sábado, 22 de septiembre de 2007

El drama de la drogadicción: una propuesta

Por Alberto Benegas Lynch (h)
El conocimiento está inmerso en un proceso evolutivo que no tiene término. Debido a los efectos devastadores de las drogas alucinógenas para usos no medicinales, hace tiempo consideraba que debían prohibirse. Estimaba que se ponía en jaque el derecho de terceros como consecuencia de posibles actos de quienes proceden bajo el efecto de las antedichas sustancias tóxicas.En gran medida, debido a la reiterada argumentación de varios de mis alumnos en distintos medios universitarios, he cambiado de parecer en cuanto a la prohibición, lo cual he puesto de manifiesto en otras ocasiones. En esta oportunidad, pretendo resumir este problema tan espinoso y controvertido para señalar las graves consecuencias de que el aparato estatal penalice la producción y el uso de los estupefacientes en cuestión. Divido el análisis en quince puntos, que considero centrales y que, estimo, derivan de la aludida prohibición.En primer término, el precio de la droga se eleva debido a la prima por el riesgo de operar en el mercado negro. En la mayor parte de los países, la cruzada estatal es de tal envergadura que el riesgo es grande y, consecuentemente, los márgenes operativos resultan astronómicos. Los ingresos que reciben los productores de Bolivia, Perú, Turquía, Laos o Paquistán resultan mínimos si se los compara con las suculentas ganancias de los que ponen el producto a disposición del consumidor final. Esto estimula el incremento de la producción y elaboración de las drogas.Segundo: debido a lo señalado en el punto precedente, se torna económica la producción de productos sintéticos de efectos inmensamente más demoledores que los naturales, tales como el crack, el china white, el ice, el coco snow, el synth coke, el crystal cain, etcétera.Tercero: también como consecuencia de los exorbitantes márgenes operativos surge la figura del pusher, con incentivos descomunales para conseguir adeptos en todos los mercados posibles, especialmente entre la gente joven, siempre más dispuesta a ensayar lo nuevo, sobre todo si la mercadería se presenta con características poco menos que redentoras.Cuarto: en los casos en que se produce la lesión a un derecho, hay un victimario y una víctima. Esta última, o quienes actúan como subrogantes, denuncian la agresión y pretenden el castigo y la recompensa correspondiente. En el caso que nos ocupa, debido a que se trata de arreglos contractuales, no hay víctima del atropello a un derecho, ni victimario. Por lo tanto, debe recurrirse al soplón y también al espionaje y a la consecuente invasión de la privacidad y de los derechos de las personas, lo cual incluye exámenes de orina, sangre, revisión de bolsillos y carteras, olfateo por parte de sabuesos entrenados al efecto, violación de la correspondencia, del domicilio y el secreto bancario, "pinchadura" de conversaciones telefónicas y detención de personas por llevar "demasiado" efectivo, además de violencia física de muy diversa índole y magnitud.Quinto: en este contexto, toda persona que desea drogarse es obligada a entrar necesariamente en el circuito criminal, con lo que se expone a todo tipo de vandalismos, al tiempo que es permanentemente invitada a incorporarse a las bandas.Sexto: debido a las sumas astronómicas que manejan los narcos, existe una permanente presión para corromper a policías, jueces y gobernantes, incluyendo, en primer término, a lo que era en Estados Unidos el Federal Bureau for Narcotics y lo que ahora es el Drug Enforcement Administration. Se llenan libros con las listas de los corruptos que, se supone, están encargados de librar la guerra a los narcos, pero que, en verdad, muchas veces cubren sus operaciones.Séptimo: el costo de la antedicha guerra lo deben sufragar, coactivamente, todos los contribuyentes. Por ejemplo, en los Estados Unidos, sólo en el último ejercicio fiscal, el gobierno federal gastó 18 mil millones de dólares en esta cruzada, en la que la gran mayoría de los ciudadanos debe pagar para combatir al porcentaje minoritario que decide intoxicarse.Octavo: el atractivo del "fruto prohibido" hace de incentivo adicional, especialmente entre los colegiales. Esto fue lo que también ocurrió en los Estados Unidos con la ley Volstead, más conocida como Ley Seca, que requirió una enmienda constitucional y que duró desde 1920 hasta 1933. Esta cruzada contra el alcohol tuvo que ser abandonada porque terminó en una catástrofe y en un estímulo enorme para la mafia.Noveno: cada vez en forma progresiva, la guerra antinarcóticos abarca territorios mayores. Hay ciudades en las que los tiroteos entre facciones rivales y con la policía convierte en imposible la coexistencia.No hay esta violencia entre vendedores de pollos o de relojes. Ocurrió con el alcohol y ahora con las drogas debido a la manía de manejar vidas ajenas en lugar de reservar la fuerza para fines exclusivamente defensivos.Décimo: las municiones que vuelan por los aires y que hacen la vida imposible a ciudadanos pacíficos aparecen también como consecuencia de que las diferencias que pueden suscitarse en las operaciones comerciales