domingo, 24 de agosto de 2008

La importancia de la desigualdad

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Todos los seres humanos somos distintos desde muy diversas perspectivas, lo cual hace que los resultados de nuestras acciones sean también distintos. Y esto permite la cooperación social, es decir, el intercambio de ideas, de bienes y de servicios. Si a todos los hombres les gustara la misma mujer o si todas las personas de dedicaran a la medicina el mundo estaría en graves problemas, tan complicados que sucumbiría la raza humana. La desigualdad en infinidad de manifestaciones humanas es, por tanto, una bendición. Hasta la conversación sería tediosa sin diferencias de perspectivas, intereses, vocaciones y talentos.
Dentro de estas desigualdades debe subrayarse la de rentas y patrimonios que en una sociedad abierta es fruto de las diferentes calidades de servicios y bienes que se ofrecen en el mercado a juicio de los consumidores. En la medida en que se acierte con los gustos y preferencias de los demás se obtienen ganancias y en la medida en que se yerre se incurre en quebrantos. Las consecuentes posiciones patrimoniales no son irrevocables. Dependen de la capacidad de ajustarse a los cambios que diariamente tienen lugar en las valorizaciones de las personas. Como los recursos son limitados en relación a las necesidades, esta es la mejor manera de que los factores de producción se encuentren en las mejores manos, lo cual, a su turno, hace que los ingresos y salarios resulten los más elevados posibles debido a que se maximizan las tasas de capitalización. Es lo que se denominan externalidades positivas.
Sin embargo, vivimos la era de la enfermiza obsesión por el igualitarismo. Se sostiene que en la carrera por la vida todos deben partir del mismo punto de largada para así tener “igualdad de oportunidades” y, en todo caso, los que mejor corren llegarán a los primeros puestos. Pero esta metáfora deportiva es autodestructiva ya que al que llega primero habrá que nivelarlo en la próxima largada de la carrera si se quiere seguir con la referida línea argumental de otorgar a todos iguales oportunidades, con lo que se habrá perdido el sentido del esfuerzo durante la carrera.
Como hemos apuntado en otras circunstancias, la llamada igualdad de oportunidades es incompatible y mutuamente excluyente con la noción de la igualdad ante la ley ya que para otorgar aquella igualdad deben asignarse derechos distintos. Si al mal jugador de tennis se le pretende otorgar igualdad de oportunidades con el profesional habrá, por ejemplo, que prohibirle a este último a que juegue con el brazo que habitualmente usa en el partido con lo que se habrá conculcado su derecho. La igualdad es ante la ley y no mediante ella. Para que todos tengan los mismos derechos no debe imponerse la igualdad de oportunidades, con lo que todos tendrán mayores oportunidades (no iguales). En uno de mis libros me detuve a analizar críticamente la obra de John Rawls sobre la materia, especialmente en lo referente a los talentos naturales y adquiridos. Aquí me detengo en otros aspectos.
En este contexto, la preocupación por atender la dispersión del ingreso a través del Gini Ratio y otras mediciones no resultan relevantes puesto que lo importante es el establecimiento de marcos institucionales que hagan posible el mejoramiento de todos, independientemente de las diferencias de rentas y patrimonios entre cada uno de los miembros de la sociedad, las cuales, como queda dicho, son el resultado de las respectivas productividades en un mercado abierto (no, desde luego, si se aceptan empresarios prebendarios que hacen negocios en los despachos oficiales).
Estas desigualdades resultantes son fruto de los resultados que cada uno produce y no del esfuerzo realizado (que podrá ser inmenso pero con resultados deficientes a criterio de los demás). Como dice Thomas Sowell, no se trata de lo que se conjetura ocurrirá en el tribunal de Dios el día del Juicio Final sino de lo que específicamente cada uno contribuye para atender los requerimientos del prójimo. También el mismo autor señala que la desigualdad está tan arraigada en la naturaleza humana que incluso la misma persona no es igual a si misma en días diferentes, pero a pesar de ello los esfuerzos del igualitarismo están tan popularizados que no solo el aparato estatal pretende distribuir ingresos (dice que no se debería utilizar esa expresión ya que “los ingresos no se distribuyen sino que se ganan”) sino que en manifestaciones cotidianas también se pone de relieve el deseo de la igualdad cuando se elimina el señor o señora o al religioso el uso de Padre, Pastor, Rabino o Muecín (a pesar de que no hay sacerdotes en el Islam) e incluso se eliminan los apellidos de las personas circunscribiendo la identificación al nombre de pila, lo cual, a veces, se extiende a los hijos que se dirigen a sus padres también por el nombre de pila, siempre al efecto de limar diferencias y generalizar la guillotina horizontal.

No hay comentarios: