martes, 10 de junio de 2008

Enemigos del comercio

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Las diferencias entre las personas en cuanto a aptitudes, vocaciones y productividades permite que cada uno se dedique a diversas actividades y, a su vez, eso hace posible la cooperación social a través de las transacciones comerciales. Se entrega lo que la persona considera tiene menos valor respecto a lo que recibe de otro y, en sentido inverso, eso ocurre con la otra persona en la transacción de marras. En otros términos, por la razón apuntada, en los intercambios libres y voluntarios ambas partes ganan, lo cual, a su turno, significa que la riqueza se ha revalorizado y en esto reside el progreso.
Pero henos aquí que irrumpen megalómanos del aparato estatal que ponen palos en la rueda y tratan de manejar precios, márgenes operativos, cuotas, barreras aduaneras y todo tipo de atropellos a los derechos de propiedad que perjudican gravemente el proceso anteriormente descripto. Estos son energúmenos que no producen nada sino que, como queda dicho, obstruyen y se quedan con tajadas crecientes de lo producido por otros. No se limitan a recaudar para proteger derechos sino que todo lo invaden y lo distorsionan.
En estas líneas quisiera centrar la atención en el comercio que tiene lugar entre empresas y personas ubicadas en distintos puntos del planeta y que son obstaculizadas en sus transacciones por disposiciones gubernamentales que se suelen denominar tarifas aduaneras. Es increíble que a esta altura de los tiempos después de tanto esfuerzo para reducir fletes terrestres, aéreos y marítimos resulta que cuando el producto llega a la aduana se contrarrestan esos progresos y se retrotrae la situación a la época de las cavernas debido a las susodichas tarifas aduaneras que elevan innecesariamente los costos.
Pues bien, por increíble que parezca, hay quienes sostienen que dichas barreras al comercio son beneficiosas porque “protegen la economía local”(sic). Semejante desatino pasa por alto que cuando se incrementa artificialmente el costo en la aduana las erogaciones por unidad de producto se elevan, lo cual naturalmente significa que la productividad cae que, a su vez, conduce a que la cantidad de productos disponibles se contrae y, consecuentemente el nivel de vida se reduce. Es lo mismo que lo que ocurre en la familia. Cuando los ingresos disponibles deben destinarse a productos mas caros, estos serán menores en su cantidad o calidad (o las dos cosas a la vez), lo cual empobrece a la familia.
Las importaciones constituyen la otra cara de la moneda de las exportaciones, del mismo modo que las compras dependen de las ventas. Cuando se vende al exterior ingresan divisas lo cual hace que su mayor oferta las torne mas baratas, cosa que permite comprar del exterior a menor precio. Pero, a su vez, esto último encarece la divisa, lo cual torna mas atractiva la venta al exterior y así sucesivamente. Al limitarse las importaciones se restringe la demanda de divisas, situación que perjudica a los exportadores puesto que obtendrán menores ingresos por sus productos. En verdad, las exportaciones constituyen los costos de las importaciones, del mismo modo que la venta de nuestros servicios profesionales o la venta de los productos que fabricamos es el esfuerzo en el que debe incurrirse para poder adquirir lo que necesitamos. Lo ideal para todos sería poder adquirir lo que deseamos sin necesidad de incurrir en los costos de producir y vender algo, pero esto significaría que otros nos estarían regalando los bienes y servicios que requerimos. Lo mismo ocurre en el comercio internacional, con la única diferencia que los interlocutores están mas alejados entre sí.
Las tarifas y barreras aduaneras de diverso tipo ponen de manifiesto que aún no hemos entendido que resulta mejor comprar más barato y de mejor calidad que más caro y de peor calidad. Cuando se alude al “proteccionismo” en realidad se desprotege a la gente que se ve obligada a desembolsar mayores porciones de sus ingresos para obtener una cantidad menor de bienes. Las llamadas integraciones regionales de la actualidad revelan que aun no se han comprendido las ventajas de integrarse con el mundo.
