martes, 11 de agosto de 2009

El hombre despojado

Por Alberto Benegas Lynch (h)
No son pocas las personas que se quejan “del mundo moderno”. Sostienen que se sienten vacías y despojadas interiormente sin percibir que no se trata de endosar responsabilidades al mundo de hoy ni el de ayer sino de conductas que inexorablemente se encaminan a ese resultado debido a que, en lugar de actualizar sus potencialidades en busca del bien (lo cual naturalmente hace bien), se entregan a repetir lo que hacen y dicen otros con lo que pierden su sentido de identidad. En este contexto Tocqueville afirma que la gente “le tema más al aislamiento que al error”.


Erich Fromm escribe que no son pocos los que atribuyen los males del mundo a que la gente se dedica demasiado a si misma, sin percatarse de que el problema es exactamente al revés: no cultivan ni cuidan sus propias almas. El ser humano se diferencia del resto de las especies conocidas en que tiene la capacidad del libre albedrío y que, dadas las circunstancias que le toca vivir, construye su vida. En la medida en que incorpora conocimientos, agranda y enriquece su persona y le permite disminuir su colosal ignorancia.

La libertad es una condición necesaria aunque no suficiente para la realización individual. Se requiere el respeto irrestricto a su autonomía para que pueda elegir su ruta en la vida y asumir la consecuente responsabilidad por su elección, pero también requiere autorrespeto puesto que si la persona se degrada no saca partida de la libertad. Como bien apunta Viktor Frankl, necesita de actividades centrípetas, de proyectos constructivos que alimenten su desierto privado, alejándose de los residuos atávicos y de lo puramente centrífugo y frívolo que lo conduce a lo que Unamuno describe como el “mamífero vertical”.

Gertrude Himmelfarb mantiene que en lugar de aludir a la incorporación de valores debería más bien hacerse referencia a la incorporación de virtudes ya que lo primero puede dirigirse en muy diversas direcciones mientras que lo segundo solo se encamina al bien.

Con frecuencia se pone énfasis en la importancia de divertirse lo cual no se toma como un recreo de las tareas diarias sino como la faena medular, sin percatarse que la misma expresión indica separación o apartamiento de lo central. Y este divertimento constante (que finalmente produce hastío) es también consecuencia de no meditar sobre las conveniencias propiamente humanas. Como ha consignado Antonio Machado “de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.

No es infrecuente que se consideren “grandes hombres” a quienes detentan poder político pero, en verdad, como también puntualiza Fromm, se trata de seres pequeños que necesitan del acatamiento de otros para poder subsistir. Se estima que antes de la Primera Guerra Mundial la participación del gasto estatal en el producto bruto interno era entre el tres y el ocho por ciento en países civilizados, hoy varía entre el treinta y cinco y el sesenta por ciento, lo cual no toma en cuenta el costo que debe absorber el ciudadano para hacer trámites y llenar formularios para el príncipe. Practicamente todos los recovecos de la vida privada están invadidos por el gobierno y, por ende, el individuo se encuentra despojado de su independencia, desprotegido en su autonomía y maltratado por quienes estás supuestos de velar por sus derechos.

Sus hijos están obligados a “educarse” en sistemas controlados por el aparato estatal, la inseguridad en las calles y en sus domicilios hacen necesario contratar servicios paralelos duplicando costos, la injusticia de la justicia oficial requiere que además busque sistemas de arbitrajes alternativos, las demoras y enjambres en las avenidas estatales consumen buena parte de su tiempo, los desastrosos sistemas de salud estatal deterioran su calidad de vida y las jubilaciones expropiadas por el monopolio de la fuerza lo dejan sin aliento, cuando no lo espían y lo acechan en sus cuentas bancarios y conversaciones telefónicas.

El Leviatán ha llegado a límites inconcebibles de insolencia y atropello a los derechos de las personas. Es de esperar que el hombre despojado retome su dignidad y se rebele contra tanta iniquidad y sea capaz de desarrollar sus potencialidades únicas e irrepetibles.

La vida se vive una vez y el segundero pasa rápido. No es posible que el hombre despojado se resigne a ser abusado, engullido y descuartizado por las fauces del poder ni se adapte al clima hediondo de la colectivización y se anestesie interiormente en lugar de dar rienda suelta a su energía creadora. Es importante que cada medida invasora se discuta y se detenga el comienzo de cualquier signo de avalancha y proceder en consecuencia en cada frontera como si fuera la decisiva, de lo contrario, si se deja pasar la irreverencia del aparato estatal y se restringen las potencialidades de cada uno, será tarde para reaccionar porque los tentáculos del anti-individulismo son inmisericordes y deletéreos.

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