de marras no se pueden resolver en los tribunales, ya que la droga está prohibida, lo cual cierra el camino a procesos evolutivos de arbitraje.Undécimo: en algunos lugares se restringe, también por ley, el uso de jeringas, lo cual conduce a un espeluznante efecto multiplicador del sida y de otras enfermedades infecciosas, además de las lesiones cerebrales irreversibles que causa la tragedia de la drogadependencia.Duodécimo: se estimula el engaño a través del lavado de dinero o del blanqueo de capitales, fruto del comercio con la droga, con lo que operaciones que aparecen como inocentes terminan por envolver a personas ajenas al negocio de los estupefacientes.La Financial Task Force of Money Laundry estima que el 70 por ciento del dinero que se lava en el mundo es el resultado del narcotráfico (el resto es, principalmente, fruto de la corrupción de gobernantes, del terrorismo y de la extorsión).Decimotercero: visto desde una perspectiva metodológica, como es sabido, correlato no significa nexo causal. Se suele mostrar la participación de drogadictos en diversos crímenes, cuando lo relevante para el caso es mostrar el porcentaje insignificante de drogadictos que cometen crímenes, tal como queda reflejado, entre otros, en el trabajo de Bruce Benson y David Rasmussen sobre crímenes y drogas.Decimocuarto: quien usa la droga para fines no medicinales se está dañando, pero eso no significa que se convierte en un asesino. Constituye una presunción a todas luces gratuita el suponer que el poeta que se cree "más inspirado" y que el operador de Wall Street que piensa que será "más eficiente" si consume drogas se convierten en asesinos. Cada uno responde ante su conciencia y debe asumir las responsabilidades por lo que hace. Quien comete un crimen bajo el efecto de las drogas no debería sufrir consecuencias legales atenuadas, sino, por el contrario, agravadas.Decimoquinto: sin duda que hay comportamientos que pueden poner en peligro la seguridad de otros. Si mi vecino está maniobrando con fósforos y explosivos o si su hijito está jugando con un cañón antiaéreo en la medianera de mi casa, tendré el derecho de denunciarlo y de que se proceda en consecuencia para remediar la situación. También quienes habitan las casas lindantes a la mía protestarán justificadamente si me excediera en la emisión de decibeles o de monóxido de carbono. En esta misma línea argumental es natural que en un centro comercial o en una autopista privada cualquier manifestación de intoxicación sea reprimida. En los casos de la llamada propiedad pública, las manifestaciones de intoxicación deben ser punibles. A estos efectos resulta irrelevante si la intoxicación se produjo con pegamentos, jarabe para la tos, tranquilizantes, alcohol o con las drogas a las que nos estamos refiriendo.En el Wall Street Journal, Milton Friedman nos dice: "Las drogas son una tragedia para los adictos. Pero la criminalización de su uso convierte esa tragedia en un desastre para la sociedad, indistintamente para usuarios y no usuarios". William F. Buckley, en el Washington Post, escribe: "La nuestra es una sociedad en la que mucha gente se mata con tabaco y con borrachera. Algunos lo hacen con cocaína y heroína. Pero deberíamos tener presente todas las vidas que se salvarían si la droga mortal se pudiera vender al precio del veneno para las ratas". En uno de los editoriales de The Economist titulado "Misión imposible" se lee: "La prohibición [de las drogas] y su fracaso inevitable convierten un mal negocio en uno rentable, criminal y más peligroso para los usuarios".En el margen, hoy se expenden algunas drogas de mala calidad a un precio relativamente bajo, pero siempre en el contexto de una fenomenal estructura montada por los antedichos márgenes suculentos. Anulados los incentivos artificiales, habrá drogas que desaparecerán por antieconómicas y, en otros casos, los precios se reducirán sin que se eleve el consumo, debido, precisamente, a que se revierte drásticamente la potente maquinaria que empuja las ventas.Sin duda que el drama de la drogadicción es consecuencia de la pérdida de valores por parte de quienes alegan la necesidad de alucinarse y, por tanto, renuncian a la condición propiamente humana de utilizar con lucidez la estructura intelecto-volitiva de que estamos dotados. Independientemente de aquella decisión vital, manteniendo los demás factores constantes, la propuesta de liberar el mercado de drogas permite concluir que el uso de las drogas tiende a disminuir, tal como ha ocurrido en diversos lares, lo cual queda consignado, por ejemplo, en las obras Dealing with drugs. Consequences of government control, compilada por Ronald Hamowy, y The crisis in drug prohibition, compilada por David Boaz.El autor es presidente de la sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias

viernes, 14 de septiembre de 2007

CUOTAS ABSURDAS




Alberto Benegas-Lynch (h)



BUENOS AIRES (AIPE).- Desde hace un tiempo, en algunos países se ha legislado la obligación de incorporar en centros académicos y en lugares de trabajo a las llamadas minorías, las que deben aceptarse en determinadas proporciones respecto del total que se contrata.
