Por Alberto Benegas Lynch (h)
En esta instancia del proceso de evolución cultural, la democracia es el sistema más civilizado para traspasar de manos el poder. La alternativa es la del “dictador benévolo”, lo cual no sólo constituye una ruleta rusa sino que se abdica de derechos de petición y manifestación, de prensa, y generalmente se incurre en arbitrariedades de diverso tenor debido a que desaparecen los contralores, como la división de poderes, el Parlamento, etcétera.
En función de gobierno, todos tenemos que someternos a controles. Eliminarlos porque se trata de una "persona buena" constituye un absurdo muy peligroso. Resulta similar a otorgar un monopolio legal a alguien suponiendo que se comportará como si estuviera en competencia.
Habiendo dicho esto, me parece de gran importancia precisar qué queremos significar cuando aludimos a un régimen democrático. Desde Aristóteles en adelante, la esencia de la democracia es la libertad. No se trata sólo de un proceso electoral. El constitucionalista Juan González Calderón decía que los demócratas de los números ni de números entienden, puesto que suponen que el 50% más el 1% es igual al 100% y que el 50% menos el 1% es igual al 0%. Cualquiera que haya estudiado introducción a la aritmética sabe que se trata de ecuaciones falsas.
La democracia tiene un aspecto formal, que es la mayoría o las primeras minorías, y una parte sustancial, que es la obligación de los gobernantes de respetar y garantizar los derechos de los gobernados. Si se limitara al aspecto formal podríamos sostener el absurdo de que el Gobierno de Hitler fue democrático. Benjamin Constant, Bertrand de Jouvenel, Giovanni Sartori y tantos otros autores han destacado la importancia de respetar las minorías como un aspecto medular de la democracia.
Sartori dice que, de lo contrario, el demos se convierte en anti-demos, y Constant afirma con razón que el 99% de las personas no puede irrespetar el derecho del 1%. El célebre premio Nobel Friedrich A. von Hayek señala, por su parte: "Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata".
Para poner un ejemplo extremo: si un Parlamento votara la exterminación de los pelirrojos, ¿deberían éstos poner el pescuezo en nombre de la democracia o deberían resistir con todas sus fuerzas para preservar sus vidas? Es de interés recordar que, en las últimas líneas de su obra más conocida, Herbert Spencer escribía que hasta el momento (1850) la tarea más importante había sido la de intentar el control de las monarquías absolutas, y que en adelante debía centrarse la atención en poner límites a los parlamentos. Ya Cicerón advirtió que "el imperio de la multitud no es menos tiránico que la de un hombre solo, y esta tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre del pueblo".
Y es que desde la Carta Magna de 1215 toda la teoría constitucional se basa en establecer estrictos límites al poder para mantenerlo en brete. Hoy día, sin embargo, observamos que se han introducido de contrabando nociones patéticas del derecho, asimilándolas a puros deseos que nada tienen que ver con nociones jurídicas. Así, se inscribe en los códigos una interminable lista de pseudoderechos que significan la lesión de derechos de terceros, en lenguaje oscuro imposible de descifrar, con lo que se perjudica muy especialmente a los que menos tienen.
Contar con marcos institucionales civilizados es lo que hace la diferencia entre vivir en Canadá o en Uganda. No se trata de latitudes geográficas, de etnias ni de recursos naturales; se trata de que los aparatos estatales cumplan con su misión de impartir justicia y brindar seguridad, que son, precisamente, las faenas que habitualmente no cumplen. Sólo así se implantará un sistema que merezca el nombre de "democracia".
Sólo así nos liberaremos de caudillismos corruptos y de legislaciones que promueven la lucha de todos contra todos para ver quién saca la mejor tajada a expensas de los demás.
En esta instancia del proceso de evolución cultural, la democracia es el sistema más civilizado para traspasar de manos el poder. La alternativa es la del “dictador benévolo”, lo cual no sólo constituye una ruleta rusa sino que se abdica de derechos de petición y manifestación, de prensa, y generalmente se incurre en arbitrariedades de diverso tenor debido a que desaparecen los contralores, como la división de poderes, el Parlamento, etcétera.
En función de gobierno, todos tenemos que someternos a controles. Eliminarlos porque se trata de una "persona buena" constituye un absurdo muy peligroso. Resulta similar a otorgar un monopolio legal a alguien suponiendo que se comportará como si estuviera en competencia.
Habiendo dicho esto, me parece de gran importancia precisar qué queremos significar cuando aludimos a un régimen democrático. Desde Aristóteles en adelante, la esencia de la democracia es la libertad. No se trata sólo de un proceso electoral. El constitucionalista Juan González Calderón decía que los demócratas de los números ni de números entienden, puesto que suponen que el 50% más el 1% es igual al 100% y que el 50% menos el 1% es igual al 0%. Cualquiera que haya estudiado introducción a la aritmética sabe que se trata de ecuaciones falsas.
La democracia tiene un aspecto formal, que es la mayoría o las primeras minorías, y una parte sustancial, que es la obligación de los gobernantes de respetar y garantizar los derechos de los gobernados. Si se limitara al aspecto formal podríamos sostener el absurdo de que el Gobierno de Hitler fue democrático. Benjamin Constant, Bertrand de Jouvenel, Giovanni Sartori y tantos otros autores han destacado la importancia de respetar las minorías como un aspecto medular de la democracia.
Sartori dice que, de lo contrario, el demos se convierte en anti-demos, y Constant afirma con razón que el 99% de las personas no puede irrespetar el derecho del 1%. El célebre premio Nobel Friedrich A. von Hayek señala, por su parte: "Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata".
Para poner un ejemplo extremo: si un Parlamento votara la exterminación de los pelirrojos, ¿deberían éstos poner el pescuezo en nombre de la democracia o deberían resistir con todas sus fuerzas para preservar sus vidas? Es de interés recordar que, en las últimas líneas de su obra más conocida, Herbert Spencer escribía que hasta el momento (1850) la tarea más importante había sido la de intentar el control de las monarquías absolutas, y que en adelante debía centrarse la atención en poner límites a los parlamentos. Ya Cicerón advirtió que "el imperio de la multitud no es menos tiránico que la de un hombre solo, y esta tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre del pueblo".
Y es que desde la Carta Magna de 1215 toda la teoría constitucional se basa en establecer estrictos límites al poder para mantenerlo en brete. Hoy día, sin embargo, observamos que se han introducido de contrabando nociones patéticas del derecho, asimilándolas a puros deseos que nada tienen que ver con nociones jurídicas. Así, se inscribe en los códigos una interminable lista de pseudoderechos que significan la lesión de derechos de terceros, en lenguaje oscuro imposible de descifrar, con lo que se perjudica muy especialmente a los que menos tienen.
Contar con marcos institucionales civilizados es lo que hace la diferencia entre vivir en Canadá o en Uganda. No se trata de latitudes geográficas, de etnias ni de recursos naturales; se trata de que los aparatos estatales cumplan con su misión de impartir justicia y brindar seguridad, que son, precisamente, las faenas que habitualmente no cumplen. Sólo así se implantará un sistema que merezca el nombre de "democracia".
Sólo así nos liberaremos de caudillismos corruptos y de legislaciones que promueven la lucha de todos contra todos para ver quién saca la mejor tajada a expensas de los demás.
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