Por: Hugo Balderrama
De verdad resulta triste ver que en pleno
siglo XXI, cuando salieron a la luz los crímenes de los grandes tiranos
socialistas (Mao, Stalin, Tito), cuando las violaciones a los derechos llevadas
a cabo por el gobierno de Castro son imposibles de ocultar, después de
comprobar que Guevara es un simple delincuente que fusilo a centenares de
cubanos, todavía existan personas que ven en ese modelo de sociedad la solución
a los problemas que golpean a millones de latinoamericanos (no es raro ver
fotos del “Che” en casi todas las universidades fiscales de América Latina). La
pregunta obvia es ¿Por qué?
Es evidente que existe más de una
respuesta la interrogante anterior; desgraciadamente una de las soluciones
equivocadas viene de una mala interpretación de la Biblia, muchos predicadores
intencionalmente o no, pretenden tergiversar las enseñanzas de las escrituras, no
es raro escuchar en los sermones la crítica a la riqueza, haciéndola aparecer
como uno de los mayores pecados y la causa central de los males del mundo.
Dichos sermones desconocen que los evangelios dan grandes alegatos a favor de
la propiedad privada como: no robar y no codiciar haciendas ajenas. Así como
también desconocen las grandes enseñanzas que dejo Juan Pablo II en la
encíclica CentesimusAnnus. Donde
resalta el papel del mercado y la empresa en el alivio de la miseria en el
mundo.
En
el siglo XIX el profesor Eugen von Bohm-Bawerk, en una obra muy larga, que la
denomina “Capital e Interés” explica que la causa de la pobreza es la escasez;
lo significa sencillamente que la naturaleza no nos ha provisto a los seres
humanos lo necesario para la satisfacción de nuestras necesidades (Génesis
3-17). Los bienes y servicios que demandamos no están colgados de los árboles,
no surgen como maná del cielo. El alimento, el vestido, las necesidades más
elementales, por no decir las otras necesidades, todas deben ser producidas a
través del trabajo humano (Génesis 3-19). Debido a que los bienes no aparecen del cielo
y, por ende, no hay de todo para todos todo el tiempo, la propiedad privada
permite asignar los escasos recursos para que sean administrados por las manos
más eficientes para producir lo que demanda la gente, los que dan en el blanco
son aquellos que en un momento determinado verán crecer sus patrimonios, en
cambio los que no puedan ofrecer productos con valor incurrirán en
quiebras, esto suele pasar en un mercado
libre donde el empresario debe complacer al consumidor si quiere permanecer en
el juego. Todo esto se desmorona cuando aparecen los empresarios mercantilistas
que viven en las oficinas estatales buscando el favor del gobernante de turno,
esto siempre se traduce en mercados cautivos (aranceles a la importación, o
monopolios artificiales), que son un robo disimulado al bolsillo del prójimo,
en especial de los más pobres, debido a que compran menos y de peor calidad; la
biblia condena expresamente este procedimiento estatista (acepción de personas)
en Deuteronomio 16-18,19 e Isaías 10-1
En Deuteronomio (8-18) “acuérdate que Javeh tu Dios, es quien te
da fuerza para que te proveas de riqueza” claramente habla del trabajo
laborioso y condena el parasitismo promovido por el estado benefactor; “Pesos y
medidas justas tendrás” Levítico 19-35 el mejor freno contra el dinero
fiduciario causante de la inflación y la devaluación monetaria. En 1 Timoteo (5-8) “si alguno no provee para
los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha
repudiado la fe y es peor que una persona sin fe” mandato de ser proveedores de
la familia por deducción un cristiano no puede esperar ayuda de los planes
sociales estatistas. En la parábola del joven rico se muestra como ese rico
opto por lo material en lugar de Dios, como explica el maestro Mansueti es una
enseñanza sobre salvación y la obra redentora de
Jesucristo y no una justificación para el socialismo. Como se puede observar en
estos textos extraídos de los evangelios, el progreso material no es
incompatible con la práctica religiosa, porque de ser así, Jesús fueran el
primer promotor del hambre y la miseria general, lo cual degradaría de sobre
manera al más grande maestro del bien.
Los textos sagrados nos hacen un llamado a la humildad que es una de las
mayores bendiciones que Dios puede otorgar a un ser humano. La misma viene de
conocer acerca de Dios y reconocer su grandeza, venerarlo, amarlo y temerle, y
viene también de conocerse a sí mismo y sus propias faltas y debilidades. Dios
da esta característica a quienes que luchan por acercarse a Él a través de
obras de piedad y rectitud. Aquel que es humilde en verdad es quien es
realmente bendecido. Cada vez que se siente superior a los demás, recuerda a
Dios, el Más Grande y Omnipotente, y se humilla en verdadera sumisión. “Bien
Aventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”
(Mateo 5-3)