Esta política, que se ha dado en llamar “acción afirmativa”, constituye uno de los disparates más sobresalientes de nuestro tiempo. Así se sostiene que en las empresas y en casas de estudio debe admitirse compulsivamente, digamos, un 10% de puertorriqueños, un 15% de negros, un 8% de mujeres y un 3% de homosexuales. Sin ninguna duda que pueden hacerse muchos chistes respecto de la arbitrariedad de los porcentajes establecidos, pero el argumento central de los partidarios de la “acción afirmativa” estriba en que de este modo se combatiría la discriminación y se le daría oportunidades a todo el mundo.
Reviste gran importancia comprender el significado de la discriminación en este contexto. Todos al actuar discriminamos, es decir elegimos unas cosas y, consecuentemente, rechazamos otras. Discriminamos cuando vamos al cine, mostramos preferencia por un título en detrimento de los otros. Discriminamos cuando salimos con amigos, cuando nos casamos, cuando comemos, cuando leemos, etc. Según el diccionario, discriminar quiere decir “distinguir, diferenciar una cosa de otra”. Como no podemos hacer todo al mismo tiempo, debemos discriminar y seleccionar entre muchos cursos de acción. En el contexto jurídico la no-discriminación alude a que la ley debe otorgar los mismos derechos a todos. Desde el punto de vista del derecho, la igualdad ante la ley debe preservarse puesto que, de lo contrario, aquella estaría reñida con la justicia, ya que el “dar a cada uno lo suyo” no se cumpliría, precisamente debido a que no todos gozarían de los mismos derechos. Por esto es que se ilustra la justicia con un paño sobre los ojos: no mira de quien se trata sino que otorga a todos iguales derechos respetando las libertades de cada uno.
Pero otra cosa bien distinta es obligar a que la gente haga con sus pertenencias aquello que no desea. Esto sí significa una discriminación, una arbitrariedad. Significa una lesión al derecho de propiedad del cual derivan los demás y, además, se perjudican todos, incluso aquellos que se quiere beneficiar. Una cosa es la igualdad ante la ley y otra distinta es la igualdad mediante la ley. En este último caso necesariamente la propia ley incurre en discriminación en el sentido jurídico y, por ende, otorga distintos derechos a las personas con lo que se derrumba el marco institucional, convirtiéndose en un aparato de arbitrariedad e injusticia.
Debe tenerse en cuenta que el racismo significa tanto la segregación como la unión forzada. En ambos casos la ley discrimina por causa de la raza. Es tan arbitrario prohibir que negros y blancos puedan casarse como obligarlos a que lo hagan. En los dos casos hay racismo y hay discriminación en el sentido jurídico de la expresión. Y esto va para todas las manifestaciones de las cuotas legales que venimos comentando. Obligar a que se contraten determinadas proporciones y características de personas inexorablemente se traduce en caídas en la productividad, puesto que libremente se hubiera seleccionado de otra manera. Esta caída en la productividad afecta los salarios e ingresos de toda la comunidad, pero muy especialmente de los más débiles. De modo análogo, las selecciones arbitrarias y compulsivas en los centros académicos constituyen el mejor modo de acabar con los criterios de excelencia, lo cual afecta la productividad de los futuros profesionales con el mismo resultado anteriormente apuntado.
Sin duda que los dueños de un negocio pueden decidir exclusivamente la contratación de empleados que midan más de un metro ochenta. Las consecuencias de esa decisión serán absorbidas por el referido negocio. Si en lugar de contratar en base a la eficiencia lo hacen en base a la altura, el cuadro de resultados reflejará el desatino, con lo que la propiedad pasará a manos de quienes saben administrar recursos a criterio de los consumidores. Lo mismo puede decirse de las universidades que establecen como criterio de selección el color de ojos.
En el área gubernamental, el electorado podría decidir que los cargos públicos sean ocupados en ciertos porcentajes por gordos, flacos, musulmanes, siempre que los dueños de los recursos -los contribuyentes- lo acepten, pero no puede extrapolarse legalmente al sector privado por las razones expuestas._____ * Economista argentino, director de ESEADE. (734 palabras)

jueves, 13 de septiembre de 2007

Cuatro mitos de la economía de pizarrón

Juan Fernando Carpio - Hugo Balderrama
La Economía se halla asediada por mayor número de sofismas que cualquier otra disciplina cultivada por el hombre.Henry Hazlitt
Entre las grandes tragedias del siglo XX está la readopción de viejas y dañinas posiciones sobre la economía que parecían largamente superadas. En este breve resumen vamos a revisar cuatro conceptos que se siguen enseñando en los pizarrones de una buena parte del mundo, y no son otra cosa que un refaccionamiento de las viejas concepciones del Mercantilismo. Veamos entonces en qué consisten aquellas y qué tienen de dañino al ser impulsadas en reuniones de un gabinete ministerial.
1.- La balanza comercial y el dinero como un fin
El Mercantilismo es la filosofía económica adoptada por los mercaderes y estadistas de los siglos 16 y 17. Los mercantilistas pensaban que la riqueza de una nación provenía principalmente de la acumulación de oro y plata. Las naciones sin minas podían obtener oro y plata sólo al vender más bienes que aquellos que adquirían del exterior. En consecuencia, los líderes de esas naciones intervenían altamente en el mercado, imponiendo aranceles a los bienes extranjeros para reducir las importaciones, y otorgando subsidios para mejorar las posibilidades de exportación para los bienes domésticos. El Mercantilismo representó la elevación al status de política nacional de los intereses comerciales.
Los viejos mercantilistas sostenían que por definición era favorable exportar y desfavorable importar. Lamentablemente el error es persistente y prácticamente un lugar común cuando se habla de comercio exterior. Pero es necesario aclarar una y mil veces que el objetivo de las exportaciones es la importación. Basta fijarse en lo que hacemos a nivel personal, familiar y de nuestro barrio: el análisis más ligero bastará para notar que todo aporte productivo hacia los demás se hace con el fin de importar el producto de sus esfuerzos. Dada la naturaleza arbitraria de las fronteras nacionales, resulta entonces evidente lo irrelevante que resulta si se da adentro o afuera de un país un transacción donde se intercambie un bien o servicio por dinero. Si importar fuese dañino, la insinuación en sátira del genial Frederic Bastiat de que hundamos cada cierto tiempo los barcos que traen mercancías del exterior, sería la solución al "problema".
Esto nos lleva al tema del dinero como un fin. Los mercantilistas pensaban que la parte que recibía el dinero resultaba favorecida en el comercio. Pero por definición los intercambios comerciales entre personas, empresas y territorios, son situaciones ganar-ganar. De hecho es la razón para que ocurran, siendo voluntarios como lo son. Es por eso que debe descartarse el mito de la balanza comercial, pero sobre todo el del dinero como un fin en el proceso económico. Lo único que da valor al dinero son los bienes y servicios circundantes; en otras palabras, la producción.
2.- Consumo y Producción

A partir de los escritos de J.M. Keynes la profesión económica empezó a sostener una curiosa idea: el que una economía pueda tener situaciones indeseables como falta de empleo y pauperización por culpa de los comportamientos mezquinos y egoístas de los empresarios capitalistas. A una falta de expansión hacia el punto que Lord Keynes consideraba el "óptimo" sólo cabía contraponerle la amigable mano visible del Estado para corregir, vía gasto público y política monetaria, la situación indeseable. Así, el consumo forzoso –por encima de proyectos y planes de vida individuales– iba a tirar hacia delante todo el proceso productivo.
Pero se comete un grave error histórico y teórico al sostener eso. En primer lugar, el empleo asalariado es una creación del empresario capitalista, que libra a otros individuos de la incertidumbre del mercado (un agricultor o herrero es un empresario, tan sujeto a la dureza del mercado como cualquiera) a cambio de un ingreso estable. Y el origen de ese ingreso es la mente del empresario capitalista, quien originalmente hubiese tenido una ganancia pura que no tuvo más remedio que compartir en forma de salarios para contar con la colaboración voluntaria (por contrato) de otras personas. El propio interés del capitalista le llevará a generar cada vez más valor agregado para escapar a la tendencia inherente a un mercado libre de uniformar las utilidades entre empresas e industrias. Si no innova en costos o valor agregado, sencillamente su utilidad tiende a desaparecer con el tiempo y su producto se vuelve un commodity. Igual va para quienes ofrecemos nuestro trabajo: la abundancia de gente con la misma capacidad o talento nos vuelve menos recompensados monetariamente. La historia nos corrobora este hecho: es el interés propio del capitalista lo que genera una producción creciente, la competencia con otros capitalistas eleva la productividad del trabajo humano, y el salario aumenta en proporción con la utilidad pura mientras más capitalista es una economía.
Y en una clara violación de la Ley de Say ("la oferta crea su propia demanda"), Keynes sostenía que la oferta global era algo distinto a la demanda global de bienes y servicios. Además de crearse una perniciosa división entre "el lado de la oferta" y "el lado de la demanda" para el análisis económico, se comete un error fatal. Toda persona que ofrece un bien está necesariamente demandando otro. La persona que quiere comprar un bien o servicio tiene necesariamente que ofrecer otro. Al no ser fenómenos divorciables la oferta y la demanda, las nociones keynesianas parten de un error lamentable.
Con la Ley de Say se refuta también de paso la afirmación socialista –de ese tiempo y contemporánea– de que puede haber en los mercados un exceso de oferta global. Mientras que la supuesta escasez de demanda se le quiere atribuir, entre otras cosas, a una falta de dinero en manos de la gente –bastaría imprimir y repartir billetes– el exceso de oferta recibe apelativos más coloridos, como aquel de la "exhuberancia irracional" del capitalismo.
3.- La fijación con el pleno empleo y el ciclo económico
Uno de los legados más nefastos que nos ha dejado la economía de pizarrón es la fijación de los funcionarios públicos con la búsqueda del "pleno empleo". Sometamos el tema del empleo a un ejercicio mental: en una isla de apenas 100 habitantes es inconcebible el desempleo, sencillamente porque falta gente para el número de bienes y servicios que pronto serán ideados y deseados por sus habitantes. "Pero ahora, en la realidad, hay mucha más gente", podría argumentarse. Por supuesto, pero los satisfactores (bienes, servicios) siguen siendo ilimitados. La prueba de eso está en que países de decenas y cientos de millones de habitantes tienen mucho menos desempleo que Ecuador o Venezuela, tanto antes como después de nuestra actual etapa de desarrollo.
Keynes escribió que, según los economistas clásicos, "no existe tal cosa como el desempleo involuntario en sentido estricto del término". Los clásicos no dijeron eso; por supuesto que existe el desempleo involuntario. Pero no en un mercado libre. Se necesita de una fuerza externa al mercado para perturbar profundamente la natural relación entre proyectos crecientes y empleo total de la población en ellos. En otras palabras, sin intervencionismo estatal, lo natural e históricamente preciso es decir que el empleo siempre es ubicuo y total.
Sin embargo toda intervención estatal genera un problema que bajo las ideas equivocadas parecerá demandar nuevas intervenciones. Es por eso que a los defectos de la economía mixta los mercantilistas querían corregirlos con gasto público e inflación. Si el afán es mejorar las cosas en el corto plazo y superficialmente, ese sería el camino. Pero se está afectando la base de una economía que quiera asignar inteligentemente sus recursos: el sistema de precios. Éste es el único sistema de señales e incentivos posible en la realidad que motiva a la asignación dinámica y acertada de recursos productivos en una economía libre. Cualquier interferencia –más aún si es sistemática– con su funcionamiento genera errores persistentes en el proceso económico. De esa forma y sólo de esa forma, es posible la existencia de factores como el desempleo involuntario y la subutilización de otros recursos hábiles y deseables. De hecho, una afectación vía expansión del crédito es la forma por excelencia para generar el conocido y popularmente misterioso ciclo económico de boom y recesión general. Pero dado que la intervención estaba justificada técnicamente, había que lidiar con el las recesiones y depresiones con más intervención aún. Una somera mirada a la inflación estatal del dinero durante los años 20 basta para adjudicar acertadamente la responsabilidad de la Gran Depresión. También puede recurrirse a "America’s Great Depression" de Murray N. Rothbard y "La Gran Depresión" de Hans Sennholz. En ese sentido ni hablar de las hiperinflaciones en países latinoamericanos, sus crisis bancarias y su estancamiento en general.
La fijación con el pleno empleo ha llevado una y otra vez a pensar que existen situaciones en que el consumo es menos que "óptimo" y el Estado debe intervenir para provocar la utilización de recursos "ociosos" y estimular la demanda agregada. Todo esto, claro, bajo el improbable concepto del efecto multiplicador del gasto público.
Pero forzar el consumo por encima de la inversión –la cual sí es multiplicadora– es un ejercicio de ilegitimidad ética además de destrucción económica. Como dijo uno de los seguidores más conocidos de Keynes y el mercantilismo en general, John Kenneth Galbraith: "Hitler fue el verdadero protagonista de las ideas keynesianas".
4.- El Estado como socio y los agregados poco agregables
Para llegar al cálculo del PIB de un territorio, se utiliza una conocida fórmula:
C+I+X+G=PIB
El problema es que la aceptación de ésta sin beneficio de inventario implica prácticamente sumar peras y manzanas. En primer lugar, la acumulación de dinero no implica mayor riqueza (bienestar). Prestar una atención miope al resultado de la fórmula del PIB, sobre todo cuando la inversión y el consumo quieren sumarse al gasto público, es un error. El gasto público (incluyendo las empresas públicas y su intromisión) se compone de recursos sustraídos del sector privado, que hubieran estado al servicio del proceso económico en forma de consumo, inversión y comercio exterior precisamente. De ninguna manera puede considerarse inversión; en el mejor de los casos consumo forzoso. Pero éste último siempre implica una pérdida de bienestar social pues se hace a espaldas de la gran mayoría de implicados.
Por otra parte y como se mencionó antes, las exportaciones no son un activo del que deban restarse las importaciones. Ambas caras del comercio son auto equilibrantes y suficientes.
Además el PIB está atado a los índices de precios al consumidor y a la cantidad de dinero en la economía. Cualquiera de los dos factores sería suficiente para desconfiar de su validez, pues son nominales y no siempre reflejan la situación subyacente y real.
El concepto del PIB debe ponerse en duda por su imprecisión, y porque es un concepto contable más que cataláctico, es decir no lidia con la cooperación de mercado en su conjunto si no con sumas y restas de elementos desiguales frente al proceso económico. Pero el cálculo del PIB es solamente una manifestación particular de la concepción mercantilista, siendo la miopía ante la existencia del individuo la raíz fundamental de esta última. Si se considera la acción colectiva como algo más que un concepto funcional para entender la suma de acciones individuales, el error seguirá plagando la ciencia económica. Aquella debe estar al servicio del ser humano y la cooperación social voluntaria, no de la política. Entender la diferencia determina fundamentalmente nuestra capacidad de salir del atraso y la desesperanza.
Conclusión
Hemos heredado una economía tradicional plagada de imprecisiones. Esto tiene dos claros efectos: desprestigia la ciencia económica haciendo que mucha gente no la tome en serio y por otra parte vuelve a muchos economistas ejemplos de lo que F.A. Hayek llamó la "fatal arrogancia", es decir que se toman demasiado en serio frente a la sociedad. Ambas son caras de la misma moneda, y sus efectos vía políticas públicas sobre el planeta han sido desastrosos. Antes de la reinstitución del Mercantilismo, el analfabetismo económico era común exceptuando a los economistas. Luego de los 1930’s una buena parte de la propia profesión padece de ese mal al abrazar fundamentos y conclusiones erróneos.Keynes, padre intelectual del FMI y las políticas económicas de los últimos 70 años, hubiera hecho bien en no desenterrar los viejos mitos mercantilistas y vestirles de nuevos ropajes. El costo de enterarnos que el emperador estaba desnudo y tenia un rostro viejo y desagradable aún no se termina de pagar en oportunidades perdidas para el mundo en vías de desarrollo. Los seguidores posteriores de esa línea, desde Hicks pasando por Samuelson & Nordhaus para llegar a Paul Krugman, siguen confundiendo a sus herederos intelectuales y al público en general. Pero la economía de pizarrón nos ha hecho ya el suficiente daño. Tal vez es hora de evitar nuevos desastres.