Cuando se dice que la integración es un primer paso en esa dirección no parece percibirse que muchas veces es un primer paso en la dirección opuesta ya que los aranceles aduaneros del conjunto muchas veces significan, para ciertos países miembros del bloque, retrocesos respecto de las situaciones tarifarias antes de implantarse la integración. De todas maneras, el léxico militar utilizado como si se tratara de ejércitos de ocupación: “conquistas de mercados”, “invasión de productos” y demás parafernalia, revela que no se han entendido las ventajas del librecambio como para adoptar ese meta y dejar de lado pasos y etapas que no son mas que burdos pretextos para negociaciones inconducentes que pretenden ocultar la manifiesta incomprensión respecto del comercio libre. Al insistir que se trata de un primer paso -que ya viene durando mas de tres siglos desde que expusieron la idea los economistas clásicos- se pone en evidencia que la razón por la que no resulta posible ir al último paso es debido a que aún no se han entendido las ventajas de abrir paso al comercio libre, a lo que se suman los intereses subalternos de empresarios prebendarios que sacan tajadas ilegítimas para engrosar sus bolsillos.
Si no fuera por los aranceles aduaneros no habría tal cosa como contrabando que, en última instancia, no es más que el sustituto del comercio libre y no se limitarían los beneficios de la tontera de los “free shops” que tanto encandila a turistas que no siempre son capaces de articular el sentido de esos islotes que graciosamente concede la autoridad, en lugar de ampliar la idea a todo el país. Los vistas de aduana apuntan a una de dos cosas o las dos simultáneamente: al cohecho o al insolente revisar valijas y efectos personales para cubrirse de la posibilidad de que se ingresen bienes más baratos y de mejor calidad, lo cual “perjudicaría a los compatriotas” (?).
Aún estamos rodeados de demasiados enemigos del comercio que, entre otras muchas cosas, perjudican a los mas necesitados. Es sabio el proverbio chino que reza así: “si quieres ayudar a un necesitado no le entregues un pez, enséñale a fabricar una red de pescar” y Moisés Maimónides en el Code of Jewish Law ha sentenciado que “La más noble caridad consiste en evitar que un hombre acepte caridad y la mejor limosna es preparar a un hombre para que no acepte limosnas”(cap.x, párrafo 7). En este sentido, el eje central para ayudar a los necesitados consiste en explicar y difundir las ventajas de la sociedad abierta. El comercio -una de las bases de la cooperación social- permite ayudarse a uno mismo, al tiempo que hace bien a los demás en un clima en el que se abren las compuertas de par en par a las múltiples obras de filantropía dirigidas a quienes están imposibilitados de manejarse por sus propios medios en la vida.
Tal como resume Alfred Whitehead en Adventures of Ideas: “El intercambio entre individuos y entre grupos sociales es de una de dos formas, la fuerza o la persuasión. El comercio es el gran ejemplo del intercambio a la manera de la persuasión. Las guerras, la esclavitud y la compulsión gubernamental es el reino de la fuerza”.
Hoy preocupa el incremento en los precios de los alimentos sin prestar la debida atención a las razones centrales del aumento. Dejando de lado causas naturales como la sequía en Australia y la irrupción de la población de la India y China en el mercado, las razones artificiales son de mucho mayor peso. Esto es así debido a los caprichosos decretos gubernamentales para frenar los enormemente beneficiosos transgénicos, la manía por cargar los alimentos con una maraña de impuestos y reglamentaciones inauditas, los subsidios a emprendimientos antieconómicos, las barreras aduaneras, la implantación de absurdas cuotas, permisos, certificados, cortapisas y trabas burocráticas y demás embrollos y parafernalia estatal que no permite asignar eficientemente los factores productivos y, consecuentemente, los encarece de modo innecesario.
Curiosamente el presidente de México y el de Nicaragua acaban de recurrir a idénticas palabras para aludir a la situación alimentaria del momento. Como una gran concesión humanitaria declararon que “con carácter transitorio y como una medida de emergencia” (sic) dejarán sin efecto algunos aranceles a la importación de alimentos. Sería de gran utilidad que esos gobernantes y muchos otros del planeta tuvieran en cuenta que la politización de estos delicados asuntos no constituye la solución sino que allí precisamente estriba el nudo del problema y que también prestaran la debida atención a lo dicho por el premio Nobel en economía Milton Friedman: “Si a los gobiernos se les diera la administración del Sahara, pronto se quedaría sin arena”.

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