martes, 9 de diciembre de 2008

Padres Fundadores: In memoriam


Por Alberto Benegas Lynch (h)
Diario de América
En esta oportunidad me limitaré a transcribir algunos textos breves de los Padres Fundadores en Estados Unidos para que los lectores saquen sus propias conclusiones y se formulen las reflexiones que estimen pertinentes, exentos de glosas y comentarios de cualquier naturaleza que sean.

James Madison (1792): “El gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo [...] Éste ha sido el fin del gobierno, sólo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo”.
James Madison (1788): “Hemos oído la impía doctrina del Viejo Mundo por la que la gente era hecha para el rey y no el rey para la gente.¿Se revivirá la misma doctrina en el Nuevo bajo otra forma- que la sólida felicidad de la gente debe sacrificarse a las visiones de aquellas instituciones políticas bajo una forma diferente?”.
James Madison (1800): “Los poderes delegados por la Constitución propuestos al gobierno federal son pocos y definidos”.
George Mason (1780): “Ahora bien, todos los actos de la legislatura aparentemente contrarios al derecho natural y a la justicia son nulos, según nuestras leyes y deben serlo según la naturaleza de las cosas [...] en conciencia estamos obligados a desobedecer las constituciones humanas que contradicen [aquellos principios fundamentales]”.
Alexander Hamilton (1788): “Voy más allá y afirmo que el bill of rights , en el sentido y en la medida para lo que se pretende no sólo resultan innecesarios en la Constitución sino que pueden resultar peligrosos [...] Puesto que ¿para qué declarar que las cosas no se harán cuando no hay poder de hacerlas?”.
Thomas Jefferson (1789): “La tiranía de los legisladores es actualmente, y esto durante muchos años todavía, el peligro más temible. Lo del poder ejecutivo vendrá a su vez, pero en un período más remoto”.
James Wilson (1782): “En mi modesta opinión, el gobierno se debe establecer para asegurar y extender el ejercicio de los derechos naturales de los miembros; y todo gobierno que no tiene esto en la mira, como objetivo principal, no es un gobierno legítimo”.
Thomas Jefferson (1792): “Se necesita un gobierno frugal que restrinja a los hombres que se lesionen unos a otros y que , por lo demás, los deje libres para regular sus propios objetivos”.
Thomas Jefferosn (1787): “Una pequeña rebelión de vez en cuando es algo bueno y necesario en el mundo político, tal como las tormentas lo son en el físico”.
George Washington (1796): “Establecimientos militares desmesurados constituyen malos auspicios para la libertad bajo cualquier forma de gobierno y deben ser considerados como particularmente hostiles a la libertad republicana”.
Alexander Hamilton (1787): “La violenta destrucción de a vida y la propiedad en la guerra, el esfuerzo continuo y la alarma consustancial al estado de peligro permanente, hará que las naciones más apegadas a la libertad pidan reposo y seguridad a instituciones que tienen una tendencia a destruir sus derechos civiles y políticos. Para obtener seguridad estarán dispuestos a correr el riesgo de ser menos libres”.
James Madison (1780): “El ejército con un Ejecutivo sobredimensionado no será por mucho un compañero seguro para la libertad [...] El peligro extranjero siempre ha sido el instrumento de la tiranía dentro del país”.
Thomas Paine (1776): “La sociedad en todos sus estados es una bendición, pero el gobierno, aún en su mejor estado, constituye un mal necesario y en su peor estado, uno intolerable”.
Thomas Jefferson (1782): “Un despotismo electo no fue el gobierno por el que luchamos”.
George Washington (1795): “Mi ardiente deseo es, y siempre ha sido, cumplir con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo doméstico, pero mantener a los Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países”.
Benjamin Franklin (1787): “Este esquema de gobierno será probablemente bien administrado en el curso de años y puede sólo terminar en despotismo, tal como ha ocurrido con otras formas antes que él, cuando la gente sea tan corrupta como para necesitar un gobierno despótico, siendo incapaz de ningún otro”.
Benjamin Franklin (1759): “Aquellos que renuncian a libertades esenciales para obtener seguridad temporaria, no merecen ni la libertad ni la seguridad”.
George Mason (1781): “Un repaso permanente de los principios fundamentales es absolutamente necesario para preservar las bendiciones de la libertad”.

jueves, 23 de octubre de 2008

Bush, acorralado por sus dislates

Por Alberto Benegas Lynch (h)
En Estados Unidos, la actual administración ostenta el oscuro privilegio de contar con la tasa de crecimiento más rápida en la relación gasto público-producto bruto interno de los últimos ochenta años. Por otra parte, la deuda del gobierno central se duplicó en los últimos diez años y representa el 70% del PBI de lo cual la mitad corresponde a extranjeros ya que el ahorro interno no alcanza para la financiación del aparato estatal. G. W. Bush pidió en cinco oportunidades autorización a la Legislatura para elevar el tope de la deuda.
Es de interés señalar que Jefferson indicó que de haber tenido la posibilidad hubiera introducido una modificación en la Constitución referida a la prohibición al gobierno de contraer deuda. En última instancia, esta deuda resulta incompatible con la democracia puesto que compromete patrimonios de futuras generaciones que no han participado del proceso electoral que ungió al gobierno que contrajo la deuda.
Si se proyecta el presupuesto del gobierno nacional de aquél país observamos que en 2017 todos los impuestos federales juntos no alcanzan a cubrir siquiera el programa de Seguridad Social. Bush prometió contraer la dimensión del Leviatán a niveles razonables pero no solo elevó el gasto utilizando el superávit que dejó la administración anterior, sino que incrementó el tamaño del aparato estatal que consumió aquél superávit, avanzó hacia un colosal déficit fiscal y continuó la escalada arrastrando el antes aludido endeudamiento hacia alturas inauditas en un contexto regulatorio que ahora ocupa 75 mil páginas adicionales por año.
La Reserva Federal se empeñó en comprimir la tasa de interés, lo cual falsea la relación consumo presente-consumo futuro que engaña a los operadores quienes encaran proyectos de inversión que aparecen como rentables pero que son en verdad antieconómicos. Ahora, el gobierno coactivamente echa mano a recursos de los contribuyentes como salvataje para empresas insolventes: 29 mil millones al JP Morgan para adquirir Bear Stearns, 100 mil millones para Fannie Mae y Freddie Mac, 300 mil millones para la agencia federal de la vivienda, 85 mil millones en préstamo a la aseguradora AIG al 11.5% quedándose el gobierno con el 80% de las acciones, la reincidencia en la creación del ente estatal esta vez con la debatida propuesta de asumir todos los créditos hipotecarios con problemas de pago en poder de la banca por aproximadamente 700 mil millones, además del aporte de otros bancos centrales “para inyectar liquidez” y políticas de tenor equivalente, todo lo cual revela una creciente latinoamericanización.
A este cuadro debe agregarse la patraña mayúscula de la “invasión preventiva” a Irak tal como lo explica Richard Clarke (asesor en temas de seguridad para cuatro Presidentes) y el cercenamiento de las libertades civiles en cuanto a la detención sin juicio previo, las escuchas telefónicas, la invasión al secreto bancario y la irrupción a domicilios sin orden judicial, lo que hace decir al juez Andrew Napolitano que “Si los crímenes del gobierno no se controlan, nuestra Constitución no significa nada”.
En mi libro reciente Estados Unidos contra Estados Unidos (Fondo de Cultura Económica) destaco los alarmantes desvíos en estos y en muchos otros frentes respecto de los extraordinarios principios rectores establecidos por los Padres Fundadores y el riesgo enorme que conlleva esa situación para el mundo libre. Pero lo que no puede decirse con un mínimo de seriedad es que este embate y extralimitación pavorosa del poder y la acción depredadora de empresarios prebendarios es el resultado de aplicar los valores de la sociedad abierta o el capitalismo.
Ya una vez ocurrió cuando algunos distraídos dijeran que la crisis de los años treinta “fue el resultado del capitalismo” sin percibir que los Acuerdos de Génova y Bruselas abrieron las compuertas al desorden monetario que condujo al boom de los años veinte y al posterior crack de los años treinta, agravado por las manipulaciones erráticas de la Reserva Federal tal como, entre otros, lo señalan Milton Friedman y Anna Schwartz.
En este análisis nos encontramos en un fuego cruzado entre los antinorteamericanismos fruto de la envidia y la incomprensión de marcos institucionales liberales y el fundamentalismo de irresponsables que pretenden justificar lo injustificable.
Una nutrida bibliografía muestra los graves problemas en la asignación de factores productivos debido a la concentración de ignorancia inherente a la manía estatista de la burocracia y la consiguiente arrogancia del poder, en lugar de establecer las debidas responsabilidades en el contexto de la dispersión del conocimiento que permiten procesos abiertos y competitivos. Para un baño de humildad recomiendo El cisne negro (Paidós) de N. Taleb donde se explican los peligros de la pretendida planificación de haciendas ajenas y “el oculto cementerio” que resulta de políticas desatinadas.
El autor es Doctor en Economía.

La paradoja de los celulares


Por Alberto Benegas Lynch (h)Diario de América
Por más que hayan instrumentos de gran utilidad que prestan innumerables servicios a la humanidad, si se utilizan mal no sirven a los propósitos para los que fueron concebidos originalmente. Este es, por ejemplo, el caso del martillo: si en lugar de utilizárselo para clavar una estaca o un calvo se lo emplea para romperle la nuca al vecino. Es el caso del mercado cuando en lugar de bienes y servicios que apuntan a la excelencia se demandan estupefacientes para usos no medicinales hasta perder el conocimiento y cuando se comercian dosis crecientes de armas para la guerra y aparatos de tortura. La culpa no es del martillo o de los procesos que sirven para conocer las preferencias y los arreglos contractuales de la gente, sino que se trata de un tema eminentemente axiológico.
Fenómeno parecido ocurre en nuestro tiempo con la telefonía celular. Sin duda que se trata de un instrumento de gran provecho para todo aquello que los usuarios estimen conveniente al efecto de lograr diversos propósitos personales, pero esto puede dividirse en dos planos bien diferenciados. En el primer caso se trata de usos para situaciones de emergencia, contactos urgentes y conversaciones que estrechan las vinculaciones entre las personas. En el segundo, en cambio, conjeturamos un fenomenal desvío de la comunicación de una envergadura tal que, en la práctica, significa la más palmaria incomunicación.
Veamos más de cerca este último plano. Da la impresión que se trata de quienes hacen alarde (en verdad resulta tragicómico) ante terceros de que se los requiere insistentemente. Están hablando con alguien pero interrumpen reiteradamente para atender llamados varios con lo que no están comunicados con el interlocutor con el que se hallan personalmente en contacto ni tampoco con los que se comunican telefónicamente en el contexto de absurdos tartamudeos telegráficos. En última instancia, no están comunicados con nadie.
Hay casos extremadamente ridículos y son cuando quien atiende un celular susurra que no le es posible atender en ese momento porque está en el cine o en una “reunión importante”. No se sabe para que diablos atiende en primer lugar, tal vez sea la irrefrenable tentación de contestar llamados ya que son en general personas sin agenda definida que se dejan dominar por los tiempos y las inquietudes de los demás con lo que van a la deriva según los llamados telefónicos que no resisten contestar.
Personalmente no digiero ese cuadro de situación. He debido decirle a mi interlocutor circunstancial en las oportunidades en que ha ocurrido ese desliz que elija si prefiere hablar por teléfono o estar conmigo porque me niego rotundamente a seguir conversaciones en ese clima donde cualquier intruso nos intercepta a la primera de cambio. En una oportunidad en que estaba conversando con tres personas, una de ellas se levantó para tomar una llamada en su celular e interrumpía con su voz chilllona nuestras deliberaciones desde la habitación contigua. Me levanté y cerré una puerta que nos separaba y advertí que le estaba arruinando el alarde a la del celular con lo que instantáneamente dejó de hablar porque no había material para trasmitir y el alarde ya no tenía sentido (a menos que lo pudiera hacer con un tercero al tomar otra línea y así sucesivamente).
Una persona con un mínimo de educación en una oficina, cuando recibe a otra, lo primero es decirle a la secretaria que no le pase llamadas. Por respeto y consideración elemental las comunicaciones son por turno riguroso, no hay tal cosa como las comunicaciones simultáneas por temas distintos con distintas personas. Las conversaciones pueden ser grupales hablando secuencialmente sobre temas comunes, ya sea de modo presencial o por conferencias a distancia pero nunca en medio del aludido cotorreo.
En el mundo de los “gerentitos” son habituales estos alardes debido a lo que podríamos bautizar como “el complejo de la ocupación permanente” o el “síndrome del gran trabajador”. Son en realidad los que duermen la siesta de la vida ya que no le dan cabida a lo relevante y los que muchas veces padecen la “crisis de los domingos” por el páramo existencial en el que están envueltos: la soledad los espanta porque no pueden oír la voz interior, como que no hay vida interior alguna. Apagado el celular solo queda la nada absoluta.
Ningún empresario o funcionario de jerarquía anda con el celular prendido a cuestas (y habitualmente sin celular a secas). Una comunicación implica respeto e interés recíproco, lo otro es frivolidad y simulacro de comunicación por ello es que resulta paradójico que en la era de los celulares hay casos en los que se acentúa la incomunicación. Es como si siempre se le diera prioridad al nuevo personaje que se interpone último sin que nadie en verdad tenga prioridad porque la vida se desdibuja en alardes, sin contenido, sin brújula y sin parámetro extramuros del celular.

martes, 9 de septiembre de 2008

Otra vez, un preocupante zafarrancho argentino

por Alberto Benegas Lynch
Cada tanto tiempo durante los últimas largas seis décadas la Argentina es noticia en los diarios del mundo por una nueva crisis que siempre parece terminal.
Un país que estuvo a la vanguardia de las naciones civilizadas desde la aplicación de su Constitución liberal de 1853 hasta la revolución fascistoide de 1930 y mucho peor, más degradante y totalitario, a partir del peronismo de la década siguiente. Antes de esto último los salarios e ingresos en términos reales del peón rural y del obrero de la incipiente industria eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia y, desde luego, mucho más elevados que los de Italia y España de aquella época. La población se duplicaba cada diez años. Los inmigrantes venían a “hacerse la América”. Competíamos con Estados Unidos en muchos rubros. Nuestras exportaciones estaban a la altura de las de Canadá y Australia. Los ámbitos culturales descollaban por sus niveles de excelencia. Los valores como el respeto a los derechos de propiedad y la palabra empeñada eran sagrados.
Tocqueville en sus reflexiones sobre la Revolución y el antiguo régimen en Francia conjeturaba que los países que cuentan con gran progreso moral y crematístico tienden a dar eso por sentado. Momento fatal porque se dejan espacios que son ocupados por otras corrientes de pensamiento. En el caso argentino fueron los keynesianismos, las doctrinas de la CEPAL, los nazi-fascismos, los colectivismos socialistas y demás variantes estatistas y autoritarias que derrumbaron al país hasta lo inconcebible.
Sin solución de continuidad esto viene ocurriendo con renovado entusiasmo para la demolición, a pesar de los meritorios esfuerzos educativos que tienen lugar en algunos islotes de gran solvencia. Hoy nos encontramos inmersos en la paranoia de un matrimonio gobernante que ha instalado con insistente vigor el resentimiento, la confrontación y la más inaudita prepotencia del aparato estatal. Pretenden manejar las vidas y las haciendas ajenas como si fueran propias. En nombre de los pobres, echan mano desaprensivamente al fruto del trabajo ajeno para “redistribuir”, esto es, volver a distribuir por la fuerza lo que pacíficamente distribuye la gente diariamente en el mercado con sus compras y abstenciones de comprar lo cual perjudica especialmente a los más necesitados al carcomer las tasas de capitalización que son la única causa de la suba de salarios en un contexto de marcos institucionales respetuosos de los derechos de todos.
El Congreso abdicó de sus facultades esenciales al delegar en el Ejecutivo el manejo presupuestario y cuando jueces se oponen a medidas expropiatorias como las mal llamadas “retenciones” (la palabra remite a algo transitorio y sujeto a devolución, lo cual no es el caso), resulta que es investigado, presionado y amonestado. El gasto público crece a pasos agigantados, el endeudamiento sobrepasa los pronósticos más pesimistas, se comprometen recursos adicionales de los contribuyentes para ruinosas reestatizaciones de empresas y se fortalece la amistad con el gobierno venezolano, especialmente con el tristemente célebre ejemplar del Orinoco, políticas cuyos resultados se hace todo lo posible por ocultar tras mentirosas estadísticas oficiales.
Claro que las ideas que conducen a este cuadro de situación no están paridas en la originalidad del actual gobierno. Vienen de atrás y están muy arraigadas en la sociedad argentina debido a un persistente prédica socialista que comienza en muchas cátedras universitarias y se expande en diversas direcciones en círculos concéntricos del mismo modo que ocurre con una piedra arrojada en un estanque.
La noción del derecho se ha resquebrajado hasta convertirlo en una grotesca caricatura. A todo derecho corresponde una obligación. Si el lector obtiene mil por su trabajo, existe la obligación universal de respetar ese ingreso, pero si pretende recibir dos mil cuando su remuneración es de mil y si se otorgara semejante “derecho” quiere decir que otro estaría obligado a proporcionar la diferencia con lo que se habría conculcado el derecho de ese otro. Esto significa un pseudoderecho. Vivimos en la era de los pseudoderechos: “derecho a una vivienda digna”, “derecho a una adecuada atención médica”, “derecho a la educación”, “derecho a vitaminas e hidratos de carbono” y, como casi lo propició la asamblea constituyente en Ecuador, “derecho al orgasmo”. Son todas aspiraciones de deseos pero no derechos ya que, precisamente, atropellan y lesionan el derecho con lo que los marcos institucionales se aniquilan, lo cual, a su turno, termina por afectar gravemente la condición de vida de los relativamente más pobres. Estas dos concepciones radicalmente diferentes del derecho son lo que explican las diferencias entre Uganda y Canadá.
El zafarrancho argentino es preocupante porque, además, significa una burla a los procedimientos republicanos más elementales y una mofa a la democracia que, como explican Sartori, Hayek y tantos otros, se basa en la noción del respeto por los derechos de las minorías. Como el liberalismo está siempre en ebullición y no hay palabras finales, debemos estar atentos a otras contribuciones que fortalezcan las autonomías individuales como las que ahora proponen autores de la talla de Anthony de Jasay, pero, mientras, por lo menos tengamos en cuenta los valores mínimos sobre los que se sustenta el sistema que actualmente evocan quienes desean vivir en una sociedad abierta.
Las autoridades argentinas no se dieron por enteradas de la caída del muro de la vergüenza en Berlín que se debió a la imposibilidad de llevar a cabo contabilidades, evaluación de proyectos ni cálculo económico alguno mientras no se respete la propiedad privada que permite al existencia de precios que constituyen las únicas señales para operar en el mercado. Los megalómanos insertos en el aparato estatal argentino pretenden manejar precios sin percibir que inexorablemente imponen números que no responden a las estructuras valorativas imperantes.
En lugar de permitir el funcionamiento de millones de arreglos contractuales, los burócratas del momento tienen la arrogancia de pretender la coordinación de información que por su naturaleza se encuentra dispersa y fraccionada para, en cambio, concentrar ignorancia en la sede del gobierno. Los fracasos de tales políticas han sido reiterados y estrepitosos en los más diversos puntos del planeta pero funcionarios argentinos anacrónicos y tercos desvarían con el capricho y el empecinamiento de la economía regimentada, lo cual produce una Argentina empobrecida y encadenada.
Si en el siglo XIX, Juan Bautista Alberdi y sus colegas pudieron sentar las bases de una Argentina extraordinaria partiendo de una situación sumamente difícil, nosotros, si aspiramos a ubicarnos a la altura de esa estirpe, tenemos que ser capaces de revertir lo que ocurre y retomar una senda que nunca debimos abandonar.
Este artículo fue publicado originalmente en El Economista (España) el 19 de agosto de 2008.

domingo, 24 de agosto de 2008

La Teología de la libertad

Por Robert A. Sirico
The Wall Street Journal
Ahora la Iglesia ve la conexión entre el socialismo y la pérdida de libertades.
Los obispos, sacerdotes y otros líderes de la Iglesia Católica en Latinoamérica solían ser un aliado confiable de la izquierda, gracias a la influencia de la "teología de la liberación", la cual trata de ligar al Evangelio a la causa socialista. Hoy, la Iglesia empieza a reconocer la conexión entre el socialismo y la pérdida de la libertad, lo que está produciendo un cambio en su manera de pensar.
En una región que es más de un 90% católica, este cambio podría tener enormes implicaciones. Una Iglesia que haga hincapié en la libertad podría jugar un papel en Latinoamérica similar al que jugó en Europa del Este durante los años 80, como un contrapeso en defensa de la libertad, durante una época de auge del despotismo.
Una prueba de este cambio se encuentra en un comunicado reciente de los obispos católicos de Venezuela: atacaron la agenda política del presidente Hugo Chávez por su asalto a la libertad bajo el disfraz de ayudar a los pobres. Es moralmente inaceptable, decía el comunicado, y significa un retroceso para el país en términos del respeto a los derechos humanos.
El comunicado de los obispos desde Caracas no fue el primer desafío presentado por la Iglesia a Chávez. El fallecido Cardenal Rosalio Castillo presentó alguna vez la visión de la Iglesia sobre el socialismo bolivariano. El gobierno, explicó, aunque elegido democráticamente, se estaba transformando en una dictadura. Le preocupaban los resultados de este proceso. "Todos los poderes están en manos de una persona que los ejerce de una manera arbitraria y déspota, no con el interés de conseguir el bien común de la nación, sino por un proyecto político arcaico y retorcido: el de implantar en Venezuela un régimen desastroso como el que Fidel Castro ha impuesto en Cuba…"
En México, la Iglesia también se ha enfrentado a la izquierda radical. El mes pasado, un grupo de 150 personas asociadas con el socialista Partido de la Revolución Democrática (PRD) entraron a la catedral de la capital un domingo en la mañana cuando comenzaba la misa. La turba volteó bancos, denunció a los sacerdotes y pronunció arengas anticlericales. El PRD asegura que no fue directamente responsable. Pero el mensaje era claro: cualquiera que no esté a favor de la militancia colectivista está en contra de ella.
Estos son tan sólo dos ejemplos de la creciente tensión entre la Iglesia Católica y la extrema izquierda en Latinoamérica. En Argentina y Cuba, la Iglesia también está asumiendo el rol de la oposición.
Es importante anotar que los líderes de la Iglesia que están desafiando a gente como Chávez no están recomendando que la Iglesia se involucre en política. Su posición, que está de acuerdo con las enseñanzas del Papa Benedicto XVI, es que la relación entre la Iglesia y el Estado en Latinoamérica es compleja y que debería haber una separación clara. Pero también saben la importancia de preservar la libertad y el pluralismo.
Los casos de involucramiento político que hemos leído con más frecuencia tienen que ver con una colaboración con las llamadas "dictaduras de derecha". Pero no se sabe en qué sentido difieren del total control estatal o "dictaduras de izquierda". La teología de la liberación puede apelar al clero con conciencia social, sin embargo también politiza el rol de la Iglesia al bendecir otra forma de control totalitario.
La teología de la liberación apareció hace cerca de tres décadas. La Biblia inculca la preocupación por los pobres, dijeron los teólogos liberacionistas, y luego fueron un paso más allá al decir que Jesús fue un símbolo y defensor de la guerra de clases para expropiar a los ricos en beneficio de los pobres.
Hoy en día, la teología de la liberación aún está de moda y, debido a la confusión intelectual en Latinoamérica, muchos aún creen que el socialismo de Chávez, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, e incluso de Fidel Castro, ofrece esperanza a los pobres. Cuando Chávez anuncia que "democratizará" las propiedades para golpear a los ricos, puede contar con los vítores de muchos admiradores religiosos.
Los líderes sinceros de la Iglesia, que están justamente convencidos de su misión especial para asistir a lo pobres, a veces son atraídos por la falsa esperanza de que impuestos más altos, la redistribución de la tierra, la nacionalización de las industrias y los grandes proyectos gubernamentales ofrecen una salida. Esto es trágico debido a que amenaza con inmiscuir a la Iglesia en la política, poniendo en riesgo su reputación y el mensaje del Evangelio en una agenda política.
Al menos 100 años de evidencia contradicen la afirmación de que un Estado más poderoso (eso es todo lo que la teología de la liberación ofrece) es el medio adecuado para el avance material. Nadie gana nada al aplastar a los ricos, aparte del Estado. Lo que la sociedad necesita no es la expropiación, sino una ampliación de las oportunidades para que todas las clases mejoren sus estándares de vida.
Sólo hay un camino hacia la liberación y es una genuina liberalización de la vida económica y política, que separe al Estado, no sólo de la Iglesia, sino de la cultura y de la vida comercial de la nación.
En mis viajes por la región he detectado una reconsideración honesta. Los líderes presentes y futuros parecen estar reconociendo que, para que la clase media crezca, se necesita tener una comprensión más vibrante de cómo funciona el mercado, en donde la gente se gana la vida. También existe la necesidad de un entendimiento más profundo de los riesgos morales y las oportunidades que la economía política presenta.
La Iglesia, pese a los terribles golpes a su credibilidad en los últimos años, está en la mejor posición para proveer liderazgo y asumir un rol de enseñanza en este momento. Los textos del Papa Benedicto proveen una base sólida. El Papa advierte sobre los riesgos del poder y sus efectos moralmente corruptores, así como los efectos materialmente corrosivos de las políticas socialistas.
La Iglesia puede proveer un liderazgo independiente en la sociedad. Sobre todo, debe haber una independencia de la política. Expandamos ese modelo de independencia a todos los sectores de la sociedad. Así, Latinoamérica se volvería menos vulnerable a los déspotas, desarrollaría una pujante clase media y aseguraría un futuro de libertad y prosperidad. En el rol de la oposición, la Iglesia Católica puede encontrar su verdadera voz como defensora de los derechos humanos y la libertad.
El Padre Sirico es presidente del Instituto Acton, en Grand Rapids, Michigan.

La importancia de la desigualdad

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Todos los seres humanos somos distintos desde muy diversas perspectivas, lo cual hace que los resultados de nuestras acciones sean también distintos. Y esto permite la cooperación social, es decir, el intercambio de ideas, de bienes y de servicios. Si a todos los hombres les gustara la misma mujer o si todas las personas de dedicaran a la medicina el mundo estaría en graves problemas, tan complicados que sucumbiría la raza humana. La desigualdad en infinidad de manifestaciones humanas es, por tanto, una bendición. Hasta la conversación sería tediosa sin diferencias de perspectivas, intereses, vocaciones y talentos.
Dentro de estas desigualdades debe subrayarse la de rentas y patrimonios que en una sociedad abierta es fruto de las diferentes calidades de servicios y bienes que se ofrecen en el mercado a juicio de los consumidores. En la medida en que se acierte con los gustos y preferencias de los demás se obtienen ganancias y en la medida en que se yerre se incurre en quebrantos. Las consecuentes posiciones patrimoniales no son irrevocables. Dependen de la capacidad de ajustarse a los cambios que diariamente tienen lugar en las valorizaciones de las personas. Como los recursos son limitados en relación a las necesidades, esta es la mejor manera de que los factores de producción se encuentren en las mejores manos, lo cual, a su turno, hace que los ingresos y salarios resulten los más elevados posibles debido a que se maximizan las tasas de capitalización. Es lo que se denominan externalidades positivas.
Sin embargo, vivimos la era de la enfermiza obsesión por el igualitarismo. Se sostiene que en la carrera por la vida todos deben partir del mismo punto de largada para así tener “igualdad de oportunidades” y, en todo caso, los que mejor corren llegarán a los primeros puestos. Pero esta metáfora deportiva es autodestructiva ya que al que llega primero habrá que nivelarlo en la próxima largada de la carrera si se quiere seguir con la referida línea argumental de otorgar a todos iguales oportunidades, con lo que se habrá perdido el sentido del esfuerzo durante la carrera.
Como hemos apuntado en otras circunstancias, la llamada igualdad de oportunidades es incompatible y mutuamente excluyente con la noción de la igualdad ante la ley ya que para otorgar aquella igualdad deben asignarse derechos distintos. Si al mal jugador de tennis se le pretende otorgar igualdad de oportunidades con el profesional habrá, por ejemplo, que prohibirle a este último a que juegue con el brazo que habitualmente usa en el partido con lo que se habrá conculcado su derecho. La igualdad es ante la ley y no mediante ella. Para que todos tengan los mismos derechos no debe imponerse la igualdad de oportunidades, con lo que todos tendrán mayores oportunidades (no iguales). En uno de mis libros me detuve a analizar críticamente la obra de John Rawls sobre la materia, especialmente en lo referente a los talentos naturales y adquiridos. Aquí me detengo en otros aspectos.
En este contexto, la preocupación por atender la dispersión del ingreso a través del Gini Ratio y otras mediciones no resultan relevantes puesto que lo importante es el establecimiento de marcos institucionales que hagan posible el mejoramiento de todos, independientemente de las diferencias de rentas y patrimonios entre cada uno de los miembros de la sociedad, las cuales, como queda dicho, son el resultado de las respectivas productividades en un mercado abierto (no, desde luego, si se aceptan empresarios prebendarios que hacen negocios en los despachos oficiales).
Estas desigualdades resultantes son fruto de los resultados que cada uno produce y no del esfuerzo realizado (que podrá ser inmenso pero con resultados deficientes a criterio de los demás). Como dice Thomas Sowell, no se trata de lo que se conjetura ocurrirá en el tribunal de Dios el día del Juicio Final sino de lo que específicamente cada uno contribuye para atender los requerimientos del prójimo. También el mismo autor señala que la desigualdad está tan arraigada en la naturaleza humana que incluso la misma persona no es igual a si misma en días diferentes, pero a pesar de ello los esfuerzos del igualitarismo están tan popularizados que no solo el aparato estatal pretende distribuir ingresos (dice que no se debería utilizar esa expresión ya que “los ingresos no se distribuyen sino que se ganan”) sino que en manifestaciones cotidianas también se pone de relieve el deseo de la igualdad cuando se elimina el señor o señora o al religioso el uso de Padre, Pastor, Rabino o Muecín (a pesar de que no hay sacerdotes en el Islam) e incluso se eliminan los apellidos de las personas circunscribiendo la identificación al nombre de pila, lo cual, a veces, se extiende a los hijos que se dirigen a sus padres también por el nombre de pila, siempre al efecto de limar diferencias y generalizar la guillotina horizontal.

lunes, 4 de agosto de 2008

Apostillas sobre los Estados Unidos

Por Alberto Benegas Lynch (h)El Economista, Madrid
Resulta sumamente gratificante cada vez que se constata la independencia de criterio y la capacidad para la crítica y la autocrítica. Acaba de salir a la venta What Happened. Inside the Bush White House and Washington´s Culture Deception del ex portavoz de la Casa Blanca, Sott McClellan, el segundo de cuatro secretarios de prensa que estuvo con G.W. Bush cuando era gobernador de Texas y dos años al frente de la mencionada responsabilidad en la capital estadounidense.
Entre otras cosas, el libro de marras señala que el actual presidente optó por una campaña de propaganda política en lugar de decir la verdad al efecto de justificar la patraña de la llamada invasión preventiva en Irak que McClellan dice que fue a todas luces innecesaria. Esto no hace más que repetir lo dicho por personas responsables desde distintos rincones del planeta, lo cual fue confirmado con una claridad meridiana por Richard Clarke -el ex asesor en temas de seguridad para cuatro presidentes (incluyendo a Bush II)- en su escalofriante libro publicado hace más de cuatro años titulado Against All Enemies. Inside América´s War on Terror.
En éstas líneas quiero traer a colación unas reflexiones del entonces senador Robert A. Taft reproducidas en The New York Times en mayo 21 de 1940 al advertir de los serios peligros de que Estados Unidos se embarque en la Segunda Guerra Mundial: “Hay muchas más posibilidades de peligro de infiltración totalitaria que proviene del New Deal [de Roosevelt] de los círculos de Washington que todo lo que proviene de las actividades de los bandos nazis y comunistas” y que la entrada en la guerra “liquidará más fácilmente la democracia en América [Norteamérica] que la dictadura alemana”. Taft no hacía más que seguir la tradición estadounidense iniciada por George Washington, quien escribió en 1795 en correspondencia dirigida a Patrick Henry: “Mi ardiente deseo es, y siempre ha sido, cumplir estrictamente con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo doméstico; pero mantener a los Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países”. Siendo Secretario de Estado de James Monroe, John Quincy Adams declaró que “América [Norteamérica] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia para todos. Es el campeón solamente de las suyas. Recomienda esa causa general por el contenido de su voz y por la simpatía benigna de su ejemplo.
Sabe que alistándose bajo otras banderas que no son la suya, aún tratándose de la causa de la independencia extranjera, se involucrará mas allá de la posibilidad de salir de problemas, en todas las guerras de intrigas e intereses, de la codicia individual, de envidia y de ambición que asume y usurpa los ideales de libertad. Podrá ser la directriz del mundo pero no será mas la directriz de su propio espíritu”.
Y, posteriormente, Henry Clay, en 1852, en la cámara de senadores, manifestó que “Por seguir la política a la que hemos adherido desde los días de Washington hemos tenido un progreso sin precedentes; hemos hecho más por la libertad en el mundo que lo que las armas pudieran hacer, hemos mostrado a las otras naciones el camino de grandeza”. La Primera Guerra hizo famosos a tres personajes desconocidos: Lenin, Hitler y Mussolini, y en la Segunda se entregaron las tres cuartas partes de Europa a Stalin.
Más adelante se intervino en Corea (un problema policial según Truman) y se dejó medio país en manos comunistas, se intervino militarmente en Vietnam para “salvarlos de la amenaza comunista” en una parte de su territorio y quedó todo el país bajo las garras comunistas, se intervino en Somalía para imponer orden y quedó el caos, se invadió Haití para establecer la democracia y quedó la tiranía, se inmiscuyeron en Bosnia y dejaron tras sí una guerra civil, irrumpieron en Kosovo para introducir una democracia multiétnica y comenzó “la limpieza étnica”, se impuso el Sha en Irán y dejó como resultado el fundamentalismo de los ayatholas y sus acólitos, se intervino reiteradamente en Centroámerica con el lamentable resultado de haber fortalecido las izquierdas a raíz de embajadores como James Cheek (Guatemala) que sostuvo que la solución para esos países “es un comunismo moderado” y Robert White (El Salvador) que insistía en su “apoyo incondicional a las políticas socialistas, que son las del futuro”.
Norteamérica mantuvo las tiranías de Ferdinand Marcos en Filipinas y de Suharto en Indonesia, 25.000 soldados invadieron Panamá matando 3.000 inocentes porque Noriega ya no respondía a las directivas de Washington y se sigue con la autodestructiva guerra antinarcóticos en Colombia con los mismos efectos que tuvo la Ley Seca en Estados Unidos. Esta nefasta política exterior ha tenido “como broche de oro”, en su momento, la financiación del gobierno de Estados Unidos a Bin Laden y también la financiación a Saddam Hussein.
Actualmente en Estados Unidos -que ha descollado como el baluarte del mundo libre y esperemos que revierta sus políticas de los últimos tiempos y lo siga haciendo- se lesionan gravemente las libertades individuales en nombre de “la seguridad nacional”. En verdad, resulta paradójico que, en su época, los así denominados “aislacionistas” respetuosos de la tradición estadounidenses, han sido más intergracionistas que los autistas modernos liderados por el cow-boy de hoy (que hasta camina con los brazos ubicados como si fuera a desenfundar un arma en cualquier momento) que también pone en jaque a la economía de su país debido a los astronómicos aumentos del gasto público y la fenomenal deuda estatal. En medio de esta cuadro patético de situación, la Secretaría de Estado en funciones -Condoleezza Rice- acaba de reclamar al Congreso un aumento del personal de planta para esa repartición...al efecto seguir con la faena “de construir y reconstruir naciones”(sic).
El autor es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias, en Argentina.

