martes, 19 de julio de 2011

La riqueza, no es pecado

Por: Hugo Balderrama

De verdad resulta triste ver que en pleno siglo XXI, cuando salieron a la luz los crímenes de los grandes dictadores socialistas (Mao, Stalin, Tito), cuando las violaciones a los derechos llevadas a cabo por el gobierno de Castro son imposibles de ocultar, después de comprobar que Guevara es un simple delincuente que fusilo a centenares de cubanos, todavía existan personas que ven en ese modelo de sociedad la solución a los problemas que golpean a millones de latinoamericanos (no es raro ver fotos del “Che” en casi todas las universidades fiscales de América Latina). La pregunta obvia es ¿Por qué?


Es un hecho que existe más de una causa que responde a la interrogante anterior, pero el objetivo de esta pequeña nota es mostrar el triste papel de la iglesia católica en la promulgación de esas ideas, que por su naturaleza son contrarias a los principios evangélicos.

Los movimientos de raíz totalitaria en América Latina en su gran mayoría fueron intelectualmente alimentados por la llamada Teología de la Liberación, que tuvo entre sus principales teóricos a Leonardo Boff y Hugo Assman, muchos fueron los sacerdotes que movidos por este pensamiento ocuparon cargos importantes en varios gobiernos de la región, como es el caso del régimen sandinista en Nicaragua que tuvo de ministros a los siguientes religiosos: Ernesto Cardenal, su hermano Fernando Cardenal y Miguel D’Escoto; los dos primeros en el área educativa y el ultimo como ministro de relaciones exteriores. Todos ellos convencidos de la superioridad del colectivismo y enemigos declarados del mercado y la propiedad privada.
En la actualidad no son pocos los sacerdotes que mantienen vivo ese pensamiento, no es raro escuchar en los sermones la crítica a la riqueza, haciéndola aparecer como uno de los mayores pecados y la causa central de los males del mundo. Dichos sermones desconocen que los evangelios dan grandes alegatos a favor de la propiedad privada como: no robar y no codiciar haciendas ajenas. Así como también desconocen las grandes enseñanzas que dejo Juan Pablo II en la encíclica Centesimus Annus. Donde resalta el papel del mercado y la empresa en el alivio de la miseria en el mundo.

Si bien no soy católico, el tema no deja de preocuparme porque es innegable la influencia en la educación que tiene la iglesia, es por eso que considero necesario aclarar algunos conceptos respecto a la riqueza que están presentes en las tres grandes religiones abrahámicas (Judaísmo, Cristianismo, Islam)

En Deuteronomio (viii-18) “acuérdate que Javeh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza”. En 1 Timoteo (v-8) “si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. Como se puede observar en estos textos extraídos de los evangelios, el progreso material no es incompatible con la práctica religiosa, porque de ser así, Jesús fueran el primer promotor del hambre y la miseria general, lo cual degradaría de sobre manera a uno de los más grandes maestros del bien.

En el Islam (la fe que este escriba practica) se encuentra valiosos elementos que respaldan el progreso económico, la riqueza en el Islam se considera como un regalo de Dios. Es Dios quien le provee a la persona, como lo muestra el siguiente hadiz del Profeta Muhammad “La riqueza no disminuye a causa de la caridad, y Dios incrementa a Su siervo en honor cuando él perdona a los demás. Y nadie se humilla ante Dios sin que Dios lo eleve (en estatus)”. (Sahih Muslim). Desafortunadamente en muchas cátedras que se imparten en diversos institutos educativos se analiza mal la idea de la solidaridad y las obras filantrópicas en el contexto de erradas concepciones sociales. La sagrada noción de la caridad que, por definición, significa el uso de recursos propios, realizado voluntariamente y, si fuera posible, de modo anónimo, se pervierte con la idea del uso compulsivo del fruto del trabajo ajeno, es decir con el robo de la billetera del prójimo.

Es que, independientemente de las religiones, la superlativa confusión sobre la noción de la riqueza y la propiedad se encuentra hoy en día extendida en prácticamente todas las manifestaciones de la vida. Debido a que los bienes no aparecen del cielo y, por ende, no hay de todo para todos todo el tiempo, la propiedad privada permite asignar los escasos recursos para que sean administrados por las manos más eficientes para producir lo que demanda la gente, los que dan en el blanco son aquellos que en un momento determinado verán crecer sus patrimonios, en cambios los que no incurrirán en quiebras, esto suele pasar en un mercado competitivo donde el empresario debe complacer al consumidor si quiere permanecer en el juego, todo esto se desmorona cuando aparecen los empresarios mercantilistas que viven en las oficinas públicas buscando el favor del gobernante de turno, esto siempre se traduce en mercados cautivos (aranceles a la importación, o monopolios artificiales), que son un robo disimulado al bolsillo del vecino, en especial de los más pobres, debido a que compramos menos y de peor calidad.

Los textos sagrados nos hacen un llamado a la humildad que es una de las mayores bendiciones que Dios puede otorgar a un ser humano. La misma viene de conocer acerca de Dios y reconocer su grandeza, venerarlo, amarlo y temerle, y viene también de conocerse a sí mismo y sus propias faltas y debilidades. Dios da esta característica a quienes que luchan por acercarse a Él a través de obras de piedad y rectitud. Aquel que es humilde en verdad es quien es realmente bendecido. Cada vez que se siente superior a los demás, recuerda a Dios, el Más Grande y Omnipotente, y se humilla en verdadera sumisión. “Y los siervos del Misericordioso son aquellos que caminan sobre la Tierra con serenidad y humildad, y cuando son increpados por los ignorantes les responden educadamente”. (Corán 25:63).

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