viernes, 4 de enero de 2013



La Universidad.
Por: Hugo Balderrama.

Un cliché repetido a diario es el referente a la educación como vía de salida al subdesarrollo nacional, si observamos vemos muchas casas antiguas de la ciudad convertidas en universidades, al igual que en la Atenas clásica, miles familias sacrifican sus ahorros por enviar a los jóvenes a las casas de estudio. La gran mayoría se titulan y postulan a postgrado, con esa millonaria inversión por parte de la demanda es lógico que nazca una pregunta ¿Qué fue del progreso?

La solución a esa interrogante suele ser muy simple, “la educación impartida en las universidades estales y privadas es de muy baja calidad”, respuesta que lleva a que el común de la  gente exija más controles al estado en el tema educativo sobre todo para las instituciones privadas seguido de un mayor presupuesto para las universidades fiscales.

Hay que cuestionar las respuestas comunes, aparentes pilares de la sabiduría convencional. ¿Cómo? Simple: contrastando estos enunciados tan reiterados y repetidos, con la evidencia empírica observable.

Primero, el estado, ósea el poder ya tiene en sus manos el control de las universidades y colegios, lo tiene desde el siglo XVIII, concepto que luego fue reforzado durante el siglo XX por pedagogos y políticos de corte marxista como Piaget,  Gramci, y Gobles. Una herencia nefasta de esas ideas son los ministerios de educación, que funcionan más bien como centros de adoctrinamiento en las ideas estatistas (positivismo jurídico, proteccionismo económico, marxismo democrático). Hoy todas las casas de educación superior deben adaptarse a los requerimientos de las leyes educativas impuestas según la moda del momento si quieren operar de manera “legal”.

Cuando los monjes medievales crearon la universidad en el siglo XII, lo hicieron para fomentar el debate de ideas y el descubrimiento de la verdad, su financiamiento nacía de los aportes de los estudiantes y la colaboración de las órdenes religiosas, noto, en sus orígenes la universidad ya era una actividad privada totalmente separada del poder estatal, lo mismo sucedía con las escuelas filosóficas en Grecia, las Sinagogas judías o los tutores privados de los reyes de la antigüedad todos los demandantes de educación cubrían sus requerimientos con sus propios fondos y en un ambiente de libertad y competencia de ofertas.

El ejemplo más cercado a nosotros lo tenemos en la España de las tres culturas (cristianismo, judaísmo e islam). Los fueros de León en 1020, de Burgos en 1073, de Toledo en 1085 y Calatayud en 1120, prohibían a los reyes la emisión de moneda, decretar impuestos y además garantizaban la absoluta liberta de apertura y funcionamiento de los centros de estudio. Norberto Gorostiaga explica que “El respeto del Fuero era, por así decirlo, la razón de ser del fuero mismo. El rey le debía obediencia en los mismos términos que sus súbditos, la carta constitucional, base y fundamento del orden social y político. Lo que se hacía en contra de él era nulo ipso foro y el juramento que prestaban, tanto el rey como sus funcionarios, era de observar sus preceptos; el Fuero tenía el valor de ley suprema y estaba por encima de la voluntad real.

Esta concepción de las libertades que aparece institucionalizado en los Fueros tiene en buena medida su origen en el mundo árabe. Desde el año 900 hasta la expulsión de los moros de España, pero muy especialmente durante los siglos XI y XII, época en la que los musulmanes gozaban de una extraordinaria libertad, fue la época de un gran progreso en la filosofía, en la astronomía, en las matemáticas y en las ciencias naturales. Su arte, su música, su arquitectura y su literatura fueron muy apreciados en todas partes. Incentivaron notablemente el comercio y transmitieron sus métodos de libertad en materia educativa a todos los centros culturales a que tuvieron acceso;la escuela de traductores de Toledo y  la escuela de Salamanca son algunos de los frutos de esa época.

Conclusión: como nos muestran  los párrafos anteriores la buena educación más que una precondición es una consecuencia del progreso y para conseguir lo último se requiere libertad de acción y un estado garantizando dos cosas básicas seguridad y justicia.