lunes, 21 de julio de 2008

Educación y des-educación

Por Alberto Benegas Lynch (h)
El tema que ahora abordamos es seguramente el más importante de cuantos se puedan analizar puesto que todos derivan de él. La premisa sobre la que trabajamos es que todos los seres humanos son únicos e irrepetibles y que , por tanto, el sistema mejor para el proceso de enseñanza consiste en la relación un profesor-un alumno al efecto de descubrir las potencialidades exclusivas de cada candidato.
Desafortunadamente, por el momento, este sistema resulta sumamente oneroso y, en consecuencia, se amortizan las erogaciones con la educación en grupo. Pero de allí no se sigue que todos deban ser tratados como una producción en serie o como una masa amorfa e indistinguible. Es en esta línea de pensamiento que destacamos la importancia de la competencia y de las ofertas muy diferentes para atender los muy distintos requerimientos.
Más aún, la relevancia de prestar atención a cada uno queda subrayado con que últimamente se ha puesto en evidencia en forma reiterada que los llamados tests de coeficientes intelectuales carecen de sentido en cuanto al establecimiento de un pretendido ranking de inteligencias ya que todos los humanos somos inteligentes para muy diversas materias (es la contracara de lo que ha dicho Einstein -que, dicho sea al pasar, como es sabido, fue calificado en el colegio con un IQ muy bajo- “todos somos ignorantes, solo que en temas distintos”).
A diferencia de lo que ocurría antaño, hoy en día, en prácticamente todos los países, se alude a la “educación pública” y a la “privada”. Ambas clasificaciones son falsas. En el primer caso es para ocultar la desagradable expresión de “educación estatal” (puesto que la educación que se ofrece en el ámbito privado es también para el público), tan bochornosa como la prensa estatal o la literatura estatal. En el segundo caso, allí donde existen ministerios o secretarías de educación y otras reparticiones igualmente absurdas cuya misión es imponer pautas, programas o textos, la llamada educación privada no es propiamente tal. En esa esfera solo es posible decidir la edificación del campus, el color de los uniformes y temas análogos, pero el producto que allí se expende proviene de las resoluciones de la burocracia, ergo la institución es de facto estatal aunque de jure aparezca como privada.
Las entidades estatales de educación se financian con impuestos de la misma manera que ocurre con todas las actividades gubernamentales. Todos pagamos impuestos, incluyendo los que nunca vieron una planilla fiscal, lo hacen vía las reducciones operadas en sus salarios como consecuencia de las mermas en las tasas de capitalización debidas a las erogaciones tributarias de los que desembolsan recursos directamente al fisco. Pensemos entonces en los más pobres, tan pobres que no pueden afrontar el costo de oportunidad de enviar a sus hijos a estudiar porque los padres los necesitan para sobrevivir. Esas personas, de hecho, están financiando los estudios de los más pudientes. Una enorme injusticia por cierto. Y quienes con gran esfuerzo pueden enviar a sus hijos a estudiar, si hacen un análisis tributario correcto, están forzados a enviarlos a instituciones estatales al efecto de evitar la doble matrícula y doble costo de la enseñanza.
Contemporáneamente se han propuesto los vouchers o créditos educativos que son de gran utilidad para mostrar el non sequitur: es decir, del hecho de que se afirme que se debe forzar el financiamiento de la educación de otras personas no se desprende que deban existir instituciones educativas estatales ya que se recurre a este mecanismo en el que el aparato estatal entrega recursos detraídos por medio de tributos para que cada uno de los que tienen bajos recursos ingrese a la asociación privada de educación que estime pertinente. Pero una vez comprendido este punto debe aplicarse el mismo análisis fiscal que hemos hecho más arriba, a lo que cabe agregar (debido a los mecanismos de selección a que suele recurrirse en estos casos) que resulta también en una flagrante injusticia que los menos dotados intelectualmente para aplicar a las ofertas existentes sean compelidos a financiar a los más preparados.
Por otra parte, igual que el resto de las empresas estatales, son alarmantes los guarismos que surgen del costo por año por alumno en las entidades educativas estatales respecto de las consideradas privadas debido a la diferente gestión impulsada por los respectivos incentivos. Incluso en muchos de estos cálculos no se computa el capital inmovilizado del campus ya que suelen tomarse solamente los gastos corrientes.
Se suele alegar el “derecho a la educación” sin percibir que a todo derecho corresponde una obligación. La propiedad de alguien que la ha obtenido legítimamente significa la obligación universal de otros de respetar esa posesión, pero si se pretende disponer de algo que no se ha adquirido y se otorgara el “derecho” a mantenerlo, esto significaría que se ha lesionado el derecho de otro a quien se obliga a ceder esa propiedad con lo que en verdad se ha establecido un pseudoderecho.
También se suele esgrimir “la igualdad de oportunidades”, lo cual implica necesariamente desconocer el precepto de la igualdad ante la ley. Si se apuntara a otorgar aquella igualdad a un jugador deficiente en tennis en un partido con un campeón, se deberá obligar a este último a que, por ejemplo, juegue con una sola pierna con lo que se habrá conculcado su derecho. En la vida, las diferencias entre las personas resultan en distintas oportunidades. De lo que se trata es que todos tengan más oportunidades pero no iguales. Esto resulta posible lograrlo si no se desconoce la igualdad ante la ley para imponer en cambio la igualdad mediante la ley.
En otros casos se argumenta que la educación sería lo que técnicamente se conoce como un “bien público”, lo cual, independientemente de las objeciones a esta figura, ni siquiera calza en esa categoría puesto que la educación no sigue los principios de no-rivalidad y no-exclusión.
En otro orden de cosas, la politización en materia educativa arruina la adecuada trasmisión de conocimientos y en no pocas ocasiones se imponen ideas trasnochadas desde el vértice del poder según los caprichos de los funcionarios de turno. El necesario clima de excelencia tiene lugar en donde hay puertas y ventanas abiertas de par en par por las que entra todo el oxígeno disponible en ámbitos competitivos en los que se ofrecen las más variadas posibilidades insertas en mecanismos flexibles al cambio y la actualización, según sean las teorías rivales existentes. No es factible ni coherente educar para la formación de seres libres en base a la coacción.
Por último, la educación es un delicado proceso en el que los profesores pueden incentivar al alimento intelectual pero el educando debe ser receptivo: la mente es como una puerta en la que el picaporte está ubicado del lado de adentro...por más que se golpee si no se abre no hay conocimiento posible. Los incentivos necesarios operan en contextos donde hay arreglos libres y voluntarios entre padres y educadores o entre éstos y los propios interesados, lo cual, desde luego, incluye las becas y las portentosas obras filantrópicas para la capacitación realizadas con recursos propios. Lo contrario es des-educar y entrenar ignorantes y resentidos.
De allí es que el home-schooling tenga tanto éxito y, como apunta The Economist, oficiales de admisión de universidades de prestigio quedan tan impresionados con el buen nivel de preparación, con los modales refinados y las adecuadas vestimentas de los candidatos entrenados en este sistema, para no decir nada de los problemas que se evitan de drogas, sexo y violencia frecuentemente presentes en casas de estudio estatales.
Y no es que en las instituciones privadas no hayan problemas, se trata de que cada uno pueda elegir y cambiar sin verse compelido a financiar actividades que no comparte y que voluntariamente no está dispuesto a sostener. Pero para las necesarias salvaguardas y para que sea operativa la flexibilidad en los autocorrectores es indispensable, insistimos, que los centros de estudios privados sean realmente privados y evitar otro canal por el que se pierde independencia del aparato estatal: los subsidios bochornosos como los que señala Richard Pipes en cuanto a que universidades como las de Columbia, Harvard y Princeton llegaron a recibir respectivamente el 50%, el 38% y el 32,4% de sus presupuestos totales del gobierno federal.
Por todo lo dicho es que Ludwig von Mises ha escrito que “ En realidad hay solo una solución: el estado, el gobierno, las leyes no deben ocuparse de los colegios ni de la educación. Los fondos públicos no deben ser utilizados para esos fines. La crianza y la instrucción de la juventud debe dejarse enteramente en manos de los padres y de las asociaciones e instituciones privadas”.

domingo, 20 de julio de 2008

Otra balanza fiscal es posible

Pablo Molina
Los resultados de la balanza fiscal por autonomías, hechos públicos por el Gobierno a petición de los nacionalistas catalanes, no tienen la menor relevancia por la imposibilidad metafísica de que los datos de semejante estudio ofrezcan una imagen mínimamente aproximada a la realidad. Da igual que declaren a Madrid como la comunidad autónoma más solidaria o a Galicia como la mayor perceptora en términos netos, porque obviamente ni Madrid, ni Murcia, ni siquiera Cataluña, son entidades jurídicas sujetas a pago de impuesto alguno, al contrario de lo que sucede con sus habitantes, que sí estamos obligados a ello sea cual sea nuestro lugar de residencia.
La única balanza fiscal posible es la que estudia la percepción neta de dinero público por los contribuyentes individuales o las entidades jurídicas, que pagan toda clase de impuestos y anualmente liquidan sus cuentas con la hacienda estatal. Por eso resultaría de gran interés que algún gabinete de estudios, público o privado, realizara el balance fiscal medio de dos grupos sociales de lo más sugestivo, conservadores y progresistas.
Entonces podríamos saber en qué medida contribuyen a las finanzas del Estado una familia con tres hijos y un pequeño negocio, y un "luchador por un mundo más justo" encargado de la gerencia de una ONG. El análisis es mucho más sencillo que el pretendido estudio realizado sobre los territorios. Aquí sólo habría que tirar de datos fiscales y analizar los impuestos pagados por cada uno, así como el montante de las subvenciones públicas y otros beneficios estatales recibidos, perfectamente cuantificables, como por ejemplo la educación pública o las ayudas al cine español, por poner dos ejemplos sencillos.
Los luchadores sociales a un lado y los emprendedores privados a otro, incluidos en este segundo grupo los currantes con familia a su cargo que rechazan la verborrea progresista e intentan prosperar a base de su esfuerzo diario.
¿Cuánto contribuye al bienestar general la reata habitual de artistas comprometidos (con la subvención)? ¿Cuánto los universitarios partidarios del socialismo caribeño? ¿Y los miembros de las organizaciones ecologistas y grupos antiglobalización financiados con dinero público? ¿Más que los pequeños empresarios y los trabajadores que se declaran de derechas? ¿Menos? ¿Igual? ¿A cuánto asciende en términos monetarios su concepto de solidaridad?Esa balanza fiscal sí ofrecería una información de gran interés. Y además tendría una utilidad adicional: la de que mucha gente de derechas se sacudieran de una vez el absurdo complejo que permite a la izquierda blasonar de solidaria.

viernes, 13 de junio de 2008

Cuidado con Chávez

Alberto Benegas Lynch (h)*
Buenos Aires (AIPE)- A pesar de que el megalómano venezolano ha eliminado todo vestigio de contralor republicano y división de poderes y de haberse arrogado la suma del poder público en todo lo que pudo, no le fue posible amañar las elecciones, aun con las intimidaciones a los empleados públicos y las maniobras fraudulentas en el padrón electoral donde, por ejemplo, aparecen personas de más de 150 años de edad. Por lo menos en este acto electoral no resultó posible completar una nueva afrenta a la democracia porque la trampa hubiera sido demasiado evidente.
De todos modos, tal como pone de manifiesto la declaración conjunta de las seis Academias Nacionales de Venezuela, el referéndum era improcedente puesto que, según las normas vigentes, se requiere convocar a una asamblea constituyente para esos propósitos.
Pero hay que estar muy alertas con lo que ocurre en esas tierras. Las declaraciones del ejemplar del Orinoco formuladas después de conocidos los resultados del acto electoral son amenazantes: “esta es una victoria pírrica”, “nosotros estamos hechos para una larga batalla”. A esto se agrega el desquicio institucional ocurrido en Venezuela durante la llamada “revolución bolivariana” y el debilitamiento de los principios de la sociedad abierta en períodos anteriores. La tarea que queda por delante para sanear las graves heridas es verdaderamente ciclópea.
Esta vez se trataba de votar sobre un inaudito proyecto constitucional por el que se hubieran reformado 69 artículos en los que quedaba sin efecto la propiedad privada y se le otorgaba al jefe de gobierno la posibilidad de mantenerse indefinidamente en el cargo y de arrasar con los derechos que aún quedan en pie, perpetuando alegados estados de excepción.
Desde la Carta Magna de 1215, una constitución es para limitar el poder. La proyectada constitución venezolana era la anticonstitución por antonomasia. En esta propuesta, toda la educación debía estar supeditada a la concepción totalitaria del coronel de marras, de lo contrario el estado policial imperante podía cerrar la institución correspondiente. Su nueva modalidad en el gobierno impone el establecimiento del “hombre nuevo socialista”, lo cual incluye la prohibición de comprar muñecas Barbie, el aderezar con demasiados picantes las comidas, el uso de símbolos como el de Mickey Mouse y obliga a atrasar media hora los relojes para que “se pueda aprovechar el sol de la mañana”.
Asimismo, vocifera que nacionalizará los bancos españoles si el rey no le pide disculpas, en realidad por haberle trasmitido el sabio consejo de “¿por qué no te callas?”, que, de haberse llevado a la práctica, hubiera aliviado multitud de tímpanos ya muy enervados por el incesante y ensordecedor parloteo del déspota que, a pesar de estar inundado en petrodólares, elevó lo índices de indigencia durante todos los años de lo que va de su gestión y con uno de los mas altos niveles de desocupación del mundo civilizado (20,6% según las propias estadísticas gubernamentales).
Es difícil digerir tanta imbecilidad al mismo tiempo, incrustada en medio de una incontinencia verbal que asfixia al más entusiasta de la verborrea. Además de perseguir, amordazar y, en su caso, clausurar la prensa independiente, el sátrapa caribeño se enfurece con las críticas de medios extranjeros al límite que ahora amenaza con iniciarle un juicio a CNN por “alterar el orden público” en su país.
Los discípulos del gritón y adiposo bolivariano en Nicaragua, Ecuador y Bolivia y también su jefe de la isla-cárcel cubana están atentos al resultado y a las repercusiones de las fechorías que anidan en Caracas y las atrabiliarias ideas que empollan en la cabeza de su brioso, desbocado e implacable corcel. Las conjeturas más confiables señalan que intentará llevar a cabo su designios aún sin las fallidas modificaciones constitucionales, como de hecho ha venido ocurriendo hasta el presente.
Varios de sus antiguos colaboradores lo abandonaron para actuar en la oposición, incluso su ex mujer, Marisabel, a quien, en su momento, el titular del ejecutivo le dijo en pleno discurso por la red oficial de televisión en el Día Internacional de la Mujer: “esta noche a ti, te doy lo tuyo”. Por otro lado, sus allegados insisten que falta a la verdad en estos y otros menesteres.
Lo que viene sucediendo en Venezuela atañe a todos los que queremos vivir en libertad. Todos debemos contribuir al éxito de quienes trabajan para la recuperación de la filosofía del respeto recíproco en aquél país. Como señaló Dante, “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que, en tiempos de crisis moral, se mantienen neutrales”.
Se pueden escribir ríos de tinta sobre las distintas maneras en que se deschavó Chávez, pero sigo la fórmula que establece que un artículo periodístico -igual que la minifalda- debe ser lo suficientemente corto como para atraer la atención y de un largo tal que cubra el argumento.
___* Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias, Argentina.

martes, 10 de junio de 2008

Enemigos del comercio

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Las diferencias entre las personas en cuanto a aptitudes, vocaciones y productividades permite que cada uno se dedique a diversas actividades y, a su vez, eso hace posible la cooperación social a través de las transacciones comerciales. Se entrega lo que la persona considera tiene menos valor respecto a lo que recibe de otro y, en sentido inverso, eso ocurre con la otra persona en la transacción de marras. En otros términos, por la razón apuntada, en los intercambios libres y voluntarios ambas partes ganan, lo cual, a su turno, significa que la riqueza se ha revalorizado y en esto reside el progreso.
Pero henos aquí que irrumpen megalómanos del aparato estatal que ponen palos en la rueda y tratan de manejar precios, márgenes operativos, cuotas, barreras aduaneras y todo tipo de atropellos a los derechos de propiedad que perjudican gravemente el proceso anteriormente descripto. Estos son energúmenos que no producen nada sino que, como queda dicho, obstruyen y se quedan con tajadas crecientes de lo producido por otros. No se limitan a recaudar para proteger derechos sino que todo lo invaden y lo distorsionan.
En estas líneas quisiera centrar la atención en el comercio que tiene lugar entre empresas y personas ubicadas en distintos puntos del planeta y que son obstaculizadas en sus transacciones por disposiciones gubernamentales que se suelen denominar tarifas aduaneras. Es increíble que a esta altura de los tiempos después de tanto esfuerzo para reducir fletes terrestres, aéreos y marítimos resulta que cuando el producto llega a la aduana se contrarrestan esos progresos y se retrotrae la situación a la época de las cavernas debido a las susodichas tarifas aduaneras que elevan innecesariamente los costos.
Pues bien, por increíble que parezca, hay quienes sostienen que dichas barreras al comercio son beneficiosas porque “protegen la economía local”(sic). Semejante desatino pasa por alto que cuando se incrementa artificialmente el costo en la aduana las erogaciones por unidad de producto se elevan, lo cual naturalmente significa que la productividad cae que, a su vez, conduce a que la cantidad de productos disponibles se contrae y, consecuentemente el nivel de vida se reduce. Es lo mismo que lo que ocurre en la familia. Cuando los ingresos disponibles deben destinarse a productos mas caros, estos serán menores en su cantidad o calidad (o las dos cosas a la vez), lo cual empobrece a la familia.
Las importaciones constituyen la otra cara de la moneda de las exportaciones, del mismo modo que las compras dependen de las ventas. Cuando se vende al exterior ingresan divisas lo cual hace que su mayor oferta las torne mas baratas, cosa que permite comprar del exterior a menor precio. Pero, a su vez, esto último encarece la divisa, lo cual torna mas atractiva la venta al exterior y así sucesivamente. Al limitarse las importaciones se restringe la demanda de divisas, situación que perjudica a los exportadores puesto que obtendrán menores ingresos por sus productos. En verdad, las exportaciones constituyen los costos de las importaciones, del mismo modo que la venta de nuestros servicios profesionales o la venta de los productos que fabricamos es el esfuerzo en el que debe incurrirse para poder adquirir lo que necesitamos. Lo ideal para todos sería poder adquirir lo que deseamos sin necesidad de incurrir en los costos de producir y vender algo, pero esto significaría que otros nos estarían regalando los bienes y servicios que requerimos. Lo mismo ocurre en el comercio internacional, con la única diferencia que los interlocutores están mas alejados entre sí.
Las tarifas y barreras aduaneras de diverso tipo ponen de manifiesto que aún no hemos entendido que resulta mejor comprar más barato y de mejor calidad que más caro y de peor calidad. Cuando se alude al “proteccionismo” en realidad se desprotege a la gente que se ve obligada a desembolsar mayores porciones de sus ingresos para obtener una cantidad menor de bienes. Las llamadas integraciones regionales de la actualidad revelan que aun no se han comprendido las ventajas de integrarse con el mundo.
Cuando se dice que la integración es un primer paso en esa dirección no parece percibirse que muchas veces es un primer paso en la dirección opuesta ya que los aranceles aduaneros del conjunto muchas veces significan, para ciertos países miembros del bloque, retrocesos respecto de las situaciones tarifarias antes de implantarse la integración. De todas maneras, el léxico militar utilizado como si se tratara de ejércitos de ocupación: “conquistas de mercados”, “invasión de productos” y demás parafernalia, revela que no se han entendido las ventajas del librecambio como para adoptar ese meta y dejar de lado pasos y etapas que no son mas que burdos pretextos para negociaciones inconducentes que pretenden ocultar la manifiesta incomprensión respecto del comercio libre. Al insistir que se trata de un primer paso -que ya viene durando mas de tres siglos desde que expusieron la idea los economistas clásicos- se pone en evidencia que la razón por la que no resulta posible ir al último paso es debido a que aún no se han entendido las ventajas de abrir paso al comercio libre, a lo que se suman los intereses subalternos de empresarios prebendarios que sacan tajadas ilegítimas para engrosar sus bolsillos.
Si no fuera por los aranceles aduaneros no habría tal cosa como contrabando que, en última instancia, no es más que el sustituto del comercio libre y no se limitarían los beneficios de la tontera de los “free shops” que tanto encandila a turistas que no siempre son capaces de articular el sentido de esos islotes que graciosamente concede la autoridad, en lugar de ampliar la idea a todo el país. Los vistas de aduana apuntan a una de dos cosas o las dos simultáneamente: al cohecho o al insolente revisar valijas y efectos personales para cubrirse de la posibilidad de que se ingresen bienes más baratos y de mejor calidad, lo cual “perjudicaría a los compatriotas” (?).
Aún estamos rodeados de demasiados enemigos del comercio que, entre otras muchas cosas, perjudican a los mas necesitados. Es sabio el proverbio chino que reza así: “si quieres ayudar a un necesitado no le entregues un pez, enséñale a fabricar una red de pescar” y Moisés Maimónides en el Code of Jewish Law ha sentenciado que “La más noble caridad consiste en evitar que un hombre acepte caridad y la mejor limosna es preparar a un hombre para que no acepte limosnas”(cap.x, párrafo 7). En este sentido, el eje central para ayudar a los necesitados consiste en explicar y difundir las ventajas de la sociedad abierta. El comercio -una de las bases de la cooperación social- permite ayudarse a uno mismo, al tiempo que hace bien a los demás en un clima en el que se abren las compuertas de par en par a las múltiples obras de filantropía dirigidas a quienes están imposibilitados de manejarse por sus propios medios en la vida.
Tal como resume Alfred Whitehead en Adventures of Ideas: “El intercambio entre individuos y entre grupos sociales es de una de dos formas, la fuerza o la persuasión. El comercio es el gran ejemplo del intercambio a la manera de la persuasión. Las guerras, la esclavitud y la compulsión gubernamental es el reino de la fuerza”.
Hoy preocupa el incremento en los precios de los alimentos sin prestar la debida atención a las razones centrales del aumento. Dejando de lado causas naturales como la sequía en Australia y la irrupción de la población de la India y China en el mercado, las razones artificiales son de mucho mayor peso. Esto es así debido a los caprichosos decretos gubernamentales para frenar los enormemente beneficiosos transgénicos, la manía por cargar los alimentos con una maraña de impuestos y reglamentaciones inauditas, los subsidios a emprendimientos antieconómicos, las barreras aduaneras, la implantación de absurdas cuotas, permisos, certificados, cortapisas y trabas burocráticas y demás embrollos y parafernalia estatal que no permite asignar eficientemente los factores productivos y, consecuentemente, los encarece de modo innecesario.
Curiosamente el presidente de México y el de Nicaragua acaban de recurrir a idénticas palabras para aludir a la situación alimentaria del momento. Como una gran concesión humanitaria declararon que “con carácter transitorio y como una medida de emergencia” (sic) dejarán sin efecto algunos aranceles a la importación de alimentos. Sería de gran utilidad que esos gobernantes y muchos otros del planeta tuvieran en cuenta que la politización de estos delicados asuntos no constituye la solución sino que allí precisamente estriba el nudo del problema y que también prestaran la debida atención a lo dicho por el premio Nobel en economía Milton Friedman: “Si a los gobiernos se les diera la administración del Sahara, pronto se quedaría sin arena”.

