lunes, 21 de abril de 2008

Spencer Wells, entrevistado por Víctor-M Amela

Wells, de 33 años, recorrió los 5 continentes siguiendo las huellas genéticas de las primeras migraciones que poblaron el planeta

Los antepasados de estos aborígenes australianos fueron los
primeros en salir de África hace 60.000 años.

Aborigen bosquimano


Familia de chukchis, descendientes de los primeros pobladores de Siberia
FOTOS: National Geographic Channel
Tomó miles de muestras de sangre de aborígenes
Su estudio traza una línea de descendencia de 2000 generaciones
Esta se remonta 60.000 años atrás, a los hombres que salieron de Africa
Cuesta creer que los casi 6000 millones de personas que actualmente se encuentran diseminadas por todos los continentes sean los descendientes directos de tan sólo 10.000 individuos que hace 60.000 años vivían recluidos en Africa. Más increíble aún suena el hecho de que la población nativa de América descienda de un grupo de tan sólo 10 o 20 personas que se animó a cruzar el estrecho de Bering poco antes del final de la era glacial.
Quien recientemente logró armar el rompecabezas de las migraciones que permitieron al hombre poblar el planeta es Spencer Wells. Este biólogo molecular de tan sólo 33 años, egresado de las universidades de Stanford y Oxford, recorrió durante un año el globo en busca de poblaciones indígenas remotas, como los bosquimanos del Kalahari o los chukchis de Siberia, que aún hoy conservan en su sangre las huellas de esa travesía.
En diálogo telefónico con LA NACION, desde algún lugar de la India, Wells describió las caminos recorridos por el hombre primitivo desde su partida de Africa hace 60.000 años.
-¿Que lo llevó a realizar esta investigación tan ambiciosa?
-Como científico, mi trabajo se centra en el estudio de la diversidad humana: si bien en su superficie los hombres se ven distintos, a mí lo que siempre me ha interesado es buscar el origen común, tema de estudio donde se conjuga mi interés por la historia, por la biología y por la evolución del hombre.
-¿Cómo puede el estudio de la genética aportar conocimiento sobre las migraciones humanas?
-Lo que nosotros estudiamos es la genealogía, y lo hicimos a partir de los seres que viven hoy en día. Para eso extrajimos miles de muestras de sangre de personas de todo el mundo, y luego buscamos en ellas marcadores genéticos que pudieran servir como "señales en tránsito" que nos remontaran a genomas anteriores.
Los primeros marcadores que utilizamos eran ciertos cambios en el ADN. Por lo general, el genoma que se transmite a través de distintas generaciones es en gran medida inmutable. Aun así, es posible detectar algunos errores que son muy poco frecuentes; estos cambios o mutaciones se heredan, lo que nos permite establecer una línea de descendencia de abuelos, padres e hijos.
-¿En qué parte del genoma centraron el análisis?
-Nos dimos cuenta de que los cambios más importantes eran los que aparecían en el cromosoma Y (que lo transmite el padre a su hijo varón); éstos eran los que revelaban una gran cantidad de información, que nos llevó a trazar una línea de descendencia del hombre. Los datos que recabamos a través de su estudio también nos permitieron establecer un mapa que ilustra cómo el hombre pobló todo el planeta.
-¿Y cómo fue ese viaje?
Registros de una travesía
Fueron 40.000 años, aproximadamente, los que transcurrieron desde que el hombre primitivo salió de Africa y llegó a América, luego de haber poblado Asia, Europa y Oceanía. Al doctor Spencer Wells, seguir el rastro genético dejado por las primeras migraciones humanas le llevó tan sólo un año.
Su viaje a través de desiertos, océanos y tundras fue registrado por las cámaras de National Geographic Channel. El documental resultante -titulado "La travesía del hombre"- será emitido por esa señal el domingo 15 de diciembre (2002), a las 22.
Un segundo registro de esta aventura, esta vez en papel, fue publicado a fines de octubre por la editorial británica Penguin, con el título "The Journey of Man - A Genetic Odyssey".
-El hombre primitivo partió de Africa en dos oleadas. La primera comenzó entre 50 mil y 60 mil años atrás, y recorrió la costa sur de Asia para llegar finalmente al norte de Australia. Este viaje fue motivado por una intensa sequía que azotaba al continente africano, como resultado del período glacial, que concentró el agua en los polos. Los animales lo abandonaron buscando agua y pasturas; y los cazadores los siguieron.
La segunda salida se produjo hace 45.000 años. Esos hombres partieron a lo que hoy es Medio Oriente; un grupo siguió luego hasta India, mientras que otro llegó hasta China. Diez mil años después, de Asia central partieron grupos de viajeros hacia Europa, atravesando cubiertas de hielo habitadas por mamuts y bisontes; también de Asia central habrían de partir, 15.000 años más tarde, hacia Siberia.
Finalmente, hace 20 mil o 15 mil años atrás, un grupo de 10 a 20 personas que habitaban el Artico logró cruzar al continente americano, a través del estrecho de Bering. A medida que la era glacial retrocedía y los casquetes polares se derretían, aumentaba el nivel del mar, aislando a los pobladores americanos, que comenzaron a desplazarse hacia el Sur.
-¿El hombre primitivo que salió de Africa era un Homo sapiens o alcanzó este estadio evolutivo a lo largo del viaje?
-Ya había completado en Africa la evolución que dio como resultado el Homo sapiens.
-¿Cuáles fueron los cambios que experimentó a lo largo del viaje?
-Nuestros ancestros africanos eran hombres altos, flacos, tenían la piel oscura y el pelo enrulado, como los que uno puede encontrar hoy en países como Namibia.
A medida que se desplazaban hacia el Norte, la exposición al sol cada vez era menor, por lo que la piel se aclaró para poder sintetizar la vitamina D a partir de una menor cantidad de rayos ultravioletas. Aquellos que partieron a Siberia, por ejemplo, debieron minimizar su superficie corporal para evitar la pérdida de calor, en un intento por adaptarse al frío extremo; por eso, desarrollaron troncos robustos, dedos regordetes y piernas y brazos más cortos.
Por otro lado, entre aquellos que llegaron a Australia o, más tarde, a América, la subida del nivel del mar como resultado del fin de la era glacial les cerró el contacto con el continente asiático; ese aislamiento los llevó a desarrollar rasgos distintivos de los de sus antepasados. Algo similar ocurrió con aquellos que se desplazaron a China, que quedaron atrapados entre montañas al Norte y océanos al Sur, sin contacto con el resto de Asia.
-¿Su cronología de las migraciones surge sólo del estudio genético de sus descendientes?
-Es resultado de la combinación de nuestros hallazgos con otro cuerpo de evidencia arqueológica y climatológica previa, que nos brinda el contexto para emprender mejor el estudio de los marcadores genéticos.
-¿Cómo afecta esta idea del origen común al concepto de raza?
-En mi opinión, el término raza no tiene ningún significado. En vez de hablar de razas deberías referirnos a parentescos, pues todos tenemos un ancestro africano. Es posible establecer una línea de aproximadamente 2000 generaciones desde ese ancestro hasta el hombre de hoy; obviamente, es posible encontrar diferencias, pero para referirnos a ellas el concepto de raza resulta trivial.
Por Sebastián A. Ríos De la Redacción de LA NACION, 24 de noviembre de 2002.

