viernes, 28 de diciembre de 2007

JUGAR A DIOS

Alberto Benegas-Lynch (h)
BUENOS AIRES (AIPE).- Los tristemente célebres planificadores de la sociedad, entre otras muchas cosas, adolecen de un defecto grave. Son presuntuosos y arrogantes. Suponen un conocimiento que en verdad no poseen ni puede tener jamás ninguna junta de planificación. No es tampoco que los miembros de las referidas juntas sean malas personas, es que nadie dispone de la información necesaria como para dirigir vidas ajenas en dirección a lo que cada uno prefiere. Quienes ahora leen esto, no tienen la menor idea qué grado de conocimiento tendremos esta misma tarde, mucho menos podemos pretender que sabemos los conocimientos (y por tanto los gustos y preferencias) que tendrán nuestros congéneres. Precisamente para eso es útil el mercado.
Mercado es un proceso en el que se celebran millones y millones de arreglos contractuales que dan por resultado precios. Los precios transmiten información. Constituyen una especie de sistema de encuestas automáticas. Supongamos que se recurriera literalmente al sistema de encuestas con la intención de saber las preferencias de la gente. Habría que hacer muchas preguntas. Habría muchos condicionales: si llueve tal cosa, si sale el sol tal otra, si estuviera enfermo lo de más allá. Supongamos también que todos dijeran la verdad. Al momento siguiente de finalizada la encuesta ésta deja de tener validez, puesto que las circunstancias ya cambiaron. Más aún, muchas de las respuestas se darán en base a lo que el encuestado piensa que hará en el futuro, pero cuando ese futuro se convierta en presente lo más probable es que su decisión sea diferente de la anticipada, puesto que los elementos de juicio de que dispone serán otros.
Con esto quiero señalar que mal puede alguien planificar la vida de otros, si ni siquiera dispone de información respecto de cuáles serán sus propias preferencias personales. En alguna oportunidad se ha dicho que los planificadores pretenden ser omnímodos y, por tanto, pretenden “jugar a Dios”. En realidad la actitud arrogante y presuntuosa del planificador pretende ir todavía más allá: pretende ser más que Dios. La Primera Causa nos ha dado libre albedrío. Permite que mejoremos o empeoremos como seres humanos. Sin embargo, el planificador de vidas ajenas pretende la omnisciencia y también pretende imponer conductas a los demás. Por cierto una actitud bastante ridícula, además de malsana y contraproducente. En la alegoría que se nos presenta en el Génesis (3: 5), precisamente, la tentación fatal estriba en pretender ser como dioses. La actitud sabia es en verdad la de Sócrates.
En realidad a muchos se les ha pasado inadvertido que la caída del muro de Berlín se debe a la incomprensión de los problemas inherentes a la planificación y a la información que se simula tener y, como queda dicho, no se tiene. Ludwig von Mises hace ya más de setenta años explicó que no resulta posible el cálculo económico sin precios y, para que los precios resulten posibles, es menester que se respete la institución de la propiedad privada. La asignación de los siempre escasos factores productivos puede llevarse a cabo basada en el cálculo que permite el sistema de precios. Sin precios no podemos decir si los caminos hay que construirlos de oro o de pavimento. Si no nos suena bien hacerlos con el metal aurífero es porque tenemos recuerdos de los precios relativos, pero si se socializa la propiedad la asignación de recursos no puede efectuarse en base a recuerdos sino en base a situaciones presentes que sólo pone de manifiesto la operatoria del mercado. Por ende, jugar una carrera con Dios constituye una desafortunada prueba que inexorablemente conduce a situaciones muchos peores que las que ingenuamente se intentaba remediar.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Impuestos vs Talentos

Miami (AIPE)- Una de las cosas que más disgusta a los políticos sobre la globalización, y también de la explosión informativa en internet, es que las naciones en el siglo XXI tendrán que competir cada día más para atraer tanto a las inversiones como al capital humano.
Es muy lindo ir de viaje de vacaciones a Suecia o Dinamarca, pero un ejecutivo o técnico que quiera irse a trabajar a uno de esos paraísos de “bienestar social”, tan alabados por la izquierda latinoamericana, le descontarán 60 por ciento de su sueldo en impuesto sobre la renta. Y si escoge Francia, Bélgica o Nueva York, el gobierno le quitará 40 por ciento. Países como Italia y Alemania siguen a la par en despojo gubernamental, por lo que brillantes jóvenes ejecutivos que quieren ahorrar, para poder comprarse una casa o invertir en la bolsa de valores, estudian la posibilidad de trabajar en Dubai (Emiratos Árabes Unidos) o Qatar, donde el impuesto sobre la renta es cero. Esto no solamente resulta muy atractivo para los jóvenes que están comenzando a ahorrar, sino también para los ya bastante viejos –y experimentados- que ven acercarse la fecha de su jubilación y no cuentan todavía con ahorros suficientes para mantener su actual nivel de vida.
El primer paraíso impositivo de gran éxito lo creó el escocés Sir John Cowperthwaite, Secretario de Finanzas de Hong Kong desde 1961 a 1971, quien describía su política económica como “el no-intervencionismo positivo”. Ese genial burócrata estableció el primer impuesto sobre la renta de tasa única, copiado con inmenso éxito por varias naciones ex comunistas de Europa oriental que han logrado así aumentar la recaudación total bajando la tasa impositiva y haciéndola pareja para todos. Sir John, quien fue miembro de la Sociedad Mont Pèlerin y falleció en enero de 2006, gozaba de otra característica poco común en la administración pública, modestia personal, como lo comprueba esta famosa frase suya: “Yo hice muy poco. Todo lo que hice fue tratar de prevenir algunas cosas que pudieran trastornarlo”.
Cowperthwaite era tan decidido defensor de la libertad individual que no publicaba estadísticas económicas por temor a que fuesen utilizadas por otros funcionarios para entrometerse y planificar. Así, cientos de miles de chinos refugiados del comunismo pudieron transformar esa inhóspita región de apenas 1.077 kilómetros cuadrados, con un puerto como única riqueza natural, en un moderno paraíso capitalista. El laissez-faire y bajos impuestos de Cowperthwaite lograron que el ingreso per cápita de Hong Kong, que en 1960 equivalía apenas al 28 por ciento del de Gran Bretaña, se multiplicara y alcanzara para 1996 -el año antes de la devolución de esa colonia inglesa a China-, 37 por ciento por encima del de Gran Bretaña, país que ya entonces gozaba del inmenso auge logrado por la primer ministra Thatcher. Hoy, Hong Kong sirve a la nueva China de guía sobre lo que se puede alcanzar con libertad económica.
Países asiáticos como Taiwán, Singapur, Corea del Sur y China son los más atractivos con respecto a los impuestos, mientras que América Latina tiende a seguir los pasos de Europa occidental y en Estados Unidos todavía escuchamos a los políticos -como también a empresarios mercantilistas- insistir que el proteccionismo y altos muros contra la inmigración benefician a los trabajadores y fomentan el crecimiento económico. Hong Kong es prueba de todo lo contrario y ocupa, año tras año, el primer puesto en el Índice de Libertad Económica.
___* Director de la agencia AIPE.