jueves, 18 de agosto de 2011

Palestina, Amor y Odio

Hugo Balderrama Ferrufino (Abdul Rahman)

Como musulmán me duele escribir estas líneas, pero considero que no existe nada más positivo que la autocrítica, porque aporta terreno fértil en el infinito camino del aprendizaje; las líneas que siguen están escritas con la mayor preocupación pero a su vez con gran esperanza de que un día Palestina encuentre la paz.

El pequeño espacio que se disputan árabes y judíos está ubicado en un mal lugar, porque desde antiguo ha sido motivo de interminables luchas, desde Egipto hasta Inglaterra, todos conquistaron o intentaron conquistar a esa hermosa tierra.

El nombre Palestina básicamente no existía hasta el siglo II después de Cristo la pregunta es ¿De dónde se obtuvo? Fue otra humillación romana. Palestina se escribía en latín Phalistina y hacía referencia a los filisteos, que la Biblia menciona desde Josué hasta David. Significa “pueblo del mar”

Pero la palabra Phalistina no tuvo suerte. A ese territorio que adquirió relevancia extraordinaria por la Biblia, que es la base del cristianismo y luego del Corán, los judíos lo siguieron llamando “Eretz Israel” (tierra de Israel), los cristianos Tierra Santa y después los árabes la bautizaron Siria meridional. Los cristianos fundaron el efímero reino latino de Jerusalén y durante el Imperio Otomano el país fue convertido en un provincial y despreciado Vilayato. Jerusalén perdió brillo, el país se despobló y secó. Viajeros como Pierre Loti y Mark Twain testimonian que atravesaban largas distancias sin ver un solo hombre.

Como se puede observar la presencia judía en la zona data de milenios de antigüedad, pero fue a finales del siglo XIX, empezaron a llegar oleadas de inmigrantes que se aplicaron a edificar el país con caminos, kibutzim, escuelas, institutos técnicos y científicos, forestación obsesiva, universidades, flores, teatros, naranjales, una orquesta filarmónica, aparatos administrativos, como ejemplo tenemos a la Universidad Hebrea de Jerusalén que tuvo entre sus principales directores a Albert Eisten.

El odio al pueblo judío nace recién en el siglo XX y no por cuestiones religiosas, sino al contrario, por una herrada interpretación del Corán, que hizo aparecer el progreso y la modernidad como una forma de vida que traía costumbres degeneradas como la igualdad de la mujer, la apertura de teatros y orquestas, la edición masiva de libros, los ideales de la democracia; concepto que de hecho rompe la fructífera tradición islámica en el desarrollo del arte y la ciencia de los siglos XV, XVI y XVII, no podemos olvidar a Avicena, Ibn Khandul y otros que le dieron un gran aporte a la medicina, la geografía, la filosofía, la arquitectura y la economía.

Haj Amin el-Husseini, gran mufti de Jerusalén. Este clérigo fanático, que espoleaba a destruir las comunidades judías, viajo a Berlín a ofrecer ayuda a Hitler en su solución final, planifico elegir otro Auschwitz en Nablus, sobre las colinas de Samaria. Su lema, difundido por radios nazis, fue: “Mata a los judíos dondequiera los encuentres, para agradar a Alá y la historia”. Debemos tenerlo en cuenta, porque este héroe fascista cometió un grave error contra su propio pueblo. No sólo se negó a aceptar la Partición decidida por las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947 para el nacimiento de un Estado Arabe y uno Judío que viviesen lado a lado y en fraterna colaboración, sino que tuvo una “idea genial” al estallar la guerra de la Independencia de Israel contra el Mandato británico y seis ejércitos árabes decidieron invadir el territorio para aplastar al flamante Estado. Esa idea lo llevó a ordenar que sus hermanos abandonasen Palestina rápidamente para permitir que Siria, Irak, Líbano, Egipto, Arabia y Transjordania pudiesen empujar a los judíos, rápida y cómodamente al mar, donde serían ahogados.

Al ser derrotados varios ejércitos árabes por el pueblo más débil de la historia, el odio se siguió cultivando desde los campos de refugiados, verdaderas cárceles sostenidas con la millonaria dádiva internacional dentro de los ricos Estados árabes, para mantener encerrados a los “hermanos” de Palestina y usarlos como peones políticos. Esto no es una frase, sino una condenable realidad: cuando empezó la explotación petrolera intensiva en Libia y Kuwait, por ejemplo, sólo se permitía que fuesen hombres palestinos solos y que su familia permanecería en los campos como rehén, para asegurar su regreso, tremenda similitud con las misiones de médicos cubanos que envía Fidel Castro a países como Bolivia, Venezuela y Ecuador.

Los movimientos antisemitas que lastimosamente tienen el apoyo errado de muchos musulmanes del mundo, intenta hacer aparecer a Israel como un estado creado por la ONU, después de la segunda guerra mundial nada más falso, la construcción del Israel empezó a finales del siglo XIX como se mostró párrafos arriba.


Claro que esta situación problemática no siempre fue así, Como es bien sabido, bajo el gobierno musulmán los judíos de España disfrutaron de un florecimiento sin paralelo en la historia. Poetas como Yehudá Halevy escribieron en árabe, así también lo hizo el gran Maimónides. En la España musulmana, los judíos fueron ministros, poetas y científicos. En la Toledo musulmana, los eruditos cristianos, judíos y musulmanes trabajaron juntos para traducir los textos científicos de los antiguos filósofos griegos. Esa fue ciertamente la Era de Oro, que como dijo Imad-ad-Dean Ahmad, se puede considerar ese periodo como la base de la civilización moderna.


Lo que sucedió después es aún más aleccionador. Cuando los reyes católicos reconquistaron España de manos de los musulmanes, establecieron un reinado religioso de terror. A los judíos y a los musulmanes españoles se les obligó a tomar una cruel decisión: o convertirse al catolicismo, exiliarse o morir. ¿Y a dónde escaparon los cientos de miles de judíos que se rehusaron a abandonar su fe? Casi todos ellos fueron recibidos con los brazos abiertos en los países musulmanes. Los judíos sefaradíes (“españoles”) se establecieron en todas partes del mundo musulmán, desde Marruecos en el oeste hasta Irak en el este, desde Bulgaria (entonces parte del Imperio Otomano) en el norte hasta Sudán en el sur. En ninguno de estos lugares fueron perseguidos. Ellos no conocieron nada comparable a las torturas de la Inquisición ni a las llamas de los “autos de fe”, los pogromos, ni las terribles expulsiones masivas que tuvieron lugar en casi todos los países cristianos.

Por todas esas razones históricas, lo prudente es que muchos musulmanes dejen sus sentimientos de odio contra un pueblo que según el Corán debe ser respetado como reza la siguiente aleya “Por cierto que quienes creyeron [en los Mensajes que trajeron los Profetas anteriores a Moisés], los judíos, los cristianos y los sabeos que hayan tenido fe en Dios y en el Día del Juicio, y hayan obrado correctamente tendrán su recompensa junto a su Señor, y no temerán ni se entristecerán”. (Corán 2:62), no debemos dejar que el odio expuesto por Hezbollah y Hamás (que tienen mucho en común con los Nazis), destruyan una tradición milenaria de respeto y tolerancia.

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