martes, 27 de mayo de 2008

ECONOMÍA Y RELIGIÓN

Rev. Padre Ricardo Fuentes Castellanos
Uno de los problemas que se plantean actualmente es tratado aquí en forma magistral por un distinguido sacerdote.
La época presente, más que ninguna otra, se ha venido caracterizando por lo que algunos han llamado «signo de lo social».
Dentro de esta característica, el aspecto económico constituye, sin duda alguna, la parte más esencial de esta preocupación moderna.
Sociólogos, economistas, políticos, prelados y sacerdotes, etc.; en fin, todo el mundo habla y escribe sobre los problemas sociales y económicos. Como es de esperarse, ante la manifestación de tantas opiniones e ideas, muchas veces el resultado es el confusionismo más grande.
De parte de muchos e importantes sectores católicos, he venido observando con profunda alarma y disgusto cómo se va extendiendo la mentalidad marxista y socializante, de modo que ya se ha hecho moda el hacer causa común con los marxistas, alardeando de la «apertura a la izquierda», aceptando colaboración con los partidos marxistas o filo-comunistas y, sobre todo, manifestando opiniones que en último análisis no son más que puro marxismo, no obstante el ropaje «cristiano» que se le quiere dar.
Así a cada rato leemos declaraciones individuales o colectivas de muchos dirigentes católicos que hablan de «Reforma Agraria», redistribución de la propiedad o de la renta nacional; de «nacionalización de empresas»; de «reforma tributaria» con mayores impuestos progresivos; impuestos sobre las herencias y así mil otras cosas que vociferan en todo el mundo los paladines de la «Revolución Social» y en cuya vanguardia se encuentran los comunistas y compañeros de viaje.
Naturalmente todo esto que nos sugieren los estudiantes «reformistas» son unos anhelos sumamente atractivos pero, en general, todo estos apóstoles se cuidan muy bien de señalar el CÓMO se van a llevar a cabo estas «reformas» ideales y, a lo sumo, la solución que indican no es otra que la misma propugnada por el socialismo de estado que propone sencillamente la economía planificada y el intervencionismo del Estado, lo cual, en última instancia, no es otra cosa que el estado totalitario como lo han indicado los más competentes economistas de nuestra época tales como Ludwig von Mises, Wilhelm Röpke, Henry Hazlitt, Ludwig Erhard y muchos otros.
Si bien la propaganda de los sectores izquierdizantes es la que hace más ruido y también ha recibido una mayor acogida en los órganos de propaganda como la prensa diaria, revistas, boletines, círculos de estudio, radio y TV; sin embargo, poco a poco las ideas más conservadoras se van abriendo camino y podemos decir que también del lado católico se está desarrollando un movimiento encaminado a refutar las falacias de la tendencia económico-social Izquierdista que lleva al totalitarismo y DICTADURA DE LA IZQUIERDA, como lo estamos observando en varios países de América y Europa; así como a demostrar con argumentos convenientes que el sistema de «Economía Libre» está más conforme con la doctrina católica que su opuesto, el mencionado sistema de economía «planificada».
El Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas, A. C. de México y que ha venido realizando una importante y meritoria labor de esclarecimiento de los problemas económicos y sociales de nuestro tiempo, ha publicado recientemente unos importantes estudios referentes a las relaciones entre la religión y la economía encaminados a refutar la tendencia socializante.
Uno de estos estudios, publicado en un folleto de ese Instituto, contiene DOS OPINIONES CATÓLICAS SOBRE ECONOMÍA.
Estas dos opiniones son la del doctor Alberto Benegas Lynch, Presidente del Centro de Estudios sobre la Libertad, de Buenos Aires, Argentina y manlfestada en una conferencia sobre el tema LOS CATÓLICOS Y EL CAPITALISMO, dictada en la ciudad de Caracas, Venezuela.
La otra es del doctor Joaquín Reig Albiol, presidente de la Fundación «Ignacio Villalonga» de Madrid y manifestada en un prólogo para la edición española del libro de Von Mises «La acción humana».
Además del folleto que hemos mencionado en nuestro artículo anterior, el mismo Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas de México acaba de publicar otro libro en que se recopilan TRES ESTUDIOS SOBRE RELIGIÓN Y ECONOMÍA.
Estos estudios son: 1) «Las implicaciones sociales y políticas de las encíclicas pontificias» por el profesor Louis Rougier, de Francia; 2) «Estática y dinámica en la ética económica de la filosofía escolástica» por Joseph Hoffner, de Alemania y 3) «La economía del mercado ante el pensamiento católico» por Daniel Villey, de Poitiers, Francia.
De todos esto importantísimos estudios y que ofrecen profundas razones de meditación sobre el particular voy a referirme brevemente en estos artículos. Por ellos, se comprenderá la ligereza y falta de conocimientos técnicos a de muchas declaraciones, tal vez bien intencionadas, pero poco o nada realistas.
De la conferencia dictada en Caracas por el Dr. Alberto Benegas Lynch «LOS CATÓLICOS Y EL CAPITALISMO», vamos a citar unos párrafos referentes al problema de la compulsión Estatal que es la clave de la controversia entre «progresistas o reformistas», por un lado, y los «Conservadores» o partidarios de la Economía Libre, por otro.
«Los católicos, naturalmente dice el Dr. A. Benegas militamos en las filas anticomunistas.» Pero, lamentablemente, hay católicos que, en la búsqueda de soluciones a ciertos problemas terrenales de contenido netamente económico, no profundizan el estudio de la ciencia económica. Sin analizar mayormente los problemas y medir las consecuencias de su actitud, adoptan una posición anticapitalista. No ofrecen nada para reemplazar al capitalismo, como no sea la vulgaridad del intervencionismo estatal. No presentan en el campo ideológico un orden institucional coherente, en cambio del orden capitalista auténtico, cuyas instituciones combaten y contribuyen a deteriorar en lo que queda de ellas en la vida práctica de los tiempos contemporáneos. Los militantes colectivistas más activos no pueden sino mirar con viva simpatía tal actitud asumida por algunos católicos.
Lo curioso es que quienes así proceden, perteneciendo al catolicismo, pretenden relacionar sus actividades favorables a la compulsión estatal, con los dictados de la doctrina cristiana que los que no piensan como ellos en esa materia. Creen haber encontrado en los postulados del catolicismo la aprobación expresa al empleo de métodos compulsivos para encarar problemas terrenales, como los del salario, del precio, de la distribución de la tierra, etc. Van dejando así poco margen para el campo en el que el hombre rinde cuentas de sus actos a Dios. Dejan de esa manera pocos asuntos librados a la conciencia de los hombres frente a Dios. Contribuyen a crear y aceptan un intermediario entre Dios y la conciencia del hombre. Se le asigna al Estado ese carácter y se le reconoce suficiente poder para actuar sobre la conciencia del hombre y torcer su voluntad, obligándole a actuar de distinta manera a la que haría si obrara libremente.
La organización económica basada en el capitalismo en nada se opone a los postulados católicos. Todo lo contrario, el orden institucional del capitalismo inadulterado ofrece todas las garantías, no sólo para el ejercicio del culto religioso, sino también para la práctica de todas las virtudes cristianas.
No puede decirse lo mismo con respecto al colectivismo, que niega toda responsabilidad de ejercer el culto cristiano, y no hay margen para la virtud cristiana basada en el libre albedrío, puesto que, en los regímenes colectivistas, todo lo que no está prohibido por el Estado es obligatorio por decisión de la misma vía de autoridad. Tampoco ofrece garantías al catolicismo el intervencionismo estatal que, naturalmente, con el crecimiento desmesurado del poder del gobierno, hace peligrar, no sólo la independencia de los católicos con respecto al Estado, sino aún la debida práctica de la fe católica.
En vista de que como hemos indicado del lado católico no faltan algunos sectores que en nombre de la «Sociología» y de la «Economía» han hecho causa común con algunos elementos abiertamente marxistas, como se da de hecho en algunos países Sur Americanos como en Chile, donde el llamado Partido «Demócrata Cristiano» aboga por la supresión de la propiedad privada y su suplantación por lo que llaman la «propiedad comunitaria» aparte de hablar de la ascensión al poder de las «fuerzas revolucionarias»; de ahí que conviene precisar las ideas de este terreno para evitar confusiones harto peligrosas.
En el prólogo que a la edición española de la monumental obra de Ludwig von Mises LA ACCIÓN HUMANA, que ha sido considerada como una verdadera enciclopedia de la ciencia económica, el Dr. .Joaquín Reig Albiol, presidente de la Fundación «Ignacio Villalonga» de Madrid, España, comenta las ideas de Von Mises en defensa de la libertad económica gravemente amenazada por las tendencias «progresistas», ya sea que provengan de los partidos marxistas o de los «progresistas» católicos, como hemos indicado anteriormente.
«En nuestros días escribe el mencionado autor la lucha que mantienen la economía libre y la economía encadenada registra una etapa de equilibrio. La primera, sin embargo, difícilmente vencerá a la segunda, si no acierta a concertar una franca alianza con el cristianismo. Los partidarios de la economía en libertad mantienen la esperanza de que la Iglesia Católica y las confesiones protestantes asuman un papel preponderante en la acción emprendida y que es necesario proseguir e intensificar para salvar la amenazada civilización. Teólogos y economistas coinciden en denunciar al comunismo ateo como el origen de muchos males que gravitan sobre la humanidad. Los teólogos ponen el acento en el segundo término del concepto; los economistas, en el primero, pero el objetivo es el mismo.
La Iglesia Católica ampara y defiende, en el orden económico, la propiedad privada de los factores de producción.
Los bienes naturales han sido creados por Dios para que de ellos pudieran disponer todos los hombres. Contrariamente a lo que pretenden el socialismo y el comunismo, la voluntad de Dios manifestada por la Ley Natural, proclama el derecho de cada ser humano una propiedad exclusivamente suya».
No obstante, este fundamento tan esencial de la doctrina católica reafirmada en las mismas encíclicas pontificias más recientes, incluyendo la MATER ET MAGISTRA; sin embargo, no faltan algunos sectores que siguen alucinando con la obsesión «progresista», aferrándose a la táctica de la «apertura a la izquierda», no sólo en el terreno práctico, como sucede hoy día en numerosos países donde la «Democracia Cristiana» se ha aliado con partidos netamente izquierdistas o marxistas, sino lo que es más grave también, el terreno económico-social.
