aspiazú, hablaba de setecientas victimas. Félix Rodríguez, un agente de la CIA quien fue parte del equipo a cargo de la captura de Guevara en Bolivia, me dijo que él encaró al Che después de su captura respecto de "las dos mil y pico" ejecuciones por las que fue responsable durante su vida. "Dijo que todos eran agentes de la CIA y no se refirió a la cifra," recuerda Rodríguez. Las cifras más altas pueden incluir ejecuciones que tuvieron lugar en los meses posteriores a la fecha en que el Che dejó de estar a cargo de la prisión.

Lo cual nos trae de regreso a Carlos Santana y a su elegante indumentaria del Che. En una carta abierta publicada en El Nuevo Herald el 31 de marzo de este año, el gran músico de jazz Paquito D''Rivera reprochó a Santana su vestuario en la ceremonia de los Premios Oscar, y agregó: “Uno de esos cubanos fue mi primo Bebo, preso allí precisamente por ser cristiano. El me cuenta siempre con amargura cómo escuchaba desde su celda en la madrugada los fusilamientos sin juicio de mucho que morían gritando “¡Viva Cristo Rey!”.

El ansia de poder del Che tenía otras maneras de expresarse además del asesinato. La contradicción entre su pasión por viajar—una especie de protesta contra las limitaciones del estado-nación—y su impulso por convertirse en un estado esclavizante en relación a otras personas es patético. Al escribir acerca de Pedro Valdivia, el conquistador de Chile, Guevara reflexionaba: "Pertenecía a esa clase especial de hombres a los que la especie produce de vez en cuando, en quienes un anhelo por el poder ilimitado es tan extremo que cualquier sufrimiento para lograrlo parece natural." Podría haber estado describiéndose así mismo. En cada etapa de su vida adulta, sus megalomanía se manifestaba en el impulso depredador por apoderarse de las vidas y de la propiedad de otras personas, y de abolir su libre voluntad.

En 1958, después de tomar la ciudad de Sancti Spiritus, Guevara intento sin éxito imponer una especie de sharia, regulando las relaciones entre los hombres y las mujeres, el uso del alcohol, y el juego informal—un puritanismo que no caracterizaba precisamente su propia forma de vida. Les ordenó también a sus hombres que asaltaran bancos, una decisión que justificó en una carta a Enrique Oltuski, un subordinado, en noviembre de ese año: "Las masas que luchan están de acuerdo con asaltar a los bancos porque ninguno de ellos tiene un centavo en los mismos." Esta idea de la revolución como una licencia para reasignar la propiedad según le conviniese condujo al puritano marxista a apoderarse de la mansión de un emigrante tras el triunfo de la revolución.

El impulso de desposeer a los demás de su propiedad y de reclamar la propiedad del territorio de otros fue central a la política opresiva de Guevara. En sus memorias, el líder egipcio Gamal Abdel Nasser cuenta que Guevara le preguntó cuántas personas habían abandonado su país debido a la reforma agraria. Cuando Nasser replicó que ninguna, el Che contestó enojado que la manera de medir la profundidad del cambio es a través del número de individuos "que sienten que no hay lugar para ellos en la nueva sociedad." Este instinto depredador alcanzó un apoteosis en 1965, cuando empezó a hablar, como Dios, acerca del "Hombre Nuevo" que él y su revolución crearían.

La obsesión del Che con el control colectivista lo llevó a colaborar en la formación del aparato de seguridad que fue establecido para subyugar a seis millones y medio de cubanos. A comienzos de 1959, una serie de reuniones secretas tuvo lugar en Tarará, cerca de La Habana, en la mansión a la cual el Che temporalmente se retiró para recuperarse de una enfermedad. Allí fue donde los líderes principales, incluido Castro, diseñaron al estado policíaco cubano. Ramiro Valdés, subordinado del Che durante la guerra de guerrillas, fue puesto al mando del G-2, un cuerpo inspirado en la Cheka. Angel Ciutah, un veterano de la Guerra Civil española enviado por los soviéticos que había estado muy cerca de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, y que más tarde entablaría amistad con el Che, desempeñó un papel fundamental en la organización del sistema, junto con Luis Alberto Lavandeira, quien había servido al jefe en La Cabaña. El propio Guevara se hizo cargo del G-6, el grupo al que se le encomendó el adoctrinamiento ideológico de las fuerzas armadas. La invasión respaldada por los EE.UU. de Bahía de Cochinos en abril de 1961 se convirtió en la ocasión perfecta para consolidar al nuevo estado policíaco, con el acorralamiento de decenas de miles de cubanos y una nueva serie de ejecuciones. Como el mismo Guevara le expresó al embajador soviético Sergei Kudriavtsev, los contrarrevolucionarios nunca "volverían a levantar su cabeza."

"Contrarrevolucionario" es el término que se le aplicaba a cualquiera que se apartara del dogma. Era el equivalente comunista de "hereje." Los campos de concentración eran una forma en la cual el poder dogmático era empleado para suprimir el disenso. La historia le atribuye al general español Valeriano Weyler, el capitán general de Cuba a finales del siglo diecinueve, haber empleado por vez primera a la palabra "concentración" para describir la política de cercar a las masas de potenciales opositores—en su caso a los simpatizantes del movimiento independentista cubano—con alambre de púas y empalizadas. Qué irónico (y apropiado) que los revolucionarios de Cuba más de medio siglo después continuasen con esta tradición local. Al principio, la revolución movilizó a voluntarios para construir escuelas y para trabajar en los puertos, plantaciones, y fábricas—todas ellas exquisitas oportunidades fotográficas para el Che el estibador, el Che el cortador de caña, el Che el fabricante de telas. No pasó mucho tiempo antes de que el trabajo voluntario se volviese un poco menos voluntario: el primer campamento de trabajos forzados, Guanahacabibes, fue establecido en Cuba occidental hacia el final de 1960. Así es como el Che explicaba la función desempeñada por este método de confinamiento: “A Guanahacabibes se manda a la gente que no debe ir a la cárcel , la gente que ha cometido faltas a la moral revolucionaria de mayor o menor grado...es trabajo duro, no trabajo bestial”.

Este campamento fue el precursor del confinamiento sistemático, a partir de 1965 en la provincia de Camagüey, de disidentes, homosexuales, victimas del SIDA, católicos, Testigos de Jehová, sacerdotes afro-cubanos, y otras escorias por el estilo, bajo la bandera de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Hacinados en autobuses y camiones, los "desadaptados" serían transportados a punta de pistola a los campos de concentración organizados sobre la base del modelo de Guanahacabibes. Algunos nunca regresarían; otros serían violados, golpeados, o mutilados; y la mayoría quedarían traumatizados de por vida, como el sobrecogedor documental de Néstor Almendros Conducta Impropia se lo mostrara al mundo un par de décadas atrás.

De esta manera, la revista Time parece haber errado en agosto de 1960 cuando describió a la división del trabajo de la revolución con una nota de tapa presentando al Che Guevara como el "cerebro," a Fidel Castro como el "corazón" y a Raúl Castro como el "puño." Pero la percepción revelaba el papel crucial de Guevara en hacer de Cuba un bastión del totalitarismo. El Che era de alguna manera un candidato improbable para la pureza ideológica, dado su espíritu bohemio, pero durante los años de entrenamiento en México y en el periodo resultante de la lucha armada en Cuba emergió como el ideólogo comunista locamente enamorado de la Unión Soviética, en gran medida para molestia de Castro y de otros que eran esencialmente oportunistas dispuestos a utilizar cualquier medio necesario para ganar poder. Cuando los aspirantes a revolucionarios fueron arrestados en México en 1956, Guevara fue el único que admitió que era un comunista y que estaba estudiando ruso. (Habló abiertamente de su relación con Nikolai Leonov de la Embajada Soviética.) Durante la lucha armada en Cuba, forjó una férrea alianza con el Partido Socialista Popular (el partido comunista de la isla) y con Carlos Rafael Rodríguez, un jugador importante en la conversión del régimen de Castro al comunismo.

Esta fanática disposición convirtió al Che en una parte esencial de la "sovietización" de la revolución que se había jactado reiteradamente de su carácter independiente. Muy poco después de que los barbudos llegaran al poder, Guevara participó de negociaciones con Anastas Mikoyan, el vice primer ministro soviético, quien visitó Cuba. Le fue confiada la misión de promover las negociaciones soviético-cubanas durante una visita a Moscú a finales de 1960. (La misma fue parte de un largo viaje en el cual la Corea del Norte de Kim Il Sung fue el país que “más” le impresionó.) El segundo viaje a Rusia de Guevara, en agosto de 1962, fue aún más significativo, en razón de que el mismo selló el acuerdo para convertir a Cuba en una cabeza de playa nuclear soviética. Se reunió con Khrushchev en Yalta para finalizar los detalles sobre una operación que ya se había iniciado y que involucraba la introducción en la isla de cuarenta y dos misiles soviéticos, la mitad de los cuales estaban armados con ojivas nucleares, así como también lanzadores y unos cuarenta y dos mil soldados. Tras presionar a sus aliados soviéticos sobre el peligro de que los Estados Unidos pudiesen descubrir lo que estaba aconteciendo, Guevara obtuvo garantías de que la marina soviética intervendría—en otras palabras, de que Moscú estaba preparada para ir a la guerra.

Según la biografía de Guevara de Philippe Gavi, el revolucionario había alardeado que "su país se encuentra deseoso de arriesgarlo todo en una guerra atómica de inimaginable capacidad destructiva para defender un principio." Apenas después de finalizada la crisis de los misiles cubanos—cuando Khrushchev renegó de la promesa hecha en Yalta y negoció un acuerdo con los Estados Unidos a espaldas de Castro que incluía la remoción de los misiles estadounidenses de Turquía—Guevara dijo a un periódico comunista británico: "Si los cohetes hubiesen permanecido, los hubiésemos utilizado a todos y dirigido contra el mismo corazón de los Estados Unidos, incluida Nueva York, en nuestra defensa contra la agresión." Y un par de años más tarde, en las Naciones Unidas, fue leal a las formas: "Como marxistas hemos sostenido que la coexistencia pacífica entre las naciones no incluye a la coexistencia entre los explotadores y el explotado."

Guevara se distanció de la Unión Soviética en los últimos años de su vida. Lo hizo por las razones equivocadas, culpando a Moscú por ser demasiado blando ideológica y diplomáticamente, y hacer demasiadas concesiones—a diferencia de la China maoísta, a la cual llegó a ver como un refugio de la ortodoxia. En octubre de 1964, un memo escrito por Oleg Daroussenkov, un funcionario soviético cercano a él, cita a Guevara diciendo: "Les pedimos armas a los checoslovacos; y nos rechazaron. Luego se las pedimos a los chinos; dijeron que sí en pocos días, y ni siquiera nos cobraron, declarando que uno no le vende armas a un amigo." En realidad, Guevara se resintió por el hecho de que Moscú le estaba solicitando a otros miembros del bloque comunista, incluida Cuba, algo a cambio de su colosal ayuda y de su apoyo político. Su ataque final contra Moscú llegó en Argelia, en febrero de 1965, en una conferencia internacional en la que acusó a los soviéticos de adoptar la "ley del valor," es decir, el capitalismo. Su ruptura con los soviéticos, en síntesis, no fue un grito en favor de la independencia. Fue un alarido al estilo de Enver Hoxha en aras de la total subordinación de la realidad a la ciega ortodoxia ideológica.

El gran revolucionario tuvo una oportunidad de poner en práctica su visión económica—su idea de la justicia social—como director del Banco Nacional de Cuba y del Departamento de Industria del Instituto Nacional de la Reforma Agraria a fines de 1959, y, desde principios de 1961, como ministro de industria. El periodo en el cual Guevara estuvo a cargo de la mayor parte de la economía cubana atestiguó el cuasi colapso de la producción de azúcar, el fracaso de la industrialización y la introducción del racionamiento—todo esto en el que había sido uno de los cuatros países económicamente más exitosos de América Latina desde antes de la dictadura de Batista.

Su tarea como director del Banco Nacional, durante la cual imprimió billetes que llevaban la firma "Che," ha sido sintetizada por su asistente, Ernesto Betancourt: “Encontré en el Che una ignorancia absoluta de los principios más elementales de la economía”. Los poderes de percepción de Guevara respecto de la economía mundial fueron muy bien expresados en 1961, durante una conferencia hemisférica celebrada en Uruguay, donde predijo una tasa de crecimiento para Cuba del 10 por ciento "sin el menor temor," y, para 1980, un ingreso per capita mayor que el de "los EE.UU. en la actualidad." En verdad, hacia 1997, el trigésimo aniversario de su muerte, los cubanos se encontraban bajo una dieta consistente en una ración de cinco libras de arroz y una libra de frijoles por mes; cuatro onzas de carne dos veces al año; cuatro onzas de pasta de soja por semana; y cuatro huevos por mes.

La reforma agraria le quitó tierra al rico, pero se la dio a los burócratas, no a los campesinos. (El decreto fue redactado en la casa del Che.) En el nombre de la diversificación, el área cultivada fue reducida y la mano de obra disponible distraída hacia otras actividades. El resultado fue que entre 1961 y 1963, la cosecha se redujo a la mitad: apenas unos 3,8 millones de toneladas métricas. ¿Se justificaba este sacrificio por el fomento de la industrialización cubana? Desdichadamente, Cuba carecía de materias primas para la industria pesada, y, como una consecuencia de la redistribución revolucionaria, no contaba con una moneda sólida con la cual adquirirlas—o incluso adquirir los productos básicos. Para 1961, Guevara estaba teniendo que dar explicaciones embarazosas a los trabajadores en la oficina: "Nuestros camaradas técnicos en las compañías han producido una pasta dental... tan buena como la anterior; limpia exactamente lo mismo, a pesar de que después de un tiempo se vuelve una piedra." Para 1963, todas las esperanzas de industrializar a Cuba fueron abandonadas, y la revolución aceptó su rol de proveedora colonial de azúcar al bloque soviético a cambio de petróleo para cubrir sus necesidades y para revenderlo a otros países. Durante las tres décadas siguientes, Cuba sobreviviría en base a un subsidio soviético de más o menos entre $65 mil millones y $100 mil millones.

Habiendo fracasado como héroe de la justicia social, ¿merece Guevara un lugar en los libros de historia como un genio de la guerra de guerrillas? Su mayor logro militar en la lucha contra Batista—la toma de la ciudad de Santa Clara después de emboscar un tren con pesados refuerzos—es seriamente cuestionado. Numerosos testimonios indican que el conductor del tren se rindió de antemano, acaso tras aceptar sobornos. (Gutiérrez Menoyo, quien dirigía un grupo guerrillero diferente en esa área, está entre aquellos que han criticado la historia oficial de Cuba sobre la victoria de Guevara.) Inmediatamente después del triunfo de la revolución, Guevara organizó ejércitos guerrilleros en Nicaragua, la República Dominicana, Panamá, y Haití—todos los cuales fueron aplastados. En 1964, envió al revolucionario argentino Jorge Ricardo Masetti a su muerte al persuadirlo de que montase un ataque contra su país natal desde Bolivia, justo después de que la democracia representativa había sido restablecida en la Argentina.

Particularmente desastrosa fue la expedición al Congo en 1965. Guevara se alió con dos rebeldes—Pierre Mulele en el oeste y Laurent Kabila en el este—contra el desagradable gobierno congoleño, el cual era sostenido por los Estados Unido, por mercenarios sudafricanos y exiliados cubanos. Mulele había tomado posesión de Stanleyville antes de ser repelido. Durante su reinado de terror, tal como lo ha escrito V.S. Naipaul, asesinó a todos aquellos que podían leer y a todos los que vestían una corbata. Respecto del otro aliado de Guevara, Laurent Kabila, se trataba meramente de un perezoso y un corrupto por aquel entonces; pero el mundo descubriría en los años 90 que también él era una máquina de matar. En cualquier caso, Guevara se pasó gran parte de 1965 ayudando a los rebeldes en el este antes de abandonar el país de manera ignominiosa. Poco tiempo después, Mobutu llegó al poder e instaló una tiranía de décadas. (En los países latinoamericanos, de Argentina al Perú, las revoluciones inspiradas en el Che tuvieron el mismo resultado practico de reforzar el militarismo brutal durante muchos años.)

En Bolivia, el Che fue nuevamente derrotado, y por última vez. Malinterpretó la situación local. Una reforma agraria había tenido lugar unos años antes; el gobierno había respetado muchas de las instituciones de las comunidades campesinas; y el ejército era cercano a los Estados Unidos a pesar de su nacionalismo. "Las masas campesinas no nos ayudan en absoluto" fue la melancólica conclusión de Guevara en su diario boliviano. Aún peor, Mario Monje, el líder comunista local, quien no tenía estómago para una guerra de guerrillas tras haber sido humillado en los comicios, condujo a Guevara hacia una ubicación vulnerable en el sudeste del país. Las circunstancias de la captura del Che en la quebrada del Yuro, poco después de reunirse con el intelectual francés Régis Debray y el pintor argentino Ciro Bustos, ambos arrestados cuando abandonaban el campamento, fueron, como gran parte de la expedición boliviana, cosa de aficionados.

Guevara fue ciertamente audaz y corajudo, y rápido para organizar la vida en base a principios militares en los territorios bajo su control, pero no era un General Giap. Su libro La Guerra de Guerrillas enseña que las fuerzas populares pueden vencer a un ejército, que no es necesario aguardar a que se den las condiciones necesarias ya que un foco insurreccional puede provocarlos, y que el combate debe tener lugar principalmente en el campo. (En su receta para la guerra de guerrillas, reserva también para las mujeres el rol de cocineras y enfermeras.) Sin embargo, el ejército de Batista no era un ejército sino un corrupto manojo de matones carente de motivación y sin mucha organización; los focos guerrilleros, con la excepción de Nicaragua, terminaron todos en cenizas para los foquistas, y América Latina se ha vuelto urbana en un 70 por ciento en estas últimas cuatro décadas. Al respecto, también, el Che Guevara fue un cruel alucinado.

En las últimas décadas del siglo diecinueve, Argentina tenía la segunda tasa de crecimiento más grande del mundo. Hacia la década de 1890, el ingreso real de los trabajadores argentinos era superior al de los trabajadores suizos, alemanes, y franceses. Para 1928, ese país ocupaba el duodécimo lugar en el mundo en cuanto a su PBI per capita. Ese logro, que las siguientes generaciones arruinarían, se debió en gran medida a Juan Bautista Alberdi.

Al igual que Guevara, a Alberdi le gustaba viajar: caminó a través de las pampas y de los desiertos de norte a sur a los catorce años de edad, rumbo a Buenos Aires. Como Guevara, Alberdi se oponía a un tirano, Juan Manuel Rosas. Igual que Guevara, Alberdi tuvo la oportunidad de influir sobre un líder revolucionario en el poder—Justo José de Urquiza, quien derrocó a Rosas en 1852. Como Guevara, Alberdi representó al nuevo gobierno en giras mundiales, y murió en el exterior. Pero a diferencia del viejo y nuevo predilecto de la izquierda, Alberdi nunca mató una mosca. Su libro, Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina, fue la base de la Constitución de 1853 que limitó el Estado, abrió el comercio, alentó la inmigración y aseguró los derechos de propiedad, inaugurando de ese modo un periodo de setenta años de asombrosa prosperidad. No se entremetió en los asuntos de otras naciones, oponiéndose a la guerra de su país contra Paraguay. Su semblante no adorna el abdomen de Mike Tyson.

Este trabajo fue originalmente publicado en inglés por la revista The New Republic bajo el titulo de The Killing Machine: Che Guevara, from Communist Firebrand to Capitalist Brand, en sus ediciones del 11 y 18 de julio de 2005.

sábado, 22 de septiembre de 2007

El drama de la drogadicción: una propuesta

Por Alberto Benegas Lynch (h)
El conocimiento está inmerso en un proceso evolutivo que no tiene término. Debido a los efectos devastadores de las drogas alucinógenas para usos no medicinales, hace tiempo consideraba que debían prohibirse. Estimaba que se ponía en jaque el derecho de terceros como consecuencia de posibles actos de quienes proceden bajo el efecto de las antedichas sustancias tóxicas.En gran medida, debido a la reiterada argumentación de varios de mis alumnos en distintos medios universitarios, he cambiado de parecer en cuanto a la prohibición, lo cual he puesto de manifiesto en otras ocasiones. En esta oportunidad, pretendo resumir este problema tan espinoso y controvertido para señalar las graves consecuencias de que el aparato estatal penalice la producción y el uso de los estupefacientes en cuestión. Divido el análisis en quince puntos, que considero centrales y que, estimo, derivan de la aludida prohibición.En primer término, el precio de la droga se eleva debido a la prima por el riesgo de operar en el mercado negro. En la mayor parte de los países, la cruzada estatal es de tal envergadura que el riesgo es grande y, consecuentemente, los márgenes operativos resultan astronómicos. Los ingresos que reciben los productores de Bolivia, Perú, Turquía, Laos o Paquistán resultan mínimos si se los compara con las suculentas ganancias de los que ponen el producto a disposición del consumidor final. Esto estimula el incremento de la producción y elaboración de las drogas.Segundo: debido a lo señalado en el punto precedente, se torna económica la producción de productos sintéticos de efectos inmensamente más demoledores que los naturales, tales como el crack, el china white, el ice, el coco snow, el synth coke, el crystal cain, etcétera.Tercero: también como consecuencia de los exorbitantes márgenes operativos surge la figura del pusher, con incentivos descomunales para conseguir adeptos en todos los mercados posibles, especialmente entre la gente joven, siempre más dispuesta a ensayar lo nuevo, sobre todo si la mercadería se presenta con características poco menos que redentoras.Cuarto: en los casos en que se produce la lesión a un derecho, hay un victimario y una víctima. Esta última, o quienes actúan como subrogantes, denuncian la agresión y pretenden el castigo y la recompensa correspondiente. En el caso que nos ocupa, debido a que se trata de arreglos contractuales, no hay víctima del atropello a un derecho, ni victimario. Por lo tanto, debe recurrirse al soplón y también al espionaje y a la consecuente invasión de la privacidad y de los derechos de las personas, lo cual incluye exámenes de orina, sangre, revisión de bolsillos y carteras, olfateo por parte de sabuesos entrenados al efecto, violación de la correspondencia, del domicilio y el secreto bancario, "pinchadura" de conversaciones telefónicas y detención de personas por llevar "demasiado" efectivo, además de violencia física de muy diversa índole y magnitud.Quinto: en este contexto, toda persona que desea drogarse es obligada a entrar necesariamente en el circuito criminal, con lo que se expone a todo tipo de vandalismos, al tiempo que es permanentemente invitada a incorporarse a las bandas.Sexto: debido a las sumas astronómicas que manejan los narcos, existe una permanente presión para corromper a policías, jueces y gobernantes, incluyendo, en primer término, a lo que era en Estados Unidos el Federal Bureau for Narcotics y lo que ahora es el Drug Enforcement Administration. Se llenan libros con las listas de los corruptos que, se supone, están encargados de librar la guerra a los narcos, pero que, en verdad, muchas veces cubren sus operaciones.Séptimo: el costo de la antedicha guerra lo deben sufragar, coactivamente, todos los contribuyentes. Por ejemplo, en los Estados Unidos, sólo en el último ejercicio fiscal, el gobierno federal gastó 18 mil millones de dólares en esta cruzada, en la que la gran mayoría de los ciudadanos debe pagar para combatir al porcentaje minoritario que decide intoxicarse.Octavo: el atractivo del "fruto prohibido" hace de incentivo adicional, especialmente entre los colegiales. Esto fue lo que también ocurrió en los Estados Unidos con la ley Volstead, más conocida como Ley Seca, que requirió una enmienda constitucional y que duró desde 1920 hasta 1933. Esta cruzada contra el alcohol tuvo que ser abandonada porque terminó en una catástrofe y en un estímulo enorme para la mafia.Noveno: cada vez en forma progresiva, la guerra antinarcóticos abarca territorios mayores. Hay ciudades en las que los tiroteos entre facciones rivales y con la policía convierte en imposible la coexistencia.No hay esta violencia entre vendedores de pollos o de relojes. Ocurrió con el alcohol y ahora con las drogas debido a la manía de manejar vidas ajenas en lugar de reservar la fuerza para fines exclusivamente defensivos.Décimo: las municiones que vuelan por los aires y que hacen la vida imposible a ciudadanos pacíficos aparecen también como consecuencia de que las diferencias que pueden suscitarse en las operaciones comerciales de marras no se pueden resolver en los tribunales, ya que la droga está prohibida, lo cual cierra el camino a procesos evolutivos de arbitraje.Undécimo: en algunos lugares se restringe, también por ley, el uso de jeringas, lo cual conduce a un espeluznante efecto multiplicador del sida y de otras enfermedades infecciosas, además de las lesiones cerebrales irreversibles que causa la tragedia de la drogadependencia.Duodécimo: se estimula el engaño a través del lavado de dinero o del blanqueo de capitales, fruto del comercio con la droga, con lo que operaciones que aparecen como inocentes terminan por envolver a personas ajenas al negocio de los estupefacientes.La Financial Task Force of Money Laundry estima que el 70 por ciento del dinero que se lava en el mundo es el resultado del narcotráfico (el resto es, principalmente, fruto de la corrupción de gobernantes, del terrorismo y de la extorsión).Decimotercero: visto desde una perspectiva metodológica, como es sabido, correlato no significa nexo causal. Se suele mostrar la participación de drogadictos en diversos crímenes, cuando lo relevante para el caso es mostrar el porcentaje insignificante de drogadictos que cometen crímenes, tal como queda reflejado, entre otros, en el trabajo de Bruce Benson y David Rasmussen sobre crímenes y drogas.Decimocuarto: quien usa la droga para fines no medicinales se está dañando, pero eso no significa que se convierte en un asesino. Constituye una presunción a todas luces gratuita el suponer que el poeta que se cree "más inspirado" y que el operador de Wall Street que piensa que será "más eficiente" si consume drogas se convierten en asesinos. Cada uno responde ante su conciencia y debe asumir las responsabilidades por lo que hace. Quien comete un crimen bajo el efecto de las drogas no debería sufrir consecuencias legales atenuadas, sino, por el contrario, agravadas.Decimoquinto: sin duda que hay comportamientos que pueden poner en peligro la seguridad de otros. Si mi vecino está maniobrando con fósforos y explosivos o si su hijito está jugando con un cañón antiaéreo en la medianera de mi casa, tendré el derecho de denunciarlo y de que se proceda en consecuencia para remediar la situación. También quienes habitan las casas lindantes a la mía protestarán justificadamente si me excediera en la emisión de decibeles o de monóxido de carbono. En esta misma línea argumental es natural que en un centro comercial o en una autopista privada cualquier manifestación de intoxicación sea reprimida. En los casos de la llamada propiedad pública, las manifestaciones de intoxicación deben ser punibles. A estos efectos resulta irrelevante si la intoxicación se produjo con pegamentos, jarabe para la tos, tranquilizantes, alcohol o con las drogas a las que nos estamos refiriendo.En el Wall Street Journal, Milton Friedman nos dice: "Las drogas son una tragedia para los adictos. Pero la criminalización de su uso convierte esa tragedia en un desastre para la sociedad, indistintamente para usuarios y no usuarios". William F. Buckley, en el Washington Post, escribe: "La nuestra es una sociedad en la que mucha gente se mata con tabaco y con borrachera. Algunos lo hacen con cocaína y heroína. Pero deberíamos tener presente todas las vidas que se salvarían si la droga mortal se pudiera vender al precio del veneno para las ratas". En uno de los editoriales de The Economist titulado "Misión imposible" se lee: "La prohibición [de las drogas] y su fracaso inevitable convierten un mal negocio en uno rentable, criminal y más peligroso para los usuarios".En el margen, hoy se expenden algunas drogas de mala calidad a un precio relativamente bajo, pero siempre en el contexto de una fenomenal estructura montada por los antedichos márgenes suculentos. Anulados los incentivos artificiales, habrá drogas que desaparecerán por antieconómicas y, en otros casos, los precios se reducirán sin que se eleve el consumo, debido, precisamente, a que se revierte drásticamente la potente maquinaria que empuja las ventas.Sin duda que el drama de la drogadicción es consecuencia de la pérdida de valores por parte de quienes alegan la necesidad de alucinarse y, por tanto, renuncian a la condición propiamente humana de utilizar con lucidez la estructura intelecto-volitiva de que estamos dotados. Independientemente de aquella decisión vital, manteniendo los demás factores constantes, la propuesta de liberar el mercado de drogas permite concluir que el uso de las drogas tiende a disminuir, tal como ha ocurrido en diversos lares, lo cual queda consignado, por ejemplo, en las obras Dealing with drugs. Consequences of government control, compilada por Ronald Hamowy, y The crisis in drug prohibition, compilada por David Boaz.El autor es presidente de la sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias

viernes, 14 de septiembre de 2007

CUOTAS ABSURDAS




Alberto Benegas-Lynch (h)



BUENOS AIRES (AIPE).- Desde hace un tiempo, en algunos países se ha legislado la obligación de incorporar en centros académicos y en lugares de trabajo a las llamadas minorías, las que deben aceptarse en determinadas proporciones respecto del total que se contrata.
Esta política, que se ha dado en llamar “acción afirmativa”, constituye uno de los disparates más sobresalientes de nuestro tiempo. Así se sostiene que en las empresas y en casas de estudio debe admitirse compulsivamente, digamos, un 10% de puertorriqueños, un 15% de negros, un 8% de mujeres y un 3% de homosexuales. Sin ninguna duda que pueden hacerse muchos chistes respecto de la arbitrariedad de los porcentajes establecidos, pero el argumento central de los partidarios de la “acción afirmativa” estriba en que de este modo se combatiría la discriminación y se le daría oportunidades a todo el mundo.
Reviste gran importancia comprender el significado de la discriminación en este contexto. Todos al actuar discriminamos, es decir elegimos unas cosas y, consecuentemente, rechazamos otras. Discriminamos cuando vamos al cine, mostramos preferencia por un título en detrimento de los otros. Discriminamos cuando salimos con amigos, cuando nos casamos, cuando comemos, cuando leemos, etc. Según el diccionario, discriminar quiere decir “distinguir, diferenciar una cosa de otra”. Como no podemos hacer todo al mismo tiempo, debemos discriminar y seleccionar entre muchos cursos de acción. En el contexto jurídico la no-discriminación alude a que la ley debe otorgar los mismos derechos a todos. Desde el punto de vista del derecho, la igualdad ante la ley debe preservarse puesto que, de lo contrario, aquella estaría reñida con la justicia, ya que el “dar a cada uno lo suyo” no se cumpliría, precisamente debido a que no todos gozarían de los mismos derechos. Por esto es que se ilustra la justicia con un paño sobre los ojos: no mira de quien se trata sino que otorga a todos iguales derechos respetando las libertades de cada uno.
Pero otra cosa bien distinta es obligar a que la gente haga con sus pertenencias aquello que no desea. Esto sí significa una discriminación, una arbitrariedad. Significa una lesión al derecho de propiedad del cual derivan los demás y, además, se perjudican todos, incluso aquellos que se quiere beneficiar. Una cosa es la igualdad ante la ley y otra distinta es la igualdad mediante la ley. En este último caso necesariamente la propia ley incurre en discriminación en el sentido jurídico y, por ende, otorga distintos derechos a las personas con lo que se derrumba el marco institucional, convirtiéndose en un aparato de arbitrariedad e injusticia.
Debe tenerse en cuenta que el racismo significa tanto la segregación como la unión forzada. En ambos casos la ley discrimina por causa de la raza. Es tan arbitrario prohibir que negros y blancos puedan casarse como obligarlos a que lo hagan. En los dos casos hay racismo y hay discriminación en el sentido jurídico de la expresión. Y esto va para todas las manifestaciones de las cuotas legales que venimos comentando. Obligar a que se contraten determinadas proporciones y características de personas inexorablemente se traduce en caídas en la productividad, puesto que libremente se hubiera seleccionado de otra manera. Esta caída en la productividad afecta los salarios e ingresos de toda la comunidad, pero muy especialmente de los más débiles. De modo análogo, las selecciones arbitrarias y compulsivas en los centros académicos constituyen el mejor modo de acabar con los criterios de excelencia, lo cual afecta la productividad de los futuros profesionales con el mismo resultado anteriormente apuntado.
Sin duda que los dueños de un negocio pueden decidir exclusivamente la contratación de empleados que midan más de un metro ochenta. Las consecuencias de esa decisión serán absorbidas por el referido negocio. Si en lugar de contratar en base a la eficiencia lo hacen en base a la altura, el cuadro de resultados reflejará el desatino, con lo que la propiedad pasará a manos de quienes saben administrar recursos a criterio de los consumidores. Lo mismo puede decirse de las universidades que establecen como criterio de selección el color de ojos.
En el área gubernamental, el electorado podría decidir que los cargos públicos sean ocupados en ciertos porcentajes por gordos, flacos, musulmanes, siempre que los dueños de los recursos -los contribuyentes- lo acepten, pero no puede extrapolarse legalmente al sector privado por las razones expuestas._____ * Economista argentino, director de ESEADE. (734 palabras)

jueves, 13 de septiembre de 2007

Cuatro mitos de la economía de pizarrón

Juan Fernando Carpio - Hugo Balderrama
La Economía se halla asediada por mayor número de sofismas que cualquier otra disciplina cultivada por el hombre.Henry Hazlitt
Entre las grandes tragedias del siglo XX está la readopción de viejas y dañinas posiciones sobre la economía que parecían largamente superadas. En este breve resumen vamos a revisar cuatro conceptos que se siguen enseñando en los pizarrones de una buena parte del mundo, y no son otra cosa que un refaccionamiento de las viejas concepciones del Mercantilismo. Veamos entonces en qué consisten aquellas y qué tienen de dañino al ser impulsadas en reuniones de un gabinete ministerial.
1.- La balanza comercial y el dinero como un fin
El Mercantilismo es la filosofía económica adoptada por los mercaderes y estadistas de los siglos 16 y 17. Los mercantilistas pensaban que la riqueza de una nación provenía principalmente de la acumulación de oro y plata. Las naciones sin minas podían obtener oro y plata sólo al vender más bienes que aquellos que adquirían del exterior. En consecuencia, los líderes de esas naciones intervenían altamente en el mercado, imponiendo aranceles a los bienes extranjeros para reducir las importaciones, y otorgando subsidios para mejorar las posibilidades de exportación para los bienes domésticos. El Mercantilismo representó la elevación al status de política nacional de los intereses comerciales.
Los viejos mercantilistas sostenían que por definición era favorable exportar y desfavorable importar. Lamentablemente el error es persistente y prácticamente un lugar común cuando se habla de comercio exterior. Pero es necesario aclarar una y mil veces que el objetivo de las exportaciones es la importación. Basta fijarse en lo que hacemos a nivel personal, familiar y de nuestro barrio: el análisis más ligero bastará para notar que todo aporte productivo hacia los demás se hace con el fin de importar el producto de sus esfuerzos. Dada la naturaleza arbitraria de las fronteras nacionales, resulta entonces evidente lo irrelevante que resulta si se da adentro o afuera de un país un transacción donde se intercambie un bien o servicio por dinero. Si importar fuese dañino, la insinuación en sátira del genial Frederic Bastiat de que hundamos cada cierto tiempo los barcos que traen mercancías del exterior, sería la solución al "problema".
Esto nos lleva al tema del dinero como un fin. Los mercantilistas pensaban que la parte que recibía el dinero resultaba favorecida en el comercio. Pero por definición los intercambios comerciales entre personas, empresas y territorios, son situaciones ganar-ganar. De hecho es la razón para que ocurran, siendo voluntarios como lo son. Es por eso que debe descartarse el mito de la balanza comercial, pero sobre todo el del dinero como un fin en el proceso económico. Lo único que da valor al dinero son los bienes y servicios circundantes; en otras palabras, la producción.
2.- Consumo y Producción

A partir de los escritos de J.M. Keynes la profesión económica empezó a sostener una curiosa idea: el que una economía pueda tener situaciones indeseables como falta de empleo y pauperización por culpa de los comportamientos mezquinos y egoístas de los empresarios capitalistas. A una falta de expansión hacia el punto que Lord Keynes consideraba el "óptimo" sólo cabía contraponerle la amigable mano visible del Estado para corregir, vía gasto público y política monetaria, la situación indeseable. Así, el consumo forzoso –por encima de proyectos y planes de vida individuales– iba a tirar hacia delante todo el proceso productivo.
Pero se comete un grave error histórico y teórico al sostener eso. En primer lugar, el empleo asalariado es una creación del empresario capitalista, que libra a otros individuos de la incertidumbre del mercado (un agricultor o herrero es un empresario, tan sujeto a la dureza del mercado como cualquiera) a cambio de un ingreso estable. Y el origen de ese ingreso es la mente del empresario capitalista, quien originalmente hubiese tenido una ganancia pura que no tuvo más remedio que compartir en forma de salarios para contar con la colaboración voluntaria (por contrato) de otras personas. El propio interés del capitalista le llevará a generar cada vez más valor agregado para escapar a la tendencia inherente a un mercado libre de uniformar las utilidades entre empresas e industrias. Si no innova en costos o valor agregado, sencillamente su utilidad tiende a desaparecer con el tiempo y su producto se vuelve un commodity. Igual va para quienes ofrecemos nuestro trabajo: la abundancia de gente con la misma capacidad o talento nos vuelve menos recompensados monetariamente. La historia nos corrobora este hecho: es el interés propio del capitalista lo que genera una producción creciente, la competencia con otros capitalistas eleva la productividad del trabajo humano, y el salario aumenta en proporción con la utilidad pura mientras más capitalista es una economía.
Y en una clara violación de la Ley de Say ("la oferta crea su propia demanda"), Keynes sostenía que la oferta global era algo distinto a la demanda global de bienes y servicios. Además de crearse una perniciosa división entre "el lado de la oferta" y "el lado de la demanda" para el análisis económico, se comete un error fatal. Toda persona que ofrece un bien está necesariamente demandando otro. La persona que quiere comprar un bien o servicio tiene necesariamente que ofrecer otro. Al no ser fenómenos divorciables la oferta y la demanda, las nociones keynesianas parten de un error lamentable.
Con la Ley de Say se refuta también de paso la afirmación socialista –de ese tiempo y contemporánea– de que puede haber en los mercados un exceso de oferta global. Mientras que la supuesta escasez de demanda se le quiere atribuir, entre otras cosas, a una falta de dinero en manos de la gente –bastaría imprimir y repartir billetes– el exceso de oferta recibe apelativos más coloridos, como aquel de la "exhuberancia irracional" del capitalismo.
3.- La fijación con el pleno empleo y el ciclo económico
Uno de los legados más nefastos que nos ha dejado la economía de pizarrón es la fijación de los funcionarios públicos con la búsqueda del "pleno empleo". Sometamos el tema del empleo a un ejercicio mental: en una isla de apenas 100 habitantes es inconcebible el desempleo, sencillamente porque falta gente para el número de bienes y servicios que pronto serán ideados y deseados por sus habitantes. "Pero ahora, en la realidad, hay mucha más gente", podría argumentarse. Por supuesto, pero los satisfactores (bienes, servicios) siguen siendo ilimitados. La prueba de eso está en que países de decenas y cientos de millones de habitantes tienen mucho menos desempleo que Ecuador o Venezuela, tanto antes como después de nuestra actual etapa de desarrollo.
Keynes escribió que, según los economistas clásicos, "no existe tal cosa como el desempleo involuntario en sentido estricto del término". Los clásicos no dijeron eso; por supuesto que existe el desempleo involuntario. Pero no en un mercado libre. Se necesita de una fuerza externa al mercado para perturbar profundamente la natural relación entre proyectos crecientes y empleo total de la población en ellos. En otras palabras, sin intervencionismo estatal, lo natural e históricamente preciso es decir que el empleo siempre es ubicuo y total.
Sin embargo toda intervención estatal genera un problema que bajo las ideas equivocadas parecerá demandar nuevas intervenciones. Es por eso que a los defectos de la economía mixta los mercantilistas querían corregirlos con gasto público e inflación. Si el afán es mejorar las cosas en el corto plazo y superficialmente, ese sería el camino. Pero se está afectando la base de una economía que quiera asignar inteligentemente sus recursos: el sistema de precios. Éste es el único sistema de señales e incentivos posible en la realidad que motiva a la asignación dinámica y acertada de recursos productivos en una economía libre. Cualquier interferencia –más aún si es sistemática– con su funcionamiento genera errores persistentes en el proceso económico. De esa forma y sólo de esa forma, es posible la existencia de factores como el desempleo involuntario y la subutilización de otros recursos hábiles y deseables. De hecho, una afectación vía expansión del crédito es la forma por excelencia para generar el conocido y popularmente misterioso ciclo económico de boom y recesión general. Pero dado que la intervención estaba justificada técnicamente, había que lidiar con el las recesiones y depresiones con más intervención aún. Una somera mirada a la inflación estatal del dinero durante los años 20 basta para adjudicar acertadamente la responsabilidad de la Gran Depresión. También puede recurrirse a "America’s Great Depression" de Murray N. Rothbard y "La Gran Depresión" de Hans Sennholz. En ese sentido ni hablar de las hiperinflaciones en países latinoamericanos, sus crisis bancarias y su estancamiento en general.
La fijación con el pleno empleo ha llevado una y otra vez a pensar que existen situaciones en que el consumo es menos que "óptimo" y el Estado debe intervenir para provocar la utilización de recursos "ociosos" y estimular la demanda agregada. Todo esto, claro, bajo el improbable concepto del efecto multiplicador del gasto público.
Pero forzar el consumo por encima de la inversión –la cual sí es multiplicadora– es un ejercicio de ilegitimidad ética además de destrucción económica. Como dijo uno de los seguidores más conocidos de Keynes y el mercantilismo en general, John Kenneth Galbraith: "Hitler fue el verdadero protagonista de las ideas keynesianas".
4.- El Estado como socio y los agregados poco agregables
Para llegar al cálculo del PIB de un territorio, se utiliza una conocida fórmula:
C+I+X+G=PIB
El problema es que la aceptación de ésta sin beneficio de inventario implica prácticamente sumar peras y manzanas. En primer lugar, la acumulación de dinero no implica mayor riqueza (bienestar). Prestar una atención miope al resultado de la fórmula del PIB, sobre todo cuando la inversión y el consumo quieren sumarse al gasto público, es un error. El gasto público (incluyendo las empresas públicas y su intromisión) se compone de recursos sustraídos del sector privado, que hubieran estado al servicio del proceso económico en forma de consumo, inversión y comercio exterior precisamente. De ninguna manera puede considerarse inversión; en el mejor de los casos consumo forzoso. Pero éste último siempre implica una pérdida de bienestar social pues se hace a espaldas de la gran mayoría de implicados.
Por otra parte y como se mencionó antes, las exportaciones no son un activo del que deban restarse las importaciones. Ambas caras del comercio son auto equilibrantes y suficientes.
Además el PIB está atado a los índices de precios al consumidor y a la cantidad de dinero en la economía. Cualquiera de los dos factores sería suficiente para desconfiar de su validez, pues son nominales y no siempre reflejan la situación subyacente y real.
El concepto del PIB debe ponerse en duda por su imprecisión, y porque es un concepto contable más que cataláctico, es decir no lidia con la cooperación de mercado en su conjunto si no con sumas y restas de elementos desiguales frente al proceso económico. Pero el cálculo del PIB es solamente una manifestación particular de la concepción mercantilista, siendo la miopía ante la existencia del individuo la raíz fundamental de esta última. Si se considera la acción colectiva como algo más que un concepto funcional para entender la suma de acciones individuales, el error seguirá plagando la ciencia económica. Aquella debe estar al servicio del ser humano y la cooperación social voluntaria, no de la política. Entender la diferencia determina fundamentalmente nuestra capacidad de salir del atraso y la desesperanza.
Conclusión
Hemos heredado una economía tradicional plagada de imprecisiones. Esto tiene dos claros efectos: desprestigia la ciencia económica haciendo que mucha gente no la tome en serio y por otra parte vuelve a muchos economistas ejemplos de lo que F.A. Hayek llamó la "fatal arrogancia", es decir que se toman demasiado en serio frente a la sociedad. Ambas son caras de la misma moneda, y sus efectos vía políticas públicas sobre el planeta han sido desastrosos. Antes de la reinstitución del Mercantilismo, el analfabetismo económico era común exceptuando a los economistas. Luego de los 1930’s una buena parte de la propia profesión padece de ese mal al abrazar fundamentos y conclusiones erróneos.Keynes, padre intelectual del FMI y las políticas económicas de los últimos 70 años, hubiera hecho bien en no desenterrar los viejos mitos mercantilistas y vestirles de nuevos ropajes. El costo de enterarnos que el emperador estaba desnudo y tenia un rostro viejo y desagradable aún no se termina de pagar en oportunidades perdidas para el mundo en vías de desarrollo. Los seguidores posteriores de esa línea, desde Hicks pasando por Samuelson & Nordhaus para llegar a Paul Krugman, siguen confundiendo a sus herederos intelectuales y al público en general. Pero la economía de pizarrón nos ha hecho ya el suficiente daño. Tal vez es hora de evitar nuevos desastres.