lunes, 14 de noviembre de 2011

Protección de la industria local, desprotección del consumidor

Hugo Balderrama

Los hombres tenemos una innata desigualdad de talentos y capacidades eso nos lleva a necesitar de otros para poder satisfacer nuestras necesidades, desde el punto de vista lógico tomaremos los servicios o los bienes de aquel que en su momento sea el mejor para la tarea en cuestión, ese proceso simple que acabamos de describir se llama comercio. Es decir la actividad comercial es inherente al ser humano, es un proceso surgido de forma espontánea en la sociedad y que permite satisfacer la mayor cantidad de carencias y su vez eleva el nivel de vida de todos.
Necesariamente el intercambio se basa en el beneficio particular de quienes comercian, por cuanto la decisión de permutar un bien por otro, como toda decisión económica, sólo responde (siempre que sea voluntaria) a la presunción de que esa acción nos permitirá estar mejor. En este sentido, el comercio no se basa en el intercambio de bienes de valores equivalentes, sino que para cada una de las partes el bien que entrega tiene necesariamente menor valor que aquel que recibe, y de allí se desprende su disposición al cambio. En síntesis, si un intercambio entre dos partes es voluntario, no se llevará a cabo a menos que ambas crean que dicho intercambio las beneficiará. Como veremos más adelante, muchos de los errores económicos derivan de olvidar esto y creer que una parte sólo puede ganar a expensas de la otra.
Hoy por hoy existe una intromisión cada vez más mayor en del aparato político en las decisiones comerciales de los individuos, esto es un reemplazo por parte del gobierno respecto a los ciudadanos en sus decisiones de compra y venta ya que es este el que decide el origen y el destino de los bienes producidos, con lo cual se viola el derecho de las personas de elegir libremente, entre bienes producidos por un compatriota o por un extranjero, a esa posición autoritaria y dictatorial se la llama “protección de la empresa local”
En general, la posición asumida por los gobiernos sienta sus raíces en una concepción mercantilista por la cual la riqueza no estaría constituida por bienes (más ricos somos cuanto más bienes podemos conseguir con nuestra limitada dotación de recursos), sino por la mayor cantidad de dinero acumulado. Sin embargo, el dinero en sí no nos permite satisfacer nuestras necesidades, sino que es un medio para poder obtener los bienes que deseamos; por lo tanto, poco importa que tengamos grandes sumas de dinero si con ellas sólo podemos acceder a un pequeño número de bienes. Por eso, tratar de conseguir mayor cantidad de divisas a través de las ventas al exterior no tiene sentido si en la producción de esos bienes consumimos más recursos que los que utilizaríamos con sólo comprar esos bienes al extranjero, o si nosotros mismos encarecemos a través de impuestos los bienes que compramos con nuestras divisas, porque, en definitiva, tendremos muchos billetes pero éstos se cambiarán por menor cantidad de bienes. En otras palabras, estaríamos autorreduciendo nuestro poder adquisitivo, cuando en realidad más ricos somos cuantos más bienes podamos recibir y menos debamos dar a cambio para poder comprarlos.
Pero desde el punto de vista del mercantilismo, lo que importa es el resultado “favorable” de la balanza comercial, porque sólo se mira cuántas divisas se acumulan y no su poder adquisitivo en términos de bienes. De este modo, las exportaciones aparecen como “buenas” y las importaciones como “malas”, lo que da lugar a la aplicación de aranceles y medidas paraarancelarias, y de subsidios y alicientes a la exportación.
Sin embargo, nuestra ganancia a causa del comercio es precisamente la inversa: las exportaciones constituyen el costo que pagamos para obtener las importaciones. En el límite, el mayor beneficio se obtendría si pudiéramos disfrutar de bienes producidos fuera del país sin necesidad de dar nada a cambio, esto es, sin mediar esfuerzo laboral alguno. Cuanto más podamos recibir y menos debamos dar a cambio, más ricos seremos (a quien no le gustaría obtener todo sin tener que salir a trabajar en las mañanas)
Por otro lado el sistema de narras significa pagar más caro por aquello que podríamos obtener a más bajo costo, lo que sumado a la ineficiencia económica, resulta trágico para las finanzas de los consumidores locales. En este sentido cabe preguntarse a quien protegen las medidas de este tipo, es evidente que los consumidores no estarán pidiendo que se los proteja de la posibilidad de obtener mejores precios a través del comercio exterior. Pero el sistema sí resulta ventajoso para los productores que ven eliminada su competencia. Justamente, en el interés particular de algunos sectores reside probablemente la mejor explicación de por qué, siendo un concepto tan cuestionado en la teoría económica, es moneda corriente en la mayoría de los países, es el origen de esa relación incestuosa entre pseudo empresarios y el poder de turno, que ven crecer sus patrimonios al mismo ritmo que sus congéneres pierden sus ahorros, solo basta mirar la lista de los dirigentes de la cámaras empresariales para ver que en su mayoría tienen alguna ligazón con la política (ex diputados, senadores, ministros, etc).En resumen, toda tarifa aduanera o restricción no arancelaria implica una mayor erogación por unidad de producto, lo cual, a su vez, se traduce en una menor cantidad de producto, esto es, riqueza, y en un menor nivel de vida, lo cual solo favorece a unos caballeros feudales que viven del favor de las oficinas públicas y no de su capacidad de servir al prójimo, por eso la mejor protección que se le puede dar al ciudadano es que se le respeto al derecho a comercie con quien le plazca.