El profesor Louis Rougier, en su estudio: «Las implicaciones sociales y políticas de las encíclicas pontificias», analiza profundamente esta tendencia que desgraciadamente está en boga en nuestro tiempo.
Como dicen que estamos en «tiempos cambiantes» («The Changing Times»), a más de alguno le ha parecido que es necesario cambiar en todo.... en dogma, en doctrina bíblica, en liturgia, en ecclesiología, sociología, economía etc.
Por lo que respecta al orden social y económico, que es de lo que estamos tratando aquí, el profesor Louis Rougier nos describe maravillosamente el desarrollo de este movimiento en Francia, sobre todo, a partir de la guerra.
«Al día siguiente de la Liberación de Francia, y en nombre de la justicia social que la Iglesia de Cristo no ha cesado de predicar a través de los siglos, gran número de católicos condenó al liberalismo económico, identificándolo con el régimen capitalista. A los sufrimientos acumulados por la guerra los consideraron como dolores del alumbramiento escatológico de un mundo mejor. Los Dominicos del «Tiempo presente», los Jesuitas del «Testimonio Cristiano», los personalistas del «Espíritu», los monjes unidos, los predicadores mundanos, gran número de jóvenes militantes del régimen sindicalista C.F.T.C...,el «Movimiento Popular de las Familias», la «Juventud de la Iglesia», la «Unión de los Cristianos Progresistas», los «Demócratas Populares» y los «Cristianos Socialistas», acordaron reconocer que el enemigo número uno era el capitalismo y que para aniquilarlo, era necesario realizar inteligentemente la unidad de acción con los comunistas.
Ante el temor de no parecer suficientemente izquierdistas, se les vio rivalizar en celo y competencia con la CGT. Votaron gustosos por la nacionalización de las industrias claves, tales como la energía eléctrica, la de transportes, los bancos, los seguros, el crédito y por el monopolio del comercio exterior, así como el control de precios. En resumen, creyeron en el advenimiento del orden mesiánico mediante la substitución de la economía del mercado por un régimen dirigista o pIanista.
Ahora que está tan en boga entre muchos católicos que se autodenominan «progresistas» la tendencia de «apertura a la izquierda», resulta muy conveniente examinar más a fondo tales inclinaciones.
El profesor Louis Rougier estudia muy a fondo a la luz de las encíclicas y de la trayectoria de la Iglesia Católica las tendencias «progresistas» que, en el fondo, no son más que puro marxismo con apariencia cristiana y demuestra cómo la llamada economía «dirigida» o «planificada» es incompatible con un auténtico régimen democrático y necesariamente lleva al Estado totalitario. Según el profesor L. Rougier, la única economía compatible con la doctrina de las encíclicas pontificias y la democracia es la «economía del consumidor» que se basa precisamente en lo que los norteamericanos llaman «The Free Enterprise System»; o sea, el sistema de la economía libre.
Finalmente, en su estudio, el profesor Rougier refuta a fondo el error de los cristianos que colaboran con el comunismo.
De estos importantes estudios del profesor Louis Rougier, vamos a ver algunos puntos.
Los católicos «progresistas», prosigue el profesor Rougier:
Para combatir los monopolios privados, preconizaron un monopolio único: el del Estado para combatir la dictadura económica de los fuertes, la que según el Padre Riquet, predicador del Notre Dame, sería la consecuencia ineluctable de la «libre competencia», propugnaron por la dictadura económica del Estado patrón, convertido en contratista, empresario y asegurador. También razonaron a la manera de Gribouille quien, para no mojarse en la lluvia, prefirió echarse al río. Es decir, la emoción substituyó al raciocinio. No reflexionaron que toda sociedad es capitalista, a menos que se retroceda a la edad neolítica, e indudablemente se hubieran sorprendido al saber que, para proporcionar empleo a un sólo obrero norteamericano, se necesita una inversión media de 16.000 dólares... Confundieron la gestión económica, que no puede ser realizada sino en dos formas: mediante el financiamiento del mercado libre y el mecanismo de los precios o, autoritariamente, por medio de un planeamiento económico, según las decisiones de los burócratas, con el natural problema del reparto del ingreso nacional que puede ser modificado siempre por la vía impositiva.
No se comprendió que suprimir la competencia era sacrificar a los consumidores en beneficio de los productores o de los intermediarios, para quienes el margen de ganancia es calculado por el Estado, tomando como base las utilidades más bajas y que suprimir riesgo, eliminando la competencia, es hacer perder la ganancia su doble función social: la de ser un indicio del que se sirven muy bien los consumidores y la de orientar los capitales hacia los servicios y hacia los bienes que más los necesitan. Hipnotizados por el problema de una repartición igualitaria de vista el problema de la producción intensiva, única capaz de elevar el nivel de las masas.
No creyeron que al conferir al Estado cargas demasiado pesadas y fuera de su competencia o de aquéllas que se utilizan para pagar déficit de operación cuando el impuesto fiscal no alcanza, estaban acorralándolo, obligándolo a convertirse en monedero falso. Se les escapó lo que la experiencia nos enseña cada día: que la economía dirigida no puede conducir más que al caos y a la pobreza universal y, si acaso se le quiere convertir en productiva, conduce al Estado Policía, a los trabajos forzados y a la servidumbre colectiva.
Solamente la economía del consumidor es compatible con el espíritu de las encíclicas sociales pontificias porque únicamente dicha economía permite salvaguardar la estructura y los valores de la civilización occidental, tal como la han formado en el curso de los siglos, la triple aportación de Grecia, Roma y el mensaje evangélico.
Uno de los puntos más sutiles alegados por los defensores de la tendencia «progresista» ha sido la de pretender «cristianizar» la Revolución Bolchevique, pensando que, así como en otras épocas de la historia de occidente, la Iglesia, en vez de dejarse llevar por una actitud derrotista y negativa, buscó la manera de «cristianizar» a los bárbaros e incluso se valió de ellos para organizar un sucedáneo del extinto Imperio Romano mediante la creación del llamado «Sacro Imperio Romano Germánico», lo mismo se puede hacer ahora con los comunistas.
Según esto, ¿por qué el Padre Chaillet, el Abate Boulier, el Padre Riquet no podrían ser los Orose y los Salvien de estos tiempos? ¿Por qué su visión no podría adelantarse a la de un episcopado demasiado conservador, con puntos de vista atrasados que corresponden a los de un Méliton de Sardes, de un Tertuliano, de un Lactancio, que ligaban la suerte de la Iglesia a la suerte de Roma?
Asimilemos a Roma con el capitalismo; a los bárbaros con los comunistas: ¿Por qué la Iglesia no superaría la crisis de nuestro tiempo como superó la del Siglo V, colaborando resueltamente y sin perjuicio con los soviéticos?
Tal comparación dice el profesor Rougier sería viciosa. Tal paralelo se volvería inexorablemente contra sus autores. Orese y Salvien se levantan contra el estatismo burocrático, rigurosamente jerárquico, que se había convertido desde Dioclesiano, en el instrumento del absolutismo imperial, ahogando toda velocidad de Independencia bajo el yugo de un funcionario dominado por la única preocupación de las entradas fiscales.
Así como entonces, lo mismo sucedería ahora. El planeamiento económico trae, como hemos indicado repetidamente, inevitablemente el Estado Totalitario.
El profesor Rougier nos lo vuelve a indicar detalladamente:
«El planeamiento económico y sus consecuencias intelectuales son: la burocratización estática, la super fiscalización, el régimen policiaco no son la promesa del porvenir, sino los síntomas de la decrepitud de las sociedades. La humanidad ha tenido muchas veces esa experiencia y quienes se creen en realidad progresistas, son en realidad reaccionarios. Egipto ha conocido tres grandes imperios que tres veces se han desplomado víctima del mismo mal: la economía dirigida y la burocracia estática. Tal fue también la suerte del Bajo Imperio de occidente y finalmente el Imperio Bizantino. Fue lo mismo con los incas del Perú, con la China de los Hans, con los jesuitas del Paraguay. Las sociedades peligran cuando el funcionarismo invade la corporación social, como ciertos tejidos conjuntivos que, haciendo perder al individuo toda posibilidad de iniciativa, le quitan la razón de vivir.
La independencia espiritual de la Iglesia depende de la autonomía de sus rentas y no de los favores del poder público. En un estado socialista, todos los gastos se controlan y, como todos los individuos dependen de los emolumentos que les fija el gobierno, los religiosos se convierten en funcionarios del Estado omnipotente. Si rehusan seguir su política, serán eliminados.
En un estado socialista, la Iglesia será, a lo más, una Iglesia juramentada como la de la Constitución Civil del clero bajo la Revolución Francesa, como la Iglesia ortodoxa rusa en la Unión Soviética. Cardenales, arzobispos y obispos no serán, según la hipótesis más favorable sino prefectos espirituales de una iglesia totalmente política. Se volverá al confusionismo de lo espiritual y lo temporal que es mortal para la religión.
En esta disputa, donde se juega la suerte de las civilizaciones fundadas sobre la triple aportación de la ciencia helénica, del derecho romano y del mensaje cristiano, se ha llegado al momento de ver a cristianos y humanistas enrolarse y unirse en una lucha común contra esta deificación del Estado que es el estado comunista. A los extraviados hay que recordarles las palabras proféticas de PÍO XI del 19 de marzo de 1937, en la Encíclica Divini Redemptoris: «El comunismo es esencialmente perverso y no puede admitirse en ningún terreno la colaboración del que quiera salvar la civilización cristiana. Si algunos inducidos al error cooperarán a la victoria del comunismo en su país, caerían los primeros, víctimas de sus extravíos».
A los timoratos no hay más que recordarles las ardientes palabras de Su Santidad Pío XII en su discurso de la Pascua de 1948:
«No hay ya lugar para los pusilánimes, para los irresolutos, para los indecisos. Es necesario entender que no se puede servir a dos amos a la vez».
«Lo que ha hecho siempre del Estado un infierno sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso».F. Hoelderlin