miércoles, 16 de abril de 2008

Orden y planificación

Por: J. Lizandro Coca Olmos
Por un lado, Karl Popper nos dice que considerando la siempre existente posibilidad de que las personas cometamos errores, no tiene sentido que una sociedad ponga su destino en manos de una o varias mentes, puesto que es mejor que los errores sean propios. Es una defensa al individualismo (que no es egoísmo) como posibilidad de que cada persona retenga para sí la mayor cantidad posible de opciones y responsabilidades en lo que atañe a su propia vida. Friedrich A. Hayek, por otro lado, afirma que no existe la probabilidad de que alguna mente en el planeta conozca las particularidades que hacen al orden de una sociedad moderna, que ese conocimiento está distribuido entre millones de mentes que, al planificar individualmente sus metas, hacen posible el orden espontáneo de la Sociedad Abierta. Si una persona o grupo de personas pretendieran planificar el orden de una sociedad, esta sería tan simple como una tribu de la antigüedad. Es decir, el orden deliberado o planificado por el Estado dentro de la Gran Sociedad es imposible, lo único a lo que podemos aspirar es a que los gobiernos establezcan reglas básicas de convivencia (p.e. respeto a los derechos fundamentales) y garanticen que los ciudadanos puedan ejercer sus derechos y libertades plenamente y en igualdad de oportunidades.

Es falso que dentro de la sociedad occidental (que es la que más se ha acercado al ideal de Sociedad Abierta) no existan el orden y la planificación. Existe el orden espontáneo, donde los ciudadanos se comportan en base a reglas que se han construido evolutivamente, que no necesariamente conocen, pero que han adquirido por ser el conjunto de posibles respuestas a posibles situaciones que mejor han respondido a las necesidades de sobrevivencia y superación humanas. Ninguna mente genial las inventó trazándose como meta la construcción de la sociedad actual, simplemente fueron adquiridas por los seres humanos a través del método de la prueba y el error. Las respuestas que ofrecieron resultados insatisfactorios fueron desechadas y las que lograron cumplir ciertas expectativas fueron convirtiéndose en las reglas de las sociedades.

En la economía sucede un tanto de lo mismo, cada ciudadano planifica individualmente su administración económica. Quien va a comprar distribuye su presupuesto durante el mes, de tal forma que le alcance para cubrir sus necesidades básicas y, si es posible, guardar algo para posibles contratiempos. Quien va a vender, define cuánto va a destinar a la compra de productos, cuánto puede agregar al precio original sin que el aumento sea irracional, de tal forma que pueda cubrir sus gastos y recuperar su capital para reiniciar el ciclo. Quien va a invertir en algún emprendimiento debe planificar en base al precio de la materia prima que va a requerir, los medios de producción, la fuerza de trabajo, los préstamos, las licencias, los envases, la electricidad, el diesel, los impuestos, los vaivenes del mercado, los bloqueos, las inundaciones, las sequías, etc. En realidad, en una Sociedad Abierta, donde existe el libre mercado, la economía está planificada en base a una red de planificaciones individuales. Cada persona planifica el pedazo que le corresponde de la economía de su sociedad.

Entonces, es verdaderamente absurdo que hoy nos propongan que vamos a tener un Estado planificador de la economía, un Estado empresario, regulador, cobrador de impuestos, definidor del "precio justo", en resumen, un Estado interventor de la economía. Recordemos que en la extinta Unión Soviética, existía un grupo de "expertos" encargados de definir el precio de miles de productos, y que por esa evidente imposibilidad de tener el conocimiento de todos los particularismos que articulan el orden económico, terminaban imponiendo precios absurdos e irreales, llevando al Estado soviético a la quiebra. Quienes creen que la intervención del Estado le hace bien a la sociedad no han leído nada de historia, o no han aprendido nada de ella, porque no la han entendido o no la quieren entender, y pretenden continuar con la fatal arrogancia de creerse capaces de planificar en unas horas un orden que a la humanidad le ha costado miles de años construir.

Ya lo dijo Friedrich A. Hayek "Mientras más planifica el Estado, más difícil les resulta a los individuos planificar"

martes, 1 de abril de 2008

Los impuestos y la libertad

Tibor R. Machan
Los Angeles (AIPE)- La libertad no es compatible con los IMPUESTOS. A pesar de la conocida frase de Oliver Wendel Holmes, “los IMPUESTOS es el precio que pagamos por la civilización”, la realidad es que se trata de una manera muy poco civilizada de obtener fondos.
Piénselo. Usted comienza a trabajar en una empresa, donde le dicen que va a ganar tanto, pero el sueldo que recibe es bastante menos de lo que le ofrecieron. ¿Por qué? Porque una buena parte no se lo dan a usted, que se lo ganó trabajando, sino a otra gente. ¿Por qué? Porque si la empresa no lo hace así es acusada de cometer un delito y llegará la policía.
¿No es eso exactamente lo que sucede cuando la mafia extorsiona a la gente? Sí, inclusive parte de los fondos extorsionados pueden utilizarse en algo que lo beneficie, por lo que los extorsionados no protestan. Pero lo inaceptable de la extorsión es la manera de obtener el dinero: a través de la coerción.
A menudo se menciona a Robin Hood para justificar los IMPUESTOS. ¿Acaso él no robaba a los ricos para dárselo a los pobres? En realidad Robin Hood hacía todo lo contrario: le robaba a quienes le habían robado a los pobres y le devolvía el dinero a sus verdaderos dueños. En aquellos tiempos, los reyes y sus compinches de la nobleza extorsionaban al pueblo y lo disfrazaban alegando falsamente que todo le pertenece al rey y a sus compinches.
Nuestras guerras de independencia acabaron con esos fraudes, mostrando que los reyes violaban los derechos naturales de la gente. Pero debido a la idea que nuestros derechos tienen que ser defendidos por alguien, los IMPUESTOS siguieron existiendo en las nuevas repúblicas.
Originalmente los fondos requeridos por el gobierno eran moderados, pero cuando se trata de entre 25% y 70% de nuestros ingresos se trata de un asalto a mano armada.
Una excusa inaceptable es que los IMPUESTOS en otros países son aún más altos, incluyendo casi toda Europa occidental. La realidad es que los IMPUESTOS son una extorsión, un método bárbaro y una violenta violación de la libertad humana.

Impuestos y la cultura del parasitismo

Hugo Balderrama F.
Para ampliar la base de contribuyentes, lo primero que debe hacerse es premiar el trabajo en la economía formal.
Desde hace décadas, el sistema tributario funciona con los incentivos equivocados: se castiga el trabajo en la economía formal y se fomenta una cultura de los “abusados” que se las ingenian para vivir a costillas de los demás.
Hay toda una cultura del parasitismo. Se festeja al “abusado” que puede vivir del erario sin aportar y se moteja de tonto a quien trabaja y cumple con sus obligaciones fiscales.
Las tasas progresivas en los IMPUESTOS al ingreso funcionan como una amenaza a la creación de riqueza: “no te atrevas a preferir el trabajo sobre el ocio porque te cobraremos cara tu osadía, hasta expropiarte todo el fruto de tu trabajo”.
Contribuyente no es sólo quien paga IMPUESTOS, sino quien contribuye con su trabajo al crecimiento del país.
El actual sistema, en lugar de reconocer esa contribución la castiga, agregando al trabajo en la economía formal multitud de trabas, tasas progresivas de IMPUESTOS (si trabajas más, te quitamos más), trámites absurdos y onerosos y, para colmo, la prohibición de acumular capital: “No salgas de la mediocridad, no ahorres para convertirte en un odioso capitalista o en un pequeño burgués; gasta, despilfarra, derrocha el trabajo tuyo y el de los demás”.
El principal responsable de la evasión fiscal en Bolivia es el sistema tributario. Pensar que la evasión puede combatirse con medidas persecutorias o con mayores intimidaciones sólo empeora las cosas. Es preciso modificar de raíz la relación entre fisco y contribuyentes. Entre gobierno y ciudadanos.
Por eso, la propuesta de Reforma Fiscal de acuerdo a la consigna de IMPUESTOS “bajos y parejos” se fundamenta, antes que nada, en el rediseño del impuesto al ingreso de las personas físicas, de acuerdo a una tasa única de 15 por ciento (a partir de 5.000 pesos de ingresos mensuales acumulados).
Es, también, el mejor mecanismo para “formalizar” a la mayor parte de la economía informal. No se trata de que las infanterías de la poderosa economía informal (que son legión) sean vistas como fuentes de recaudación, sino que, a través de la formalización de esas infanterías (premiándolas por salir de la informalidad) obliguemos a los grandes parásitos, a los zares que explotan la economía informal, a pagar IMPUESTOS.

