miércoles, 9 de diciembre de 2009

El significado del contrabando

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Diario de América
En esa columna no me refiero a los impuestos (la política fiscal es materia de otro debate) sino a las tarifas o aranceles aduaneros que bloquean y dificultan la entrada al país de productos más baratos y de mejor calidad del extranjero lo cual a todas luces beneficia a los locales ya que libera recursos humanos y materiales para aprovecharlos en la producción de otros bienes y servicios. Es en este sentido que el contrabando (originalmente contra un bando militar) resulta en definitiva beneficioso. Mariano Moreno, el pensador decimonónico argentino, decía que “el contrabando subroga al comercio libre”. Sin duda que no existiría contrabando si no se interpusieran trabas a la entrada de productos reclamados por quienes viven en el país receptor. Solo tiene lugar cuando los comisarios imponen restricciones.
En realidad resulta un espectáculo bochornoso el de los “vistas de aduana” quienes apuntan a una de dos cosas: trasmiten la ridícula filosofía de que el ingreso de bienes más baratos y de mejor calidad perjudicaría a los locales o, de lo contrario, piden cohecho para dejar entrar la mercancía en cuestión. En el primer caso es como si estuvieran diciendo en nombre de los mandones de turno que no se vaya a traer una máquina fotográfica con buena resolución de imagen y barata puesto que eso haría daño ya que lo conveniente es verse obligado a adquirir máquinas que produzcan fotografías turbias y caras. Es tragicómico cuando esta nueva Gestapo inquiere si lo que se trae “son productos personales” como si pudieran ser extra-personales o robados.
Personalmente la desgracia más grande de viajar son las aduanas. Me afectan psicológica y moralmente. Aunque le revisen la valija a una persona delante mío me afecta porque se trata de una vejación y una insolente intromisión en la intimidad de las personas (y si, después del vejamen de marras la persona le dice al vista de aduana “gracias”, el impacto me desmorona). Y no se diga que es para evitar el ingreso de armas pues esa constatación se lleva a cabo con rayos láser al abordar el medio de trasporte por razones de seguridad y tampoco para detectar drogas que entran a granel por otros conductos generalmente con apoyo gubernamental (independientemente de que la prohibición de drogas produce los mismo efectos que la Ley Seca: estímulo a la producción y al consumo, invasión a las libertades individuales y corrupción en todos los niveles posibles).
Claro que para entender los efectos del contrabando es menester que se entiendan las ventajas del librecambio. La eliminación de aranceles o tarifas aduaneras genera el mismo efecto que un aumento en la productividad: la inversión por unidad de producto disminuye con lo que los productos disponibles se ofrecen en mayor cantidad. Dado que los recursos son escasos y las necesidades son ilimitadas, los factores productivos empleados en fabricar bienes más caros y de peor calidad se liberan para poder encarar otros bienes y servicios con lo que la lista disponible se amplia, lo cual quiere decir que se eleva el nivel de vida.
Es lo mismo que ocurre con una familia. Si en nombre de la protección a sus miembros se declara la autarquía, todos sus integrantes verán reducido su nivel de vida obligados a fabricarse sus propios lápices, zapatos etc. La cooperación social es inseparable del librecambio. Si se sostiene que la reducción aduanera debe ser gradual para permitir el ajuste de los productores locales, es porque no se entendió que los productores son para servir a la gente y no al revés. Si un productor pide protección (desprotección para la gente) durante un período para después liberar el comercio, no se ha percibido que es ese productor que tiene que absorber los costos y no trasladarlos compulsivamente sobre las espaldas de sus congéneres: es el quien al evaluar su proyecto obtendrá las ganancias que anuncia después de un tiempo (prácticamente ningún proyecto de inversión se cubre en el primer período). Si no procede en consecuencia es porque el proyecto es una patraña diseñado para vivir a expensas de los demás. No hay derecho contra el derecho: no pude argumentarse con solvencia que se ven afectados los intereses de quienes se ajustaron a las disposiciones anteriores, salvando las distancias del horror, los productores de cámaras de gas en la época de los criminales nazis no pudieron alegar pérdidas por cambios drásticos en el régimen.
Y no se diga que habrá desempleo de trabajo puesto que no existe ese fenómeno si los acuerdos salariales son libres y voluntarios. Solo hay desempleo cuando los salarios son fijados compulsivamente más allá de lo que las tasas de capitalización permiten y, dichas tasas se maximizarán en la medida en que se aproveche capital y, precisamente, una manera de consumirlo es a través de la tarifa y el arancel aduanero.
Por otra parte, las llamadas integraciones regionales constituyen burdos pretextos para ocultar la incomprensión del librecambio, es decir, las ventajas de integrarse al mundo unilateralmente vía la eliminación de trabas aduaneras. Se suele mantener que la integración es un primer paso en la buena dirección, lo cual confirma que no puede darse el paso definitivo porque no se ha comprendido el tema y, por otra parte, no siempre es siquiera un primer paso en la buena dirección ya que a veces significa un retroceso para ciertos productos alegando razones de simetría en las transacciones (cuando precisamente la asimetría es el motivo por el cual se comercia).
En definitiva son los nacionalismos xenófobos y las culturas alambradas las responsables de las barreras aduaneras directas e indirectas. La tesis de “la industria incipiente” mencionada más arriba y los fenomenales aparatos de lobby de empresarios prebendarios hacen de operación tenaza para tejer un cerco en torno al país donde operan que, como queda dicho, empobrece a la gente, muy especialmente a los más débiles. Habitualmente el latiguillo del “dumping” convence al incauto de la implantación de restricciones al comercio libre, sin percatarse que esa figura significa venta bajo el costo, lo cual incentiva a que terceros compren el producto a bajo precio y hagan un arbitraje vendiendo al precio de mercado (y si esto no fuera posible el que vende a precio de liquidación coloca primeramente su stock y los competidores continúan vendiendo al precio de mercado). Lo cierto es que quienes alegan esta política de precios ni siquiera se toman el trabajo de consultar lo libros de contabilidad de quienes se acusa de dumping por miedo a que sencillamente se trate de mayor eficiencia.
Por último, se alega que los gobiernos, como medida precautoria, deben adoptar medidas llamadas “proteccionistas” en respuesta a las barreras impuestas por otros países. Es decir, si los locales ven restringida su facturación porque cierto país no permite la entrada de sus productos “en reciprocidad” se perjudica a los locales al restringir la entrada de bienes que provienen del mencionado país. Esto es, se habrá perjudicado dos veces: una por no poder vender y otra por no poder comprar, en lugar de concretar las ventas donde haya compradores y adquirir bienes a quienes estén dispuestos a vender. Sin duda que si nadie le compra a cierto país este se verá obligado a la completa autarquía sin necesidad de controles aduaneros ya que el que no vende no puede comprar.
De todos modos, exportaciones e importaciones son dos brazos de la misma operación: si se bloquean las importaciones habrá menor demanda de divisas y, por ende, ésta bajará su cotización con lo que las exportaciones se también mermarán debido a que sus precios en términos de la divisa en cuestión se redujeron.
En todo caso, por las razones antedichas y en defensa propia contra los ataques de las burocracias, los contrabandistas resultan ser benefactores de los consumidores y contribuyen al bienestar del país en el que operan, aunque la medida de fondo sin duda consiste en permitir el comercio entre personas y empresas radicadas en diversos lugares del planeta. Sin embargo los gobiernos, teóricamente establecidos para proteger derechos los cercenan...al interceptar y perturbar el comercio son bomberos que incendian igual que en Fahrenheit 451, la ficción de Ray Bradbury.

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