jueves, 15 de mayo de 2008

Definiendo la justicia social

El año pasado fue el centenario del nacimiento de Friederich Hayek, entre cuyas muchas contribuciones al siglo XX estuvo una enérgica y sostenida crítica a la mayoría de los usos del término "justicia social". Nunca he encontrado un escritor, religioso o filosófico, que respondiera directamente a las críticas de Hayek. Para tratar de comprender la justicia social en nuestro tiempo, no hay mejor lugar para empezar que con el hombre que, en su propia vida intelectual, fue ejemplo de esa virtud cuyo mal uso tanto deploró. El problema con la "justicia social'' empieza con el significado mismo del término. Hayek señala que se han escrito libros y tratados completos sobre la justicia social sin haberla definido nunca. Se permite que el concepto flote en el aire como si todo mundo fuera a reconocerlo cuando aparezca un ejemplo. Esa vaguedad parece indispensable. En el mismo momento en que uno empieza a definir la justicia social, choca con embarazosas dificultades intelectuales. En la mayoría de los casos, se vuelve un término práctico cuyo significado operativo es, "Necesitamos una ley en contra de esto.'' En otras palabras, se convierte en un instrumento de intimidación ideológica con el objetivo de conseguir el poder de la coerción legal.Hayek señala otro defecto de las teorías de la justicia social del siglo XX. La mayoría de los autores afirman que lo utilizan para designar una virtud (una virtud moral, según ellos). Pero la mayoría de las definiciones que le adjudican pertenecen a un estado de cosas impersonal - "alto desempleo" "desigualdad de ingresos" o "carencia de un salario decente" se citan como ejemplos de "injusticia social". Hayek va derecho al centro del problema: la justicia social es o una virtud o no lo es. Si lo es, sólo puede adscribirse a los actos deliberados de personas individuales. La mayoría de los que usan el término, sin embargo, no lo adscriben a individuos sino a sistemas sociales. Utilizan "justicia social" para designar un principio regulador de orden. No están centrados en la virtud sino en el poder.El término "justicia social" fue utilizado por primera vez en 1840 por el cura siciliano Luigi Taparelli d'Azeglio, y recibió prominencia en La Constitutione Civile Secondo la Giustizia Sociale, un folleto de Antonio Rosmini-Serbati publicado en 1848. 13 años después, John Stuart Mill en su famoso libro Utilitarismo le brindó un prestigio casi canónico para los pensadores modernos:"La sociedad debería de tratar igualmente bien a los que se lo merecen, es decir, a los que se merecen absolutamente ser tratados igualmente. Este es el más elevado estándar abstracto de justicia social y distributiva; hacia el que todas las instituciones, y los esfuerzos de todos los ciudadanos virtuosos, deberían ser llevadas a convergir en el mayor grado posible".Mill imagina que las sociedades pueden ser virtuosas de la misma forma en que pueden serlo los individuos. Quizás en las sociedades altamente personalizadas de tipo antiguo, semejante uso pudiera tener sentido - bajo reyes, tiranos o jefes tribales, por ejemplo, cuando una persona toma todas las decisiones sociales cruciales. Curiosamente, sin embargo, la demanda por el término de "justicia social" no surgió hasta los tiempos modernos, en que sociedad más complejas están regidas por leyes impersonales aplicadas con la misma fuerza a todos por igual gracias "al imperio de la ley".El nacimiento del concepto de justicia social coincidió con otros desplazamientos en la consciencia humana: la "muerte de Dios" y el ascenso de la idea de la economía dirigida. Cuando Dios "murió", la gente comenzó a confiar en la arrogancia de la razón y en su inflada ambición de hacer lo que el mismo Dios no había hecho: construir un orden social justo. La divinización de la razón encontró su extensión en la economía dirigida; la razón (es decir, la ciencia) dirigiría y la humanidad seguiría colectivamente. La muerte de Dios, el ascenso de la ciencia y de la economía dirigida nos trajeron " el socialismo científico". Donde la razón fuera a dirigir, dirigirían los intelectuales. (O eso pensaron algunos. En realidad, dirigirían los obsesos por el poder.)De este tipo de razonamiento se desprende que la "justicia social" tendría su fin natural en una economía dirigida. En efecto, es ésta se le dice a los individuos qué hacer. La "justicia social" presupone: (1) que la gente está guiada por directivas externas específicas en vez de por reglas de conducta interiorizadas sobre lo que es justo. Y (2), que ningún individuo debe ser considerado responsable por su posición en la sociedad. Afirmar que es responsable sería "echarle la culpa a la víctima". En realidad, la función del concepto de justicia social es echarle la culpa a otro, echarle la culpa "al sistema", echarle la culpa a los que (míticamente)a "lo controlan". Como ha escrito Leskek Kolakowski en su magistral historia del comunismo, el paradigma fundamental de la ideología comunista: usted sufre, su sufrimiento es causado por personas poderosas; hay que destruir a esos opresores tiene garantizado un inmenso atractivo.Es cierto, acepta Hayek, que los efectos de las opciones individuales y los procesos abiertos de una sociedad libre no están distribuidos según un reconocible principio de justicia. Algunas veces, los que tienen mérito son trágicamente infortunados; la maldad prospera, las buenas ideas languidecen y, en ocasiones, los que las respaldan, lo pierden todo. Pero un sistema que valora tanto el ensayo y el error como la libertad de elegir no está en posición de garantizar resultados. Por otra parte, ningún individuo (y ciertamente ningún Buró Político ni comité ni partido) puede designar reglas que tratarían a cada persona de acuerdo con sus méritos e, inclusive, de sus necesidades. Nadie tiene suficiente conocimiento de todos los detalles relevantes, y como ha señalado Kant, ninguna regla general puede ser lo suficientemente fina como para captarlos.Hayek hizo una tajante distinción, sin embargo, ente los fallos de la justicia que implican la ruptura de normas generalmente acordadas de equidad y las que consisten en resultados que nadie ha designado, previsto ni ordenado. El primer tipo de fallo merece su severa condena moral. Nadie debe de romper las reglas establecidas; la libertad impone graves responsabilidades morales.El segundo tipo de fallo, sin embargo, puesto que no se deriva de ningún acto voluntario ni deliberado de nadie, no le parecía un problema moral sino una característica inevitable de todas las sociedades y, en realidad, de la naturaleza misma. Calificar resultados infortunados de "injusticias sociales" conduce a un ataque a la sociedad libre con el objetivo de moverla hacia una sociedad dirigida. Es por eso que Hayek se opone enérgicamente al uso de ese término. El expediente histórico de economías dirigidas como el nazismo y el comunismo justifican su profunda repugnancia ante ese modo de pensar.Hayek reconoció que a fines del siglo XIX, cuando el término "justicia social" ganó prominencia, se usó al principio como un llamamiento a las clases dirigentes para que atendieran las necesidades de las nuevas masas de desarraigados campesinos que se habían convertido en obreros urbanos. A eso, él no tenía objeción. Lo que sí objetaba era al pensamiento chapucero. Los pensadores descuidados olvidan que la justicia, por definición, es social. Semejante descuido se vuelve positivamente destructivo cuando el término de "social" ya no describe el producto de las virtuosas acciones de muchos individuos sino más bien el objetivo utópico hacia el que todas las instituciones y todos los individuos "deberían ser llevadas a convergir en el mayor grado posible'' mediante la coerción. En ese caso, el "social" de la "justicia social" se refiere a algo que no emerge orgánica y espontáneamente del comportamiento respetuoso de la ley de individuos libres sino más bien de un ideal abstracto impuesto desde arriba. Y es bueno subrayar que el mismo Hayek vio su vocación como pensador en una vida de servicio al prójimo.

lunes, 21 de abril de 2008

Spencer Wells, entrevistado por Víctor-M Amela

Wells, de 33 años, recorrió los 5 continentes siguiendo las huellas genéticas de las primeras migraciones que poblaron el planeta

Los antepasados de estos aborígenes australianos fueron los
primeros en salir de África hace 60.000 años.

Aborigen bosquimano


Familia de chukchis, descendientes de los primeros pobladores de Siberia
FOTOS: National Geographic Channel
Tomó miles de muestras de sangre de aborígenes
Su estudio traza una línea de descendencia de 2000 generaciones
Esta se remonta 60.000 años atrás, a los hombres que salieron de Africa
Cuesta creer que los casi 6000 millones de personas que actualmente se encuentran diseminadas por todos los continentes sean los descendientes directos de tan sólo 10.000 individuos que hace 60.000 años vivían recluidos en Africa. Más increíble aún suena el hecho de que la población nativa de América descienda de un grupo de tan sólo 10 o 20 personas que se animó a cruzar el estrecho de Bering poco antes del final de la era glacial.
Quien recientemente logró armar el rompecabezas de las migraciones que permitieron al hombre poblar el planeta es Spencer Wells. Este biólogo molecular de tan sólo 33 años, egresado de las universidades de Stanford y Oxford, recorrió durante un año el globo en busca de poblaciones indígenas remotas, como los bosquimanos del Kalahari o los chukchis de Siberia, que aún hoy conservan en su sangre las huellas de esa travesía.
En diálogo telefónico con LA NACION, desde algún lugar de la India, Wells describió las caminos recorridos por el hombre primitivo desde su partida de Africa hace 60.000 años.
-¿Que lo llevó a realizar esta investigación tan ambiciosa?
-Como científico, mi trabajo se centra en el estudio de la diversidad humana: si bien en su superficie los hombres se ven distintos, a mí lo que siempre me ha interesado es buscar el origen común, tema de estudio donde se conjuga mi interés por la historia, por la biología y por la evolución del hombre.
-¿Cómo puede el estudio de la genética aportar conocimiento sobre las migraciones humanas?
-Lo que nosotros estudiamos es la genealogía, y lo hicimos a partir de los seres que viven hoy en día. Para eso extrajimos miles de muestras de sangre de personas de todo el mundo, y luego buscamos en ellas marcadores genéticos que pudieran servir como "señales en tránsito" que nos remontaran a genomas anteriores.
Los primeros marcadores que utilizamos eran ciertos cambios en el ADN. Por lo general, el genoma que se transmite a través de distintas generaciones es en gran medida inmutable. Aun así, es posible detectar algunos errores que son muy poco frecuentes; estos cambios o mutaciones se heredan, lo que nos permite establecer una línea de descendencia de abuelos, padres e hijos.
-¿En qué parte del genoma centraron el análisis?
-Nos dimos cuenta de que los cambios más importantes eran los que aparecían en el cromosoma Y (que lo transmite el padre a su hijo varón); éstos eran los que revelaban una gran cantidad de información, que nos llevó a trazar una línea de descendencia del hombre. Los datos que recabamos a través de su estudio también nos permitieron establecer un mapa que ilustra cómo el hombre pobló todo el planeta.
-¿Y cómo fue ese viaje?
Registros de una travesía
Fueron 40.000 años, aproximadamente, los que transcurrieron desde que el hombre primitivo salió de Africa y llegó a América, luego de haber poblado Asia, Europa y Oceanía. Al doctor Spencer Wells, seguir el rastro genético dejado por las primeras migraciones humanas le llevó tan sólo un año.
Su viaje a través de desiertos, océanos y tundras fue registrado por las cámaras de National Geographic Channel. El documental resultante -titulado "La travesía del hombre"- será emitido por esa señal el domingo 15 de diciembre (2002), a las 22.
Un segundo registro de esta aventura, esta vez en papel, fue publicado a fines de octubre por la editorial británica Penguin, con el título "The Journey of Man - A Genetic Odyssey".
-El hombre primitivo partió de Africa en dos oleadas. La primera comenzó entre 50 mil y 60 mil años atrás, y recorrió la costa sur de Asia para llegar finalmente al norte de Australia. Este viaje fue motivado por una intensa sequía que azotaba al continente africano, como resultado del período glacial, que concentró el agua en los polos. Los animales lo abandonaron buscando agua y pasturas; y los cazadores los siguieron.
La segunda salida se produjo hace 45.000 años. Esos hombres partieron a lo que hoy es Medio Oriente; un grupo siguió luego hasta India, mientras que otro llegó hasta China. Diez mil años después, de Asia central partieron grupos de viajeros hacia Europa, atravesando cubiertas de hielo habitadas por mamuts y bisontes; también de Asia central habrían de partir, 15.000 años más tarde, hacia Siberia.
Finalmente, hace 20 mil o 15 mil años atrás, un grupo de 10 a 20 personas que habitaban el Artico logró cruzar al continente americano, a través del estrecho de Bering. A medida que la era glacial retrocedía y los casquetes polares se derretían, aumentaba el nivel del mar, aislando a los pobladores americanos, que comenzaron a desplazarse hacia el Sur.
-¿El hombre primitivo que salió de Africa era un Homo sapiens o alcanzó este estadio evolutivo a lo largo del viaje?
-Ya había completado en Africa la evolución que dio como resultado el Homo sapiens.
-¿Cuáles fueron los cambios que experimentó a lo largo del viaje?
-Nuestros ancestros africanos eran hombres altos, flacos, tenían la piel oscura y el pelo enrulado, como los que uno puede encontrar hoy en países como Namibia.
A medida que se desplazaban hacia el Norte, la exposición al sol cada vez era menor, por lo que la piel se aclaró para poder sintetizar la vitamina D a partir de una menor cantidad de rayos ultravioletas. Aquellos que partieron a Siberia, por ejemplo, debieron minimizar su superficie corporal para evitar la pérdida de calor, en un intento por adaptarse al frío extremo; por eso, desarrollaron troncos robustos, dedos regordetes y piernas y brazos más cortos.
Por otro lado, entre aquellos que llegaron a Australia o, más tarde, a América, la subida del nivel del mar como resultado del fin de la era glacial les cerró el contacto con el continente asiático; ese aislamiento los llevó a desarrollar rasgos distintivos de los de sus antepasados. Algo similar ocurrió con aquellos que se desplazaron a China, que quedaron atrapados entre montañas al Norte y océanos al Sur, sin contacto con el resto de Asia.
-¿Su cronología de las migraciones surge sólo del estudio genético de sus descendientes?
-Es resultado de la combinación de nuestros hallazgos con otro cuerpo de evidencia arqueológica y climatológica previa, que nos brinda el contexto para emprender mejor el estudio de los marcadores genéticos.
-¿Cómo afecta esta idea del origen común al concepto de raza?
-En mi opinión, el término raza no tiene ningún significado. En vez de hablar de razas deberías referirnos a parentescos, pues todos tenemos un ancestro africano. Es posible establecer una línea de aproximadamente 2000 generaciones desde ese ancestro hasta el hombre de hoy; obviamente, es posible encontrar diferencias, pero para referirnos a ellas el concepto de raza resulta trivial.
Por Sebastián A. Ríos De la Redacción de LA NACION, 24 de noviembre de 2002.