¿Replicar a Tocqueville?

Alberto Benegas
Buenos Aires (AIPE)- Otras veces he citado al desilusionado ex socialista de los sucesos de mayo de 1968 en París, Bernard-Henry Lévy, de su Bárbaros con rostro humano cuando manifiesta enfáticamente: “He dicho que el socialismo es un engaño y una decepción: cuando promete miente, cuando interpreta está equivocado” Y escribe: “Aplique marxismo en cualquier país que se quiera y se encontrará un Gulag al final”.
Ahora nos presenta con un nuevo libro que le encargó el Atlantic Monthly para que imite el itinerario de Tocqueville en su célebre obra “La democracia en América”. El libro que se titula “American vertigo” es sobre un viaje por Estados Unidos tras los pasos de Tocqueville. Me la recomendó mi amigo Joaquín Perea Muñoz no por ser buena sino como material bibliográfico, en vista de que yo estaba terminando un libro sobre Estados Unidos.
A diferencia de ex socialistas como Jean-Francois Revel, a Lévy le quedan rastros visibles y muy marcados de su posición anterior. Piensa que el aparato estatal puede resolver el tema de la pobreza (“que el gobierno federal no parece tener los recursos ni la voluntad de afrontar” y “la vergonzosa impotencia del estado ante el aumento de la gran pobreza”), de allí que uno de sus héroes es Hillary Clinton y, antes, Franklin Roosevelt que marcó un punto de inflexión en la política estadounidense con el estatismo rampante del “New Deal”. Precisamente, políticas de esa índole son las responsables de la pobreza relativa en ese país.
Sin embargo, el libro no está exento de observaciones agudas sobre los peligros de conculcar derechos constitucionales en nombre de la seguridad contra el terrorismo, en los atropellos más brutales en Guantánamo, en sus múltiples anécdotas sobre la cultura norteamericana y los mitos del desconocimiento de temas básicos, sus críticas al deporte del antinorteamericanismo (especialmente en Francia), sus reflexiones sobre los peligros de las mayorías desenfrenadas (en esto, como Tocqueville), los riesgos de la autocensura, los atropellos de los lobby, los despropósitos de los neoconservadores y la crucial importancia de mantener la tradicional separación entre la religión y el gobierno. Pero concluye con razón que Estados Unidos es “la civilización que hacen de ese país uno de aquellos en que, a pesar de todo, se sigue respirando mejor”.
Hay otras críticas que estimo están mal tomadas como la de “la obesidad” de tantos emprendimientos voluntarios y privados que pueden no gustarle al autor pero que no afectan derechos de terceros, mientras está ausente en el libro la obesidad estatal cuyos tentáculos y tejidos adiposos asfixian al contribuyente. Además, como el mismo Lévy apunta, también están los amish que, con todo derecho, viven al margen de los progresos tecnológicos y son lo contrario de la obesidad cuestionada.
Su crítica a Fukuyama y a Huntington son alambicadas y poco frontales, ya que el primero propugna un marxismo al revés con su inexorabilidad del triunfo del liberalismo y los mercados libres a partir de la caída del muro de la vergüenza (nada hay inexorable en el contexto humano, esa es una receta para bajar los brazos). El segundo con su xenofóbico enfrentamiento de civilizaciones no permite entender las ventajas del cosmopolitismo y el respeto recíproco.
Por último, para terminar con una nota de humor esta reseña telegráfica, resulta cómica (si no fuera dramática) su referencia a algunos casos adicionales a los conocidos sobre la manía de lo políticamente correcto. Así, señala que estos tergiversadores del lenguaje aluden al alcohólico como “dotado de una sobriedad a tiempo parcial” y al calvo como “capilarmente desaventajado”. Tomando todo en cuenta y sin desmerecer los buenos aspectos de la obra de marras, confieso que, en estos viajes filosóficos, hasta ahora, lo prefiero